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Carlos Rilova

El correo de la historia

El jueves 10 de abril de 2014 es un día importante (o debería de serlo). Algunas reflexiones sobre el bicentenario de la batalla de Toulouse

Por Carlos Rilova Jericó

Pues sí, este jueves que viene, dentro de nada, por tanto, tenemos otro bicentenario de eso que desde mediados del siglo XIX se llamó “la Guerra de Independencia española”.

Se trata de la batalla de Toulouse, que tuvo lugar entre el 10 y el 11 de abril de 1814.

Yo me he apostado conmigo mismo a que ese evento pasará desapercibido en España, o casi.

Naturalmente en Toulouse algo se va a hacer. Por ejemplo una reconstrucción de la batalla, una de esas a las que ya se van ustedes acostumbrando a este lado de los Pirineos y de las que incluso les he hablado en entregas anteriores de este correo de la Historia. Pero, más allá de eso, ¿qué va a quedar en la memoria colectiva, especialmente en la de los españoles y más concretamente en la de los guipuzcoanos?.

Pues me temo que bastante poca cosa. Les diré en qué baso mis cálculos. Lo primero en la ausencia de referencias al asunto en los grandes medios de comunicación, más preocupados de mirarse el ombligo que de recordar cosas de estas que, el régimen anterior, se encargó de hacer rancias y odiosas para una sociedad con ansias de modernidad, como lo era la española al filo del año 1976.

En segundo lugar, y más o menos derivado de ahí, resulta que nadie ha escrito últimamente ninguna novela -por supuesto de las que se venden en grandes superficies- sobre esa batalla de Toulouse que este jueves cumple doscientos años.

Así es. La única que me consta a fecha de hoy es casi tan vieja como el que estas líneas escribe, fechada en el año 1966, escrita por José Cabanis, autor en lengua francesa, pese a su nombre de pila.

La novela de Cabanis tiene poco de eso que llamaríamos “novela histórica”. Desde el principio el autor nos mete en su universo literario -el de la clase media del Sur de Francia a mediados del siglo XX- para ilustrarnos, por medio de un escritor de mediana edad en crisis, sobre la imposibilidad de escribir una novela sobre la batalla de Toulouse que, precisamente, da título a esa obra.

Durante cerca de unas cien páginas, el narrador de Cabanis nos cuenta la historia de sus ancestros, los que están vivos en 1814 y le han dejado, aparte de la bien apañada mansión en la que vive, toda una tradición oral sobre lo que supusieron esos últimos días del Primer Imperio francés, pero se trata de un relato fragmentario, en el que el narrador cuenta sus propias experiencias, que van de la Francia anterior a la Segunda Guerra Mundial -cuando él es un niño- a la Francia ocupada, que lo pilla ya más o menos en la Universidad, y así hasta llegar a la Francia de los sesenta, en la que en escenarios que recuerdan mucho a los de las películas policíacas de Melville -“El círculo rojo”, “Crónica negra”…- el alter ego de Cabanis nos cuenta su romance frustrado con su amor de adolescencia, Gabrielle, paralelo a su frustración también a la hora de escribir una novela titulada “La batalla de Toulouse”.

El final de la novela contiene una frase de lo más interesante. El narrador de Cabanis dice que no merece la pena intentarlo, que esa novela sería poco más que un escenario para contar las, para él, dudosas hazañas de un hatajo de los que llama “traîneurs de sabre” -lo que podríamos traducir como “arrastrasables”- y dos bandas de soldadesca -“et deux bandes de soudards”-…

Eso, y un par de líneas en una de las novelas de la serie del fusilero Sharpe -“Sharpe a la conquista de Francia”- es todo lo que hay escrito, en el formato más utilizado para acceder a la Historia por un gran público, acerca de esta batalla de Toulouse que ahora cumple doscientos años.

Y así las cosas creo que ya tengo casi ganada la apuesta sobre que el bicentenario de ese hecho pasará casi desapercibido este jueves.

Este panorama no es nada tranquilizador sobre la manera enferma en la que estamos manejando nuestro pasado y, de paso, esa tan traída y llevada “imagen-país” de la que tanto se habla.

¿Por qué?, pues sencillamente porque el único recuerdo que nos queda de ese hecho, la batalla de Toulouse, que tuvo lugar hace 200 años, el 10 de abril de 1814, es ninguno, o bien el que nos han dibujado Cabanis, o el “padre” del fusilero Sharpe, Bernard Cornwell, con un arma poderosísima. Es decir, con letra impresa, blanco sobre negro.

Y la verdad es muy distinta a lo que se dice en las cien páginas de “La bataille de Toulouse” y, sobre todo, en las últimas. La batalla de Toulouse fue más, mucho más, que dos bandas de soldadesca enfrentándose bajo la dirección de unos cuantos “arrastrasables”.

Para empezar fue un ejemplo perfecto de eso que queda tan bien decir en las discusiones de salón sobre las guerras. Es decir, que son un absurdo, un sinsentido. Algo que suena muy razonable cuando Napoleón -o uno de sus más fervientes admiradores, Adolf Hitler- están neutralizados o muertos y no poniendo en circulación divisiones enteras de amables soldados que, a punta de bayoneta sobre desnudas e indefensas gargantas de civiles desarmados, demuestran que la guerra contra gente así -Napoleón, Hitler…- no es un sinsentido sino una triste necesidad.

En efecto, la batalla de Toulouse se celebró días después de que Napoleón hubiese abdicado en Fontainebleau, obligado por el avance de los ejércitos aliados sobre París. Es decir, realmente no hubo la más mínima necesidad de combatir aquel 10 de abril de 1814 porque los asaltantes de la ciudad luchaban contra un tirano militar ya derrotado y sus defensores, las tropas bajo mando de Soult, defendían a un ídolo caído hace días.

Otro de los factores que hace a la batalla de Toulouse mucho más importante de lo que Cabanis decía, es que ese combate desesperado -y sí, visto desde hoy, absurdo- se cobró la vida de más de 1000 españoles muertos asaltando las defensas de una ciudad que, en el fondo, sólo ansiaba el fin de Napoleón y, como muchas otras de Francia, se ve obligada por los bonapartistas acérrimos -como Soult- a continuar la resistencia hasta que no queda la menor duda de que Napoleón se ha rendido y abdicado.

Muchos de los españoles presentes en Toulouse probablemente sí eran esa soldadesca común a todos los ejércitos de la época de la que hablaba Cabanis. Otros no. Sobre todo entre los oficiales, había profesionales que desde 1808 habían mantenido viva la esperanza en toda Europa de que Napoleón, en efecto, podía ser derrotado y luchaban por esa convicción. Incluso debió haber muchos entre ellos que luchaban por expulsar al Ogro corso de España, derrotarlo y poder volver a un país que había proclamado en esos cinco años de resistencia una de esas monarquías parlamentarias que hoy, en Europa, se consideran como un régimen más que aceptable, incluso ejemplar.

Esa fue la medida de lo que ocurrió hace dos siglos en Toulouse y esos fueron algunos de los protagonistas de esos hechos, gallegos, vascos, como el general Mendizabal que está en la vanguardia de las columnas de asalto siendo herido y aún así regresando a las brechas para seguir luchando en un gesto shakesperiano, leoneses, castellanos…

¿Y lo recordaremos este jueves, y después, como es debido, como si fuéramos franceses o anglosajones?. Ojalá sí, pero permítanme dudarlo y protestar, una vez más, por el modo en el que estamos maltratando, y dejando maltratar, nuestra propia Historia.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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