Por Carlos Rilova Jericó
Este sábado ya sabía, o casi, de qué iba a hablar este lunes: de trenes, máquinas de vapor y otros artefactos que, allá por 1830, empiezan a cambiar la faz del Mundo que había sobrevivido, hace 15 años, a las guerras napoleónicas.
No tuve que ir muy lejos, ni en el espacio ni en el tiempo, para comprobarlo. Me bastó con acercarme al circuito de Iraeta, donde la encomiable iniciativa de la Asociación de trenes a escala 5” de esa localidad, liderada en esta ocasión por Aritz Irazusta, un joven diseñador industrial con verdadero interés por la Historia y la Historia de las máquinas con las que trabaja, llevó a cabo este sábado una de esas cosas tan comunes, por ejemplo, en Francia o en Gran Bretaña y esos otros países en los que la Cultura no se considera un lujo superfluo ni una afición tonta y sin ningún valor estratégico.
En efecto, a una escala, de momento, más modesta, en ese circuito se recrean, a distinta escala (valga la redundancia), máquinas de vapor, ferrocarriles, objetos industriales, en fin, que nos ayudan, como una especie de brújula histórica en el Tiempo, a adquirir conciencia de quiénes somos gracias a esa lección de Historia física, visible, tangible, audible…
Y allí, y en el Museo del Ferrocarril de Azpeitia, estuve, para ayudar, en lo posible, a que ese esfuerzo histórico, en todos los sentidos, se vaya asentado, cada vez más, año tras año, pues 2015 sólo ha sido el comienzo de las carreras de trenes de Errezil que tratan de conmemorar, en nuestras latitudes, las famosas carreras de Rainhill en las que se ensayaban los primeros trenes a vapor británicos allá por 1829.
No diré mucho más, creo que las imágenes de mis paseos por distintos trenes a vapor, de distinta escala, hablan por si solas.
Este sábado se trazó por allí una reconstrucción histórica tan minuciosa como fue posible, a la que concurrieron, por orden descendente de importancia, todos los personajes de aquella época en la que las máquinas de vapor crean el Mundo de abundancia en el que viven hoy, todavía, algunos países (parece ser que cada vez menos a causa de ciertas mentes obtusas que, como ya he dicho, creen que la Historia no trae consecuencias).
Así tuvimos en el circuito de Iraeta a reconstructores que figuraban ser los inversores dueños del ferrocarril (señor y señora de Lasala y Urbieta en este caso, siquiera sólo fuera para recordar al público allí presente que el primer ferrocarril a vapor de Nueva York -sí, Nueva York- fue financiado, en 1830, por ricos comerciantes guipuzcoanos como aquel), ingenieros -una pieza fundamental en aquel proceso sin el cual el dinero no hubiera producido más dinero convirtiéndose en vapor y de vapor en energía motriz- y sufridos trabajadores de aquel invento extraordinario que revoluciona los transportes acortando distancias. Gentes éstas, extraídas del mundo rural la mayoría de las veces, que se llevaron la peor parte de aquel magnífico nuevo negocio y, sólo por eso, deben ser recordados especialmente.
Tal y como reclamaba el famoso poema de Bertolt Brecht en el que se pregunta por los obreros que construyeron Tebas, las Pirámides y todas las cosas que en el Mundo han sido.
Todos los y las presentes allí hicieron posible esa ceremonia del recuerdo este sábado y para que los hechos y las palabras no se las lleve el viento del Tiempo era preciso que hoy, aunque fuera en muy pocas líneas, lo contase, lo dejase dicho para que estos actos de recuerdo de quiénes somos, del punto del que hemos salido y al cual hemos llegado, no se olviden.
En definitiva, para que el año que viene, en la segunda edición de las “Errezil trials”, haya en el circuito de Iraeta y en el Museo del Ferrocarril de Azpeitia más visitantes que se instruyan, con poco esfuerzo, sobre los hechos que dieron lugar al mundo en el que ellos viven ahora y de cuya Historia fueron parte, aunque, con el paso de muchos años nefastos y los malos consejeros, lo hayan lamentablemente olvidado.