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Carlos Rilova

El correo de la historia

España, la Historia, la Monarquía, la República y los setenta años del desembarco de Normandía

Por Carlos Rilova Jericó

 

En principio, ya lo anuncié en el artículo del lunes 14 de abril, yo sólo iba a hablar hoy del Desembarco de Normandía, del famoso “Día-D”, en este lunes posterior al 6 de junio de 2014.

Sin embargo la abdicación del actual monarca reinante en España, Juan Carlos I de Borbón y Borbón, como verán, va a introducir algunos matices, creo que interesantes, en este artículo que sólo iba a hablar del setenta aniversario del Desembarco de Normandía. Ese que las distintas televisiones describían este viernes como el golpe decisivo al Nazismo en Europa y evento relevante al que han asistido representantes de más de veinte países, además de muchos venerables veteranos supervivientes de aquel día.

Y ahora, supongo, se estarán preguntando que qué tiene que ver una cosa -la abdicación de Juan Carlos I y la exaltación al trono de Felipe VI- con la otra, el setenta aniversario del Desembarco de Normandía.

Echemos a andar por ese sinuoso sendero histórico. Ustedes habrán visto, con inquietud o con regocijo, dependiendo de sus simpatías políticas, que apenas la Casa Real anunciaba que el actual rey de España abdicaba, las fuerzas republicanas del país saltaban como un resorte exigiendo la celebración, como mínimo, de un referéndum en el que se preguntase a los españoles si querían la continuidad de la Monarquía o la proclamación de una República heredera de la aniquilada en el año 1939 por militares sublevados, aliados a nazis y fascistas.

A eso ha seguido una fenomenal trifulca de declaraciones y contradeclaraciones, aparte de manifestaciones en la calle, que trataban de demostrar, por el lado republicano, que ya iba siendo hora de arreglar estas cosas y por parte de quienes cierran filas con la Monarquía que no había nada que arreglar, que todo estaba bien y que a la abdicación seguiría la proclamación de Felipe VI y que eso era todo.

Ha habido aportaciones que resultarían graciosas si no fueran patéticas. En ese aspecto hay que señalar que los antirrepublicanos se han llevado, sin discusión, la palma de la Victoria.

En efecto, es innumerable la sarta de rancias sandeces y de argumentos de medio pelo espetadas desde el 3 de junio por conspicuos representantes -de ambos sexos- de eso que se ha llamado “TDT Party” en tertulias que han ido, lamentablemente, desde las públicas como “Los Desayunos de TVE” -donde se paga con el dinero de todos a solemnes ignorantes de ese pelaje por opiniones, a veces, basadas en la lectura de un sólo libro sobre el tema, según confesión propia- hasta otras emitidas por cadenas dedicadas temáticamente a agitar el espantajo del miedo a la democracia desde el momento en el que los resultados electorales no coinciden con sus estrechas premisas ideológicas…

Lo más lamentable de todo esto, sin embargo, es su carácter de síntoma. Síntoma de que en España hay una sociedad dividida desde el 18 de julio de 1936 y, pese a todo lo que se ha dicho sobre, por ejemplo, el éxito de la Transición de 1978, esa división continúa y aflora en cuanto hay oportunidad para ello.

La conclusión del historiador es que, sencillamente, la crisis de 1936 y lo que siguió a ella -que, descartado un régimen stalinista, fue la peor prolongación que se podía imaginar de la misma- se ha cerrado en falso desde el año 1978 y ahora sufrimos las consecuencias de esa desidia, malicia, falta de conocimientos y otra serie de factores que han contribuido a que volvamos a vernos, poco más o menos, como podíamos estar en abril del año 1931.

Se podían haber hecho muchas cosas desde que el régimen democrático se consolidó en 1982. Se podían haber hecho, por ejemplo, gestos conciliadores hacia los derrotados en 1939 que sufrieron la larga noche franquista. Se podía haber hecho pedagogía -esa palabra ahora tan utilizada- hacia los que fueron vencedores de esa guerra y de la ominosa victoria de cuarenta años que le siguió. Por ejemplo se les podía haber explicado que aceptar, como se aceptó en 1978, la vuelta de un régimen democrático implicaba que ellos tuvieran la generosidad de reconocer que lucharon en el bando equivocado durante la Segunda Guerra Mundial, que la habían perdido y que sólo el estallido de la Guerra Fría a partir de 1945 entre soviéticos y potencias occidentales fue lo que mantuvo en España un régimen afín al Fascismo derrotado.

Parte de esa pedagogía debería haber consistido en enviar, en cuanto se hubiera podido, representantes oficiales a los actos conmemorativos del Día D en Normandía, para demostrar que la España democrática estaba de acuerdo con dichas conmemoraciones que restauraron ese sistema en la mayor parte de Europa y honrar a los españoles que habían caído en esa campaña, integrados en unidades del Ejército británico -leánse “Los españoles de Churchill” de Daniel Arasa- y, sobre todo, en las fuerzas de la Francia Libre -por ejemplo la división blindada del general Leclerc-, jugando un destacado papel en el avance desde Normandía sobre París y después hasta los últimos reductos nazis.

Nada de eso se hizo. Ni siquiera cuando los alemanes, en 2004, fueron consecuentes con esa misma reflexión y empezaron a acudir a esos actos.

En este setenta aniversario ha ocurrido otro tanto. No ha habido ni un sólo representante español que honrase a los españoles que se jugaron la vida integrados en la División Leclerc o en unidades británicas y en los medios sólo se han hecho alusiones a casos anecdóticos, como el que recordaba en la edición en papel de este mismo periódico Borja Olaizola el 5 de junio.

Todo ello un síntoma, sí, de los problemas que dividen a la sociedad española en este momento a causa de esa falta de reconciliación histórica y que, ojalá, empezasen a cambiar desde ya. Más que nada porque, como recordaba en un sensato artículo Josep Ramoneda en “El País” de este pasado jueves, si todo sigue igual, todo podría acabar fatal.

Bastaría, quizás, con hacer un referéndum. Bastaría con gestos como el de honrar a los españoles que cayeron en la campaña de Normandía luchando por restaurar la democracia en Europa. Bastaría, qué sé yo, con indagar en el Archivo General de Palacio para saber qué hay de verdad en eso de que hasta 1931 el Himno de Riego fue uno de los himnos de la monarquía parlamentaria española cuyo heredero será entronizado el 19 de junio de 2014. Bastaría, en fin, tal vez, con que muchos españoles no sintieran que les han robado la cartera con eso de la famosa Transición, que parece hoy abducida por quienes, se diría, están más a gusto rindiendo homenajes -con libros tamaño listín de teléfonos- a los españoles que lucharon en la Segunda Guerra Mundial con los nazifascistas que a los que lucharon contra ellos.

Todo sea porque España sea un país normal y en paz consigo mismo. No uno letalmente dividido y al que sus vecinos y aliados miran por encima del hombro, con recelos, con sospechas, acaso con despectivas sonrisas de superioridad…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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