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Carlos Rilova

El correo de la historia

Y Escocia dijo no. Algunos apuntes sobre la Historia como chicle, la batalla de Waterloo y avisos a navegantes catalanes

 

Por Carlos Rilova Jericó

Lo de la Historia como chicle no se me ha ocurrido a mí. De verdad que no. Se le ha ocurrido nada menos que a un profesor universitario y, además, director de uno de los diarios más leídos en España, “La Razón”. No otro que el inefable y famoso Paco Marhuenda.

La vistosa frase fue espetada este viernes pasado en el programa matinal de Antena 3, “Espejo Público”, dirigido por Susanna Griso. Y fue dicha en relación al tema del referéndum escocés que, al final, resultó ser favorable al “no”. Es decir, a que ambos reinos permaneciesen legalmente unidos como ha ocurrido desde 1707.

El profesor Marhuenda, vehemente, como suele ser habitual en sus intervenciones televisadas, vino a decir que los secesionistas escoceses -y otros por extensión, empezando por los catalanes- utilizaban la Historia como un chicle, que se podía deformar a su gusto.

En este caso, al gusto de Salmond, ese líder independentista escocés de perfecto acento inglés de Oxbridge -es decir, el que se cultiva en las elitistas universidades de Oxford y Cambridge-, ministro principal de Escocia y principal impulsor de la campaña del “sí” a la independencia de Escocia.

Supongo que no les parecerá raro que no esté de acuerdo con el profesor Marhuenda. En esto de la Historia como chicle, desde luego que no.

Veamos, ya he dicho muchas veces por aquí que la Historia no la escriben los vencedores, o que una mentira, por más que se repita mil veces, tampoco será verdad y, por tanto, tampoco será Historia. Pues bien, con lo de la metáfora del chicle del profesor Marhuenda ocurre otro tanto.

La Historia que es como un chicle que se puede deformar a gusto de determinados programas políticos, no es Historia. O al menos no es algo a lo que se le pudiera o debiera dar ese nombre. Del mismo modo que no consideraríamos Química preparar bien los Martinis de ese héroe tan británico, James Bond, que siempre los pide mezclados, no agitados.

Así es, la Historia, lo repito por enésima vez, es una Ciencia y como tal tiene que atenerse al Método Científico vigente para todas las demás ciencias. Es decir, recopilar datos, contrastarlos, cotejar las propias hipótesis con los trabajos de otros científicos que se han movido en ese campo antes y, ante todo, dejar de lado las pasiones personales para demostrar, de manera honesta y objetiva, la hipótesis desde la que partió nuestra investigación.

Voy a ir a un caso práctico, que así se entienden mucho mejor las cosas. Vengan conmigo a darse una vuelta por el campo de batalla de Waterloo del que tanto les van a hablar este año que viene.

En ese celebre lugar murieron, a miles, soldados británicos -es decir, galeses, ingleses, escoceses…- entre el 17 y el 18 de junio de 1815. El hecho, como todo lo que tiene que ver con las guerras napoleónicas, y especialmente con batallas ganadas por británicos, ha hecho correr ríos de tinta.

Entre ellos pesqué yo este año un curioso dato. Lo extraje de una de las primeras traducciones al español -fechada en 1817- de una crónica de esa batalla. Interesante obra de la que ya hablé en otro correo de la Historia el 18 de junio de 2012.

Un francés testigo de los hechos comentaba, a la altura de las páginas 125 y 126 de esa “Relación” de la batalla, el estupor que le había producido, a él y a los soldados franceses en general, encontrarse entre los muertos británicos combatientes que iban vestidos con una especie de “tonelete” de tela oscura rayada de verde. Sí, el tal “tonelete” era el “kilt” escocés, hoy tan popular, vestido, sobre todo, por algunos regimientos británicos a partir del siglo XVIII.

¿Qué tiene de interesante este dato de cara a hablar de la Independencia de Escocia, su referéndum, etc…?.

Se lo explico. Este dato demuestra que, para muchos europeos de aquella época, la costumbre escocesa de vestir a sus soldados con “kilts” era una completa novedad. Es decir, que lo que hoy se considera el traje típico escocés, no tenía nada de típico. Incluso para militares del ejército napoleónico que llevaban años luchando con ellos, demostrándonos este dato, extraído de un documento histórico, que los argumentos de la campaña de los independentistas escoceses no son Historia sino una deformación interesada de la Historia. Apelando, como decía, ahí con razón, el profesor Marhuenda, a un pasado inventado con el que nada tenían que ver muchos escoceses, excepto los más pobres de las Tierras Altas. Esos que no tenían dinero para comprar más ropa que un trozo de tela -generalmente de cuadros- del que, sólo con el tiempo, surgirían el “kilt” y el “plaid” como prendas separadas y bien cortadas y no como una simple tela arrollada en torno al cuerpo.

Sé qué es un simple dato aislado, pero es un dato que objetivamente demuestra que muchos independentistas estaban votando “sí” mediatizados por una imagen falsa de su pasado. Una con la que hace doscientos años -antes de ayer en términos históricos- sus propios ancestros no se hubieran sentido identificados ni de lejos. A excepción de los gaiteros y soldados de algunos regimientos levados en Escocia, algunos miles de menesterosos y unos cuantos nobles románticos como Walter Scott, que incluso se inventaron, más o menos allá por 1815, que determinados patrones de cuadros en la tela de tartán identificaban a un determinado clan o familia escocesa.

La conclusión de todo esto es, como decía, que la Historia es Historia basándose en deducciones a partir de datos objetivos como el de los extraños “toneletes” que vestían algunos escoceses muertos en Waterloo. Eliminados datos así, se convierte en cualquier otra cosa, pero nunca en Historia. Puede ser un chicle, una bicicleta, un mechero o un arma de intoxicación masiva con la que forzar una independencia como la que se quiere forzar, por ejemplo, en Cataluña. Lugar en el que algunos de sus políticos independentistas harían bien en sacar una de las mejores lecciones de Historia que ha dado el referéndum escocés: el desdén que suscitan entre la clase alta británica, que los ve como “españoles” -es decir como entes despreciables, seres inferiores en realidad- por más que se esfuercen en parecer lo contrario.

Algo que atestigua bien el destino del famoso libro que demostraba que Cataluña era una discípula aventajada de Escocia. Uno de sus ejemplares, dedicado, fue regalado a Alex Salmond por una delegación soberanista catalana y acabó en un mercadillo de Londres. El detalle debería servir a los interesados de advertencia del lugar que ocuparía una Cataluña independiente en un escenario político dominado por anglosajones y germanos. Esos que identifican España, de arriba abajo, desde 1815 en adelante, con un parque temático de la “Carmen” de Mérimée.

Imagen creada, a medias, por la desidia de cierta clase ¿dirigente? española, vendida a ese discurso, e independentistas periféricos, surgidos también de esa desidia, y que al parecer no se dan cuenta de que todo lo que está al Sur de los Pirineos es visto bajo el prisma de esa misma leyenda negra que ellos mismos alimentan ahora con novelas como “Victus”. En definitiva, un horizonte desastroso al que habría que combatir, por el bien de todos, catalanes y españoles, con más Cultura y menos trapos sucios y vacuas argumentaciones legales que, por el camino que vamos, acabarán valiendo tanto como los derechos de Jorge III sobre las 13 colonias de Norteamérica en 1776.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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