Por Carlos Rilova Jericó
Esta vez el tema para este nuevo correo de la Historia ha venido de una pregunta que lanzó un comensal en la multitudinaria celebración de un cumpleaños al que asistí este miércoles pasado mientras -lo que son las cosas que le pueden pasar a un historiador- iba camino de la imprenta a entregar unos largos artículos en los que, una vez más, arreglo cuentas -históricas, claro está- con Napoleón I.
El caso es que el comensal que presidía la mesa nos preguntó, “¿y qué os parecen las declaraciones que ha hecho Joseph Pérez sobre que las naciones católicas y mediterráneas no tienen futuro, que sólo lo tienen las protestantes?”. Como se hablaba allí a muchas voces y a muchos temas, no terminé de enterarme muy bien de cuándo, cómo y dónde el actual premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales había dicho eso a ese respecto, pero me apunté el dato para averiguar más sobre él.
Así descubrí que el presidente de aquella mesa se refería a la respuesta a la última pregunta de una entrevista que “ABC” hizo al profesor Pérez justo el día anterior a esta reunión de la que les hablo. Es decir, el 22 de octubre.
Tal y como se transcribían ahí las declaraciones del profesor Pérez, casi parecía que, aunque seguramente no era su intención, este historiador estaba haciendo otra “peineta” -en este caso a la trayectoria histórica de España que él tan bien ha estudiado- como esa por la que tuvo que disculparse el arquitecto Frank Gehry, otro de los premiados este año.
Por una parte Joseph Pérez nos hablaba en esa entrevista de que el mundo anglosajón y germánico da una imagen negativa -y hasta racista- de las naciones europeas mediterráneas y de tradición católica, como es el caso, obvio, de España. Por otro lado, sin embargo, de su respuesta se podía deducir que él también se hacía eco de esa idea, al afirmar que las naciones que han prosperado en la Europa de la Edad Moderna -es decir del siglo XV a 1789- han sido las protestantes y éstas han sido, a su vez, las naciones del progreso de la civilización.
Quizás el profesor Pérez no tuvo tiempo de explicarse mejor en un formato tan traicionero como una entrevista periodística. Por ejemplo señalando que, desde el siglo XIX, la intelectualidad del mundo anglosajón y germánico ha generado ideas así elaborando una interpretación vulgar de la Historia de Europa.
Según la misma, el Catolicismo, encarnado fundamentalmente en España -cosa muy injusta para los austriacos, los italianos, los irlandeses, los polacos, muchos miles de alemanes, franceses, estadounidenses…- representaba el atraso y el oscurantismo y la versión protestante del Cristianismo el progreso y el avance de la Ciencia y la Democracia (¡?).
Eso se ha encarnado en multitud de obras más o menos insidiosas que han llegado hasta la actualidad, tal y como bien señala el profesor Pérez. Les ofrezco a continuación alguna que otra muestra. La semana pasada, por ejemplo, les hablaba de Historia alternativa y de ucronías, un género inagotable y que viene muy a mano, otra vez, para el tema del que tratamos hoy.
Bien, pues en 1968 -hace nada en términos vitales y menos aún en términos históricos- se publicó una obra de ese subgénero titulada “Pavana”. En ella se contaba cuál hubiera sido el destino de Inglaterra de haber tenido éxito la llamada “Armada Invencible” del año 1588.
¿A que lo han adivinado?. Pues sí, el resultado era que en el siglo XIX Inglaterra sería una nación atrasada, muerta de hambre, menesterosa… En fin, la antítesis de lo que hoy creemos fue la espléndida -para algunos- Gran Bretaña de la era victoriana.
Y eso sólo porque en esa Historia alternativa la Armada venció a los elementos y Felipe II impuso su -desde el punto de vista anglosajón y protestante del autor de “Pavana”- tiranía católica…
La cosa, en términos históricos, no puede ser más absurda (y eso aún dejando aparte el “nadar y guardar la ropa” del autor de “Pavana” que, al final, viene a decirnos que lo que dijo no era lo que quería decir, etc…). Pero, en efecto, funciona, como señalaba el profesor Pérez.
El Mundo hoy está lleno de anglosajones que creen que, de lo ocurrido en 1588, se derivo la actual pretendida importancia del mundo anglosajón. Lo creen gracias a “Pavana”, escrita hace menos de cincuenta años, o gracias a epígonos de esa novela como “Britania conquistada”, o a la aún más reciente y explícita “Elizabeth”. Libros y película que se hacen eco de una interpretación de la Historia del siglo XVI absolutamente sesgada. Infame en términos de análisis histórico serio, ya que esa lectura de la llamada “Armada Invencible” y su resultado, no se corresponde con el posterior desarrollo de los acontecimientos históricos, que descarrilan, por completo, las simplistas tesis de “Pavana” o “Elizabeth”.
En efecto, tras la Armada hubo al año siguiente, en 1589, una Contraarmada inglesa, dirigida por Raleigh, Drake y otros supuestos “héroes protestantes”, adalides también supuestos del progreso humano en los tres siguientes siglos.
Su objetivo era hacer lo mismo que pretendía la Armada, pero al revés. Conquistar todo lo que se pudiera de España y Portugal -entonces unidas bajo un solo rey-, aniquilar la flota española en los puertos, destruir los astilleros en los que se rehacían los destrozos del año anterior, etc… Nada de eso ocurrió. Ante La Coruña la flota inglesa recibió una soberana paliza. Otro tanto ocurrió en Lisboa y así sucesivamente.
Ustedes nada saben de eso, seguramente, porque la difusión de tales hechos no ha tenido -es curioso, ¿verdad?- la misma difusión que sí han tenido, por ejemplo, “Pavana” o “Elizabeth” y así sigue predominando esa versión de los hechos sesgada, absurdamente sesgada, desde el siglo XIX.
¿Hay remedio, se preguntan ustedes?. Lo hay, pero la decisión está en sus manos. Se han publicado, y están a punto de publicarse, obras sobre la Contraarmada a las que deberían prestar toda la atención que merecen. Podrían leer, por ejemplo, la novela que Edward Rosset -medio anglosajón él- publicó hace poco sobre esa Contraarmada. O la que ahora mismo está a punto de sacar sobre ese tema el abogado y novelista donostiarra Juan Pérez-Foncea. También valdría que se absorbieran en la trilogía de “Ladrones de tinta” de Alfonso Mateo Sagasta. Mejor aún sería que leyeran un libro de Historia que corrobora todo lo que pueden decirles esas honradas novelas históricas: “Contra Armada. La mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra” de Santos Gorrochategui.
En todo ese material encontrarán datos que demuestran que esa infame interpretación de la Historia a la que hacía mención el profesor Pérez -la que luego se difunde en artefactos como “Pavana” o “Elizabeth”- carece de fundamento histórico alguno.
Averiguarán en esas páginas, en efecto, que los lores espirituales y temporales de Inglaterra eran corruptos hasta la médula. Corrupción que condujo al estrepitoso fracaso de la Contraarmada bajo el fuego de la Artillería española. Así, tras engañar a “Elizabeth” sobre el verdadero fin de esa Contraarmada -saquear y obtener botín-, no tuvieron inconveniente en recibir órdenes de España durante el siguiente reinado -el de Jacobo I- a cambio de dinero para someter los designios de Inglaterra a los de la corte de Madrid. Lo cual incluyo en el lote, por ejemplo, la ejecución de uno de sus colegas, el ya mencionado sir Walter Raleigh, por haberse atrevido a entrar en territorio español a la búsqueda de Eldorado.
En definitiva aprenderán en páginas como esas que se perdió la batalla de la Armada pero no la guerra, que, después de todo, sin necesidad de invasión alguna, Inglaterra sí quedó aplastada por el peso de las armas españolas durante muchos años. Y sin embargo, ya ven, nada de lo que se cuenta en “Pavana” llegó a ocurrir. Y no ocurrió porque sencillamente lo que sostiene esa espuria intelectualidad anglosajona y protestante -que los países católicos y mediterráneos representan el atraso- carece de cualquier fundamento histórico.
Como nos lo hubiera dicho Joseph Pérez de haber tenido más espacio en aquella entrevista de 22 de octubre de 2014, desmintiéndonos así uno de los grandes bulos históricos que, por desgracia, aún enturbian nuestro presente, entorpeciendo asuntos tan serios como, por ejemplo, la consolidación de la Unión Europea.