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Carlos Rilova

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De Historia y de otras razones para ir a ver una película titulada “Monuments men”

Por Carlos Rilova Jericó

No es una gran película de esas que llamamos “de guerra”. Esas que, generalmente, suelen estar ambientadas en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, creo que sí deberían ir a ver “Monuments men”.

No es, desde luego, una pequeña obra de arte como “La fortaleza” o “La noche de los generales”. Dos películas sobre la Segunda Guerra Mundial que, una más y la otra menos, también como “Monuments men”, tienen como eje la oposición existente entre Arte, y Cultura en general, y Guerra.

No, la última idea cinematográfica de George Clooney aún en pontalla tiene poco que ver con los dramas que se plantean en “La fortaleza” o, en menor medida, en “La noche de los generales”.

En efecto, en “Monuments men” hay grandes actores, aparte del mencionado George Clooney, como Bill Murray o John Goodman, hay comedia y hay drama con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial, pero no hay nada parecido al sofocante ambiente que se plantea en “La fortaleza”, donde Burt Lancaster, convertido en un cuadriculado -pero, a la vez, complejo- comandante del Ejército norteamericano, atrapado en la batalla de las Ardenas en el invierno de 1944, explica, a lo largo de toda la película, porqué un magnífico castillo de esa zona fronteriza entre Francia y Bélgica, lleno de obras de Arte también magníficas, debe ser sacrificado en función de los intereses tácticos y estratégicos del Ejército aliado que combate en esas horas, verdaderamente desesperadas, a los nazis empeñados en devolverlos a París o, a ser posible, a las playas de Normandía.

No, en “Monuments men” hay muertes de protagonistas muy sentidas, pero uno no sale del cine con la misma sensación que le deja “La fortaleza”. En  “Monuments men” las cosas, por explicarlo de algún modo, son explicadas de un modo mucho más civilizado que en “La fortaleza”, que se dedica a dar puñetazos a la conciencia del espectador de un modo brutal durante casi todo su metraje, poniendo en escena a unos personajes que dan, sencillamente, miedo. Bien por la frialdad y falta de humanidad con la que actúan, como un mecanismo de relojería que, sin embargo -y eso es lo peor-, cuenta con algún que otro rasgo humano, como es el caso del comandante interpretado por Burt Lancaster. Bien por la indiferencia con la que se toman una guerra que, durante toda la película, amenaza con convertir en polvo un gran legado artístico. Como ocurre con el sargento Rossi interpretado por Peter Falk, que acaba volviendo a su oficio de panadero, colgando casco, botas y fusil mientras todo está a punto de venirse abajo en ese punto del mapa. Insignificante, pero, al mismo tiempo, núcleo central de uno de los principales nudos de carreteras de la zona, esencial para mantener el control de las tropas aliadas sobre ese terreno por el que pretende avanzar la contraofensiva nazi, en medio de un paisaje nevado a medio camino entre lo onírico, lo real y un mundo de pesadilla.

En “Monuments men”, pese a que parece que se ha intentado, tampoco encontrarán un personaje como el interpretado por Peter O´Toole en “La noche de los generales”. Un memorable chiflado de la Historia del cine ni siquiera superado por un Hannibal Lecter adocenado a fuerza de quemar al personaje en diversas secuelas de “El silencio de los corderos”.

No, no hay nada parecido en “Monuments men” a ese general nazi -un verdadero prototipo de nazi, de hecho- que, ya sólo en el comienzo de esa película, asiste impasible a la quema, lanzallamas en ristre, de todo un sector de la Polonia ocupada que ha tenido la desgracia de contener algunos elementos que se resisten a la dominación nazi. Un hombre al que no se le conocen sino virtudes, el ejemplo perfecto de todo lo que las SS de Himmler buscaban en sus prosélitos, pero que, sin embargo, trasladado del salvaje frente oriental al más tranquilo París ocupado, se entrega a escapadas nocturnas donde cae la máscara del intachable oficial cabeza cuadrada -a medio camino entre el perfecto héroe ario y el prusiano estereotipado de la Era Bismarck- y aparece en su lugar un maníaco capaz de beber litros de café y alcohol, fumarse hasta doscientos cigarrillos en apenas unas horas y, por supuesto, asesinar alguna que otra prostituta. Todo ello mientras se hace abrir las salas de los museos de París donde se ha encerrado el Arte calificado como “degenerado” por el Partido y su Supremo Líder y que él contempla en medio de una especie de delirio.

No, en efecto, en “Monuments men” no hay dramas de esa categoría. Tal vez Clooney ha querido hacer algo así pero, la verdad, yo no me atrevería a decirles que van a encontrar algo así si van al cine a verla.

Aún así, a pesar de ser una película más simple, más plana que esas otras dos en las que se mezcla la Segunda Guerra Mundial y el problema de la destrucción y conservación del Arte, la Cultura, etc…, en “Monuments men” encontrarán, de todos modos, muy valiosa información histórica sobre la destrucción del Arte, la Cultura, en fin, rastros de Civilización en general, durante esa guerra.

Es más, a pesar de que la película se ha tomado grandes libertades con los hechos en los que se basa, no se le puede negar, de ningún modo, que aporta una reflexión muy valiosa sobre la importancia de eso que llamamos “Arte”, “Cultura”, en fin “Civilización en general”, cosa que, a veces, muchas veces, no está clara para algunos.

En ese aspecto “Monuments men” nos enfrenta en toda su crudeza y brutalidad, quizás por su propia simpleza, al problema del valor de esas obras de Arte y la mutilación general, colectiva, y continuada en el tiempo, sin posibilidad de remisión, que causaron conflictos como la Segunda Guerra Mundial que, paradójicamente, se emprendieron contra la barbarie.

Esa, con todos sus detalles, es la información más valiosa que sacarán de “Monuments men” y es lo que hace que no sea una completa pérdida de tiempo, y dinero, ir a verla.

Saldrán de ella pensando que un cuadro, un fresco, un archivo, un edificio… cualquier parte de nuestra memoria colectiva, es importante y no puede prescindirse de él a la ligera. Seguro que les resultará difícil sustraerse a esa impresión. Y, personalmente, espero que les dure y la tengan presente la próxima vez que alguien les diga, por poner un ejemplo, que hay que construir un Motel encima de un antiguo cementerio indio o que hay que tirar a la basura un archivo entero -eso, me consta, se ha hecho con valiosos archivos judiciales del siglo XIX y de otro tipo- para “hacer sitio” al funcionamiento de la institución actual.

Yo espero que les dure, sí, en la memoria ese mensaje. Para que sepan de verdad el alcance del verdadero horror de guerras “justas” como lo fue la Segunda Guerra Mundial, y el grave daño que se nos produce cuando se destruye alguna parte de nuestro patrimonio cultural, bien sea con bombas o, por poner otro ejemplo, con “ukases” dictados por instituciones elegidas -oh, ironía- democráticamente para perpetrar eso que ahora llaman “reordenación urbanística”, en cuyo nombre se han cometido -y se siguen cometiendo- terribles expolios culturales. Un daño intenso, destructor, a pesar de que nos parezca que es menos importante que otros más obvios.

Por todas estas razones, sí, vayan a ver “Monuments men”, aunque no sea una gran película. Incluso aunque no sea una gran película -a la altura de “La fortaleza” o “La noche de los generales”- sobre la destrucción de eso que llamamos “Cultura”, “Civilización”, “Arte”… en una guerra justa como lo fue la Segunda Guerra Mundial.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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