Por Carlos Rilova Jericó
Hoy pensaba hablar de alguna cosa menos bronca, de alguna anécdota amable sacada de eso que Carlos Fisas llamó “Historias de la Historia” y que tanto éxito tuvo hace unos 30 años.
Pero no he podido. La culpa la ha tenido el hallazgo de un interesante número de una revista que los lectores fieles de este correo de la Historia conocen bien, “L´Illustration”, gracias a las veces que ha proporcionado material para llenar esta página, y el bombardeo mediático al que estamos siendo sometidos en relación al feo asunto de la fortuna de los líderes -por antonomasia- del nacionalismo catalán: los Pujol.
Sin entrar en demasiadas reflexiones sobre el tema, lo que está claro es que el asunto ha sido -y lo está siendo desde 2012- todo un torpedo, bien dirigido desde Madrid, contra la línea de flotación del independentismo catalán, que, eso sí que es evidente, sigue sin apearse de su idea de convocar una consulta y poner en solfa la unidad de ese estado de la Unión Europea llamado “España”, provocando -eso parece al menos- un importante cataclismo político.
Cada cual, está claro, se defiende como puede. Eso no quita, sin embargo, para que uno pueda opinar que esa defensa no es, desde luego, la mejor.
Sabido es que en el mencionado estado de la Unión Europea llamado España, “Cultura” y “Política” andan bastante peleadas. De hecho, lo que la Política entiende por Cultura a veces -demasiadas veces- acaba en la promoción de engendros que, además de caros, parecen surgidos de alguna pesadilla producto de un banquete oficioso con exceso de langosta y vinos generosos.
Eso lleva a un menosprecio de determinados conocimientos, como puede ser el caso de la Historia, que, desgraciadamente, parece considerarse como una especie de divertimento para diletantes, como ya hemos señalado en esta misma página muchas veces. Como algo que no es capaz de aportar nada realmente eficaz a la gestión de los asuntos públicos. Ni siquiera a considerarse como conocimiento útil para esas funciones.
Yo, como es lógico en un historiador, no puedo estar de acuerdo. Y leyendo ese viejo número de 1931 de “L´Illustration” estoy aún más en desacuerdo. Que alguien que se ocupa de la gestión de la cosa pública en España, sea incapaz de tener la perspectiva histórica que da el conocimiento de lo que les voy a hablar de inmediato, me parece como poco irresponsable y desde luego peligroso. Y no sólo para los que manejan la cosa pública de modo tan espurio, sino para los que nos vemos obligados a soportar esos errores a medio y largo plazo. Puede que incluso a corto.
Ese reportaje de “L´ Illustration” de 25 de abril de 1931 es un documento histórico de primer orden. Nos ofrece un interesante punto de vista sobre lo que ocurre en España a partir del 14 de abril de ese mismo año. Es el de un miembro de la intelectualidad francesa que llena de elogios a España -tanto al rey que se exilia como al gobierno provisional que hará la transición a la república- por haber sido capaces de entenderse sin derramar sangre, y anteponiendo los intereses del estado, de la nación, a los particulares de cada uno de ellos.
Algo, esos elogios, a agradecer, teniendo en cuenta la imagen, generalmente truculenta, que la prensa francesa ha tendido a difundir sobre España (y para hacerse una idea no tienen más que consultar el correo de la Historia de la semana pasada).
El largo artículo está en general bien informado, el reportaje gráfico es de primer orden. Casi al nivel de un Doisneau. A veces, sin embargo, se equivoca. Por ejemplo cuando dice que Alfonso XIII se limitó a reinar y no a gobernar, interviniendo en Política. Cosa incierta y que, de hecho, llevó finalmente al 14 de abril de 1931.
Pero, en general, el análisis es verdaderamente certero. Y sobre todo lo es cuando describe el proceso por el cual, a partir del 14 de abril de 1931, Cataluña se proclama independiente “de facto” al proclamar la República catalana, que, como nos dice el reportaje, es algo que no es, exactamente, lo mismo que la República española proclamada a partir de ese día en todo el territorio nacional.
Lo más curioso de este artículo es que señala que si la unión entre las dos repúblicas se vuelve a reestablecer -como así fue- se hará gracias a un diálogo entre las dos partes. Representadas en esos momentos por un ex-teniente coronel del Ejército español de la época monárquica, Francesc Macià, elegido presidente de esa república catalana, y Niceto Alcalá-Zamora, que lo era del gobierno provisional que daría paso a la Segunda República.
El reportaje de “L´Illustration” señalaba que una amplia autonomía podría contentar las aspiraciones de esos independentistas -y al final así fue- pero lanzaba un sabio aviso al respecto: el problema era de fondo, histórico, y no valían para resolverlo soluciones de contingencia…
Lo más escalofriante de esa lectura, hecha desde hoy día, entre finales de julio y principios de agosto de 2014, es que finalmente se aplicaron soluciones contingentes, parches que acabaron siendo reemplazados por una solución drástica: un golpe de estado, una guerra civil de tres años entre 1936 y 1939, y, a partir de entonces, un régimen de excepción, policíaco, que sofocó, en sangre y con otras medidas, toda veleidad independentista. Incluso, hasta bien entrados los años sesenta del siglo pasado, el más leve catalanismo.
El resultado de todo eso, como viene a verse ahora, ha sido nulo. En efecto, no es hoy muy difícil ver que, en términos históricos, el problema está donde estaba en 1931. Hagan las cuentas. Son 83 años -se dice pronto- sin haber buscado una solución sólida al problema de la unión entre Cataluña y el resto de España.
¿Qué se podría haber hecho desde 1978 en adelante, en un sistema legitimado por las urnas y no por la fuerza?. En lugar de alimentar a un nacionalismo insaciable y, como ahora se viene a ver, cleptocrático -del griego “klebo”, robar, y “kratia”, poder, forma de gobierno-, por medio de una ley electoral que da más problemas de los que evita, se podría haber puesto pie en pared antes que haber aceptado el apoyo de esos partidos que, en definitiva, por su propia naturaleza, lo quieren todo. No soluciones de trampantojo como la famosa fórmula federal, que jamás contentará a independentista alguno. Se podría, también, haber popularizado una Historia común, de unidad frente a enemigos exteriores como Francia durante las guerras napoleónicas. Se podría haber dado a conocer biografías apabullantes como la de Domingo Badía, militar catalán y explorador al leal servicio de la corona española a finales del siglo XVIII, del que ya hablé en otro correo de la Historia, de 2012, por estas mismas razones que traigo hoy, de nuevo, a colación…
No se ha hecho. Se ha hecho, por el contrario, lo que nunca debería tolerar un gobernante responsable: sacar trapos sucios económicos que deberían haber salido a la luz hace muchos años. Al menos para no levantar sospechas de que se toleró una corrupción tan gigantesca que era imposible pasase desapercibida tanto tiempo…
O bien recordar a los catalanes, vía el libro “Catalanes todos”, que hubo mucho franquista entre ellos. Casi única aportación cultural, de momento, en esta “Cruzada” anticatalanista. Soluciones torpes que lo único que harán será cebar la bomba del independentismo para que estalle -tiempo al tiempo- dentro de ¿5?, ¿10?, ¿20? años, repitiendo el esquema iniciado hace ahora 83, dejando resuelto en falso, una vez más, un problema que gobernantes mejor preparados habrían solventado ya hace tiempo.