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Carlos Rilova

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Una historia sombría. ¿De qué agujero del Tiempo ha salido “50 sombras de Grey” y su éxito en taquilla?

Por Carlos Rilova Jericó

En realidad no quisiera meterme en este jardín histórico, que lo es, ya lo verán. Pero la verdad, me resulta bastante difícil sustraerme a la, como decían en el Tardofranquismo, “ola de Erotismo que nos invade”.

Bueno, no quisiera ponerme nostálgico pero, la verdad, aquel lamento “ultra” por la “ola de Erotismo” suena hasta agradable hoy día, si nos ponemos a considerar el rotundo éxito en taquilla -como no podía ser menos, dados los medios empleados- de la adaptación al cine de “50 sombras de Grey”. Primera novela de la famosa trilogía literaria dedicada por una fan de la saga “Crepúsculo” -mal empezamos- a los gustos peculiares en cuestiones ¿amorosas? de un tal señor Grey.

Llevo años pasmado ante el éxito de esas novelas de Grey, viendo la cosa, como las suelo ver, desde la perspectiva de la Historia, que de eso suele ir esta página, como supongo ya se habrán dado cuenta.

Sí, confieso que me leí el primer capítulo de la primera novela. No más. Principalmente para confirmar lo que ya me imaginaba y denunciaba este mismo martes Javier Vizcaíno en “Noticias de Gipuzkoa”: que somos una sociedad sexualmente reprimida, hasta extremos insondables. Una situación verdaderamente asombrosa para una civilización como la nuestra, en la que no existen ya instituciones encargadas de velar por eso que se llamaba “la moral pública”. Sean las distintas inquisiciones -eso de que sólo existía la española es un trauma mal curado de la Psicología colectiva anglosajona, que aún no ha superado su pavor a la famosa Armada Invencible- o las Ligas de Temperancia, tan populares en los Estados Unidos de principios del siglo XX.

Las masas acudiendo a consumir porno blando -que eso es, al fin y al cabo, “50 sombras de Grey”-, no hacen sino confirmar que no vamos hacia delante en estos temas, sino más bien hacia atrás.

Así es, puede que la hoy feliz autora de la millonaria trilogía de “50 sombras de Grey” no lo sepa -y seguramente, si lo sabe, le dará igual- pero en el siglo XVIII lo mejor que le podría haber pasado es que se hubiesen reído de su ingenua y a la vez perversa historieta.

En efecto, hace trescientos años, quienes se podían permitir perder tiempo en estas cosas -generalmente los estratos medios-altos de las sociedades europeas- consideraban la práctica sexual como una especie de Arte. Casi del mismo modo en el que Thomas de Quincey consideraba al asesinato.

Uno de los investigadores que más han aportado a ese tema es Jean-Luc Quoy- Bodin, que escribió un bello artículo sobre ese aspecto de la Francia del siglo XVIII en el número de julio-septiembre de 1986 de la “Revue Historique”.

Sí, Quoy-Bodin nos decía, por ejemplo, que la ociosa nobleza francesa de ese siglo tan luminoso para tantas cosas, el XVIII, formó sociedades secretas cuyo objetivo era que hombres y mujeres se encontrasen y, sin atender a otras cuestiones, liberasen eso que se llama “tensiones sexuales” en un ambiente muy dieciochesco, en el mejor sentido de esa palabra. En muchos de esos casos todo aquello estaba revestido de un elegante e inequívoco ritual y con unas normas en las que -por difícil de creer que les resulte- se pedía, ante todo, mutuo acuerdo entre los integrantes de la pareja que se iba a formar y la búsqueda de eso que, años después, consagraría la constitución de los revolucionarios americanos, hijos de aquel Siglo de las Luces. Es decir: la búsqueda de la Felicidad. En su caso por medio de la placentera actividad.

Las normas vigentes en sociedades como aquellas eran todo discreción y ritual destinado a la búsqueda de esa felicidad igualitaria y desinhibida entre ambos sexos. Así, la mujer era representada en algunas de esas normas como una bahía a la que debía arribar el hombre que ella eligiera, que era definido en el lenguaje convenido de alguna de aquellas amigables sociedades como “bajel”.

La evidente metáfora náutica recordaba a los participantes que todo aquello se haría con la misma delicadeza y mano izquierda que un capitán de barco de la época necesitaba para llevar a puerto seguro un barco.

Y así podríamos seguir hablando de ese tema mucho más tiempo, porque, por ejemplo, el artículo de Quoy-Bodin entre otros textos, reflejaba casi todas las variantes de ese juego sexual tan sofisticado y propio de una época que, vista desde la distancia, subidos al montón de borra formado por novelas y películas como “50 sombras de Grey”, nos parece -nos debería de parecer, al menos- mucho más civilizada.

Sí, es realmente triste constatar que, dos siglos después de una revolución que acabó con las injusticias políticas que mantenían en el poder a esa nobleza ociosa y dedicada a juegos de salón como esos, el mayor avance que hemos conseguido en un tema tan importante para la especie humana -como lo es la actividad sexual- es que la mujer encuentre, como fuente suprema de placer, ser dominada por un hombre más poderoso que ella. Convirtiendo así en normal lo que el siglo XVIII -con todas sus carencias políticas, con la desigualdad de fondo existente para la mujer…- consideraba profundamente anormal. Como bien se vio por las tribulaciones sufridas por uno de los principales propagandistas de ese juego ahora baboseado por la trilogía de “50 sombras de Grey”. Un tal marqués de Sade que dio con sus huesos en la Bastilla y aún peores instituciones, porque, como se suele decir, se había pasado de frenada con el género erótico -Literatura de tocador, lo llamaban- tan en boga en la época como para dar lugar a obras más sublimes como “Las amistades peligrosas”.

Sí, “50 sombras de Grey” es realmente un mal síntoma sobre lo rápido que se degrada la inteligencia, la cultura más básica, en nuestra sociedad. Hace tan sólo dos décadas asistimos a algo parecido con “Instinto básico” -otra película que, como ahora “50 sombras de Grey,” era “la bomba” porque la bella Sharon Stone cruzaba las piernas mostrando a los policías que la interrogaban que no llevaba ropa interior…¡ahí era nada!- pero entonces, al menos, había también en  las salas dos versiones distintas de “Las amistades peligrosas” que fomentaron, no hay mal que por bien no venga, la reedición del libro de Pierre Choderlos de Laclos y el conocimiento de aquella época -el siglo XVIII- algo más madura en ese aspecto que nuestra, supuestamente, más avanzada sociedad.

Hoy ni siquiera eso. Mal síntoma. Muy mal síntoma de la falta de educación cada vez mayor que padecemos para afrontar una cuestión fundamental para que una sociedad, nos guste o no esa evidencia, pueda funcionar correctamente y no acabe cayendo en la anomia, que es el destino al que parece nos dirigimos con “fenómenos” tan vacuos, tan peligrosamente vacuos, como “50 sombras de Grey”. Todo un mal síntoma, en efecto, de retroceso en el proceso histórico de civilización desarrollado entre 1715 y 2015.

Echen la vista atrás sobre esos trescientos años y piensen qué hemos ganado y qué hemos perdido en ese vagar por los siglos, desde sociedades secretas pero dedicadas a buscar la Felicidad en las relaciones libres y más o menos igualitarias entre sexos, a la exhibición y exaltación pública del dominio perverso de un hombre poderoso sobre una mujer “inferior” en la escala social como supremo mito erótico de una sociedad -la nuestra- que parece tener flojo algún tipo de tornillo sociológico, cultural, económico… para caer en tales abismos.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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