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Bienvenidos a la Primera Guerra Mundial. Notas sobre una lección de Historia de la escuela “Anne-Frank” (1914-2014)

Por Carlos Rilova Jericó

El miércoles, en el Telediario matinal de Antena 3 dieron una noticia de lo más curiosa.

Una de las escuelas francesas, la “Anne-Frank” (para nosotros Anna Frank), que aplica métodos digamos innovadores, o poco ortodoxos para algunos, decidió enseñar a sus alumnos qué había sido la Primera Guerra Mundial sin recurrir a los libros, apuntes y lo demás habitual en la Pedagogía al uso, según contaba su profesora.

Bien, y ya se estarán preguntando en qué consistía esa enseñanza innovadora de ese gran conflicto -gran en el mal sentido de la palabra- que ha cumplido cien años en este de 2014 al que le falta ya poco para acabar y dar paso a otro centenario sonado, como lo será el de la batalla de Waterloo. Y debería serlo también -si el papanatismo fuera una enfermedad cultural menos extendida en España- el de la campaña de 1815. La última contra Napoleón, vivida por muchos territorios europeos, a veces tan lejos de Bélgica como el País Vasco, Cataluña…

Pero volvamos a la “Gran Guerra” y cómo es enseñada por algunos profesores franceses.

Por lo que se veía y se contaba en televisión, los profesores habían hecho cavar  -en el patio del colegio, según el blog “Journal d´un prof de Histoire” de Bernard Girard- una trinchera real. Con sus medidas, sus sacos terreros, sus alambradas y etc…

La cosa se llevó hasta los extremos, proporcionando a los alumnos una noche seguramente inolvidable por muchas razones. Para empezar a las cinco de la tarde y después de cavar la trinchera y mirarla con cara de haber entendido, al fin, de qué iba todo eso de la Primera Guerra Mundial, no te podías ir a casa.

Ni mucho menos. La lección consistía en quedarse allí toda la noche y dormir por turnos. Cuando no estabas sobre un montón de paja tratando de dormir, debías estar apostado entre las troneras abiertas en la línea de sacos terreros con una réplica en madera de un fusil de la época.

Para darle más realismo a la cosa los profesores aportaron otros elementos digamos didácticos.

A saber: tableteo constante de ametralladoras, nubes de humo para simular ataques con gas y petardos arrojados a la trinchera para que sus alumnos se hicieran una idea de lo difícil que era dormir mientras el enemigo te estaba bombardeando toda la noche. Dormir, o sobrevivir en tu puesto de guardia, que también era bastante difícil.

¿Qué más se puede decir de esto?. Pues por mi parte, y sin que sirva de precedente, que hay que felicitar a estos colegas franceses por la original iniciativa. Seguramente sus alumnos se quedarán, para los restos, con una idea bastante exacta de qué fue, realmente, la “Gran Guerra” para miles de personas hace cien años.

Cuando cojan un libro sobre el tema -ya sea una novela, un libro de texto, un manual, una de las muchas monografías que se han publicado al calor de este centenario…- tendrá mucho más significado y sentido para ellos que para los alumnos que han estudiado el tema como una lección teórica más.

¿Aprenderán así a odiar y temer las guerras como parece que es el objetivo final de esa lección práctica?.

Ahí ya no me atrevo a decir nada. Probablemente, como suele ocurrir con todo el que pasa por una reconstrucción histórica de una batalla -sea más sofisticada, o menos, como es el caso de este experimento francés- es muy probable que se les hayan quitado las ganas de ir a ninguna guerra -o fomentarla- a los agotados, helados, azorados, alumnos que han tenido que cavar una trinchera y luego intentar dormir en ella sobre paja, con ruido de ametralladoras y explosiones de fondo, más nubes de humo parecidas al gas tóxico usado en la “Gran Guerra”.

Sin embargo, con las guerras pasa lo mismo que con los demás negocios de los seres humanos. Es decir, que aunque no lo parezca, son un asunto tan complicado como lo puede ser, por poner un ejemplo, la fluctuación del mercado de valores mundial.

En efecto, hay un Pacifismo un tanto simplista que considera -ya lo he comentado por aquí alguna vez- que las guerras son “absurdas”. Suele hablarse en esos casos también del “sinsentido de las guerras”…

Sin duda, esa es la impresión que muchos que han pasado por esa experiencia, la de la guerra, -incluso por la de una reconstrucción histórica más o menos sofisticada- sacan de todo ese asunto.

Ahora bien, está igualmente demostrado, históricamente, que a otros la Guerra les gusta. De forma íntima, visceral. Cualquiera que haya estudiado las guerras napoleónicas -vamos a decir que ese es el caso del que estas líneas escribe- se ha encontrado, tanto en documentos como en la Literatura generada a partir de ellos, con  casos absolutamente verídicos -de alguno de ellos les hablé en un artículo titulado “Moda vasca para el año 1815”- de gente que no quería saber nada de volver a sus granjas -si las tenían-, sus talleres, su vida digamos “normal”… incluso con sólo algo más de un año de servicio en aquellas guerras napoleónicas.

Sí, Robert Mitchum lo decía de manera lapidaría en una película, “Anzio”, sobre la segunda edición -corregida y aumentada- de la “Gran Guerra”: las guerras existen porque a los seres humanos les gusta matar…

Y una cosa lleva a la otra, y por esa razón, porque el hombre ha encontrado durante siglos razones para matar, ocurrió lo que ocurrió hace ahora hace cien años, cuando muchos de ellos -los alemanes y austriacos como agresores, los belgas, franceses, británicos… como agredidos que se defendían- soportaron cavar trincheras, piojos (“totos” los llamaban cariñosamente los soldados franceses), pulgas y otras alimañas, gases tóxicos, bombardeos masivos, cargas a la bayoneta contra nidos de ametralladoras, bombardeos de aviones y tanques, etc., etc…

No sólo durante una instructiva noche sino durante muchas más. Años en el caso de los que tuvieron la suerte de sobrevivir…

Esa es la otra cara de esta lección de Historia tan innovadora para la que, de momento, parece no haberse encontrado solución ni una didáctica adecuada.

¿Será cosa de los recortes presupuestarios selectivos para Educación y Cultura de los que algunos y algunas no quieren ni siquiera oír hablar, sintiéndose molestos y molestas cuando se les ponen ante sus distraídos ojos, que sólo ven el problema presupuestario cuando afecta a sus afines políticamente?. El tiempo y las urnas nos lo dirán.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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