Por Carlos Rilova Jericó
En menos de quince días se han sucedido tres catástrofes aéreas. La primera fue en Ucrania, cuando cayó derribado un avión de las líneas aéreas malasias al que se hizo explotar en vuelo, masacrando a toda su tripulación y pasaje. Más tarde la cola de un tifón hizo caer a un pequeño aparato de Taiwán.
Esta vez hubo supervivientes, por fortuna. Finalmente, el viernes se confirmó que un aparato de una línea aérea española se estrelló en Malí, muriendo todo su pasaje y tripulación. Entre ellos un donostiarra antiguo alumno de la Universidad de Deusto, todo lo cual toca bastante de cerca al que estas líneas escribe y a bastantes asociados de “Miguel de Aranburu”…
No resulta fácil dejar al margen una catástrofe humana de esa envergadura, que puede afectarnos a cualquiera de nosotros cualquier día, que hace perfectamente comprensible eso que llaman “pánico a volar” a pesar de que se nos repite, una y otra vez, que es el medio de transporte más seguro.
Tampoco resulta fácil hacer comentario alguno que no sea el de unirse al dolor de los que han perdido a sus familiares y amigos en ese golpe súbito y mortal.
Sin embargo, pese a ese velo abrumador, resulta también difícil quedarse impasible ante el modo en el que se ha tratado el tema del avión español.
En el caso del vuelo malasio derribado parece haber claros culpables. Probablemente los irregulares prorrusos que luchan contra la república de Ucrania para desgajarse de ella y unirse a la Federación Rusa.
En el caso del avión de Taiwán todo apunta a que ha sido un fenómeno metereológico extremo.
¿Y en el caso español?. Pues parece ser que también, que el avión de Swiftair cayó derribado por una tormenta de arena que impidió a los pilotos esquivar el relieve o que entorpeció sus aparatos de navegación.
En ausencia de otros indicios, como que el avión fuera alcanzado por un misil de alguno de los grupos armados que combaten en esa zona contra tropas españolas, malienses y francesas, esa parecía ser la explicación razonable.
Sin embargo, resultan curiosas, cuando menos, algunas declaraciones francesas y las reacciones españolas al respecto. Les recomiendo darse una vuelta por la edición digital del diario “El Mundo” de este 25 de julio, para que se den cuenta de cómo está la cosa a ese respecto. En el texto, bastante aséptico, se recogen unas declaraciones a la prensa del secretario de Estado de Transportes francés que indicaban que no había razón para culpar del accidente a los pilotos españoles…
Curiosa, en efecto, aclaración que, probablemente, habrá tenido que ver con las enfáticas declaraciones de nuestra vicepresidenta, más o menos en las mismas fechas, acerca de que sí, de que no hay razón para suponer que un avión gestionado y tripulado por una compañía española esté en peores condiciones que uno de Malí, de Taiwán o de Malasia.
Volviendo al artículo de “El Mundo”, si se fijan en los comentarios, hablan ahí, para rematar todo esto, unos cuantos usuarios cargados de ira sobre el papel insignificante -para ellos al menos- de España en la investigación de una catástrofe en la que quedaba implicado ese país, por ser de esa nacionalidad todos los que tripulaban el avión…
Y todo esto le lleva a uno a preguntarse, ¿qué es lo que está haciendo esa entidad llamada “Marca España”, que fue uno de los inventos del actual gobierno para mejorar la imagen de ese país allende sus fronteras a partir de 2012?.
El invento en cuestión, dependiente del Ministerio de Exteriores, empezó bastante mal. Recuerdo el estupor que me produjo ver en uno de sus eventos iniciales a varias bellas señoritas -vale, muy bellas- tocadas con peineta y mantilla de rica blonda repartiendo jamón ibérico en bandejas para demostrar… ¿qué, exactamente?. ¿Qué España seguía siendo el país oriental enclavado en Europa que Prosper Mérimée se quiso imaginar a principios del siglo XIX?.
Si desde luego ese era el objetivo, hay que decir que “Marca España” gastó correctamente el dinero público que se le confió para esos dispendios en jamón ibérico y mantillas usadas para ir a misa de doce en el largo siglo XIX, que, para nosotros -azares de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría-, duró entre 1859 y 1959.
Ahora venimos a ver las consecuencias. Evidentemente con un cartel como ese las dudas sobre el estado de los aviones españoles, la supuesta insignificancia de España en el asunto, reducida a víctima pasiva, -¿quizás a futuro chivo expiatorio?…-, eran cosa servida.
Todo esto, abordado desde el punto de vista de la Historia, parece lógico en relación a un país, España, que, para empezar, y es sólo un detalle más, no maneja su imagen histórica desde finales del siglo XVIII, sino que deja que se la manejen gente como Prosper Mérimée y aventajados imitadores nacionales hoy vivos, con buena salud y disfrutando de altos honores en altas instituciones académicas del Estado. Algo que, al parecer, encima, obedece a un plan sistemático puesto de manifiesto en un libro que les recomiendo, una y otra vez: “Hispanomanía” de Tom Burns Marañón.
De otro modo es difícil entender que el dinero destinado a esa, según todos los indicios, inoperante “Marca España”, no se haya destinado, por ejemplo, a promocionar y popularizar, aquí y fuera de aquí, obras como “La leyenda negra” del historiador -español para más señas- Julián Juderías y Loyot. Un libro cabal, para su época -principios del siglo XX- en el que ponía la Historia de España al nivel de la del resto de Europa. Desmintiendo, por ejemplo, que la Inquisición española hubiera sido la única existente en el siglo XVI -como la mayoría del público cree- y que países supuestamente ejemplo de alta civilización en la época de Julián Juderías, se permitieran dar lecciones de ninguna clase al respecto, cuando tenían leyes que discriminaban a su población negra y autorizaban, “de facto”, su linchamiento…
Les recomiendo su lectura. Acaba de ser reeditado por su centenario. El libro les explicará, perfectamente, que hoy nuestro gobierno tenga que desmentir supuestas negligencias de maquinaría y tripulación española que habrían provocado, por eso mismo, una catástrofe aérea. Cosa que, según parece, no le ocurre a ningún otro país del Mundo. Probablemente porque, entre otros factores, es obvio que sus instituciones se esfuerzan en promocionar una imagen positiva en lugar de asumir como rasgos identitarios propios lo que, en realidad, solo son tristes reminiscencias de propaganda de guerra vomitada por otros países europeos -Holanda, Francia…- desde el siglo XVI en adelante. Algo que esa entidad llamada “Marca España”, supuestamente creada para deshacer ese entuerto, parece incapaz de corregir, dejando que todo siga, más o menos, como en 1862, en el triste estado que se aprecia en las ilustraciones de este nuevo correo de la Historia, con los franceses imaginando una España atrasada, diametralmente opuesta a la que ya tenía barcos de vapor idénticos a los del resto de Europa…
¿Alguien se hará responsable de tan gris resultado?. Seguro que no. Es más fácil matar al mensajero, como se hizo con otro rebatidor de la Leyenda Negra como Blasco Ibáñez, que -¿lo adivinan?. Exacto: murió, asqueado y exiliado, en Francia-, ir vegetando en una sinecura financiada con dinero público, como parece serlo la “Marca España”. Y así, con suerte -para el resto de españoles-, hasta que los responsables de tal desidia sean descabalgados por un cada vez más apetecible, radical, golpe de revés en las urnas que, a todas luces, parece muy necesario…