Por Carlos Rilova Jericó
De momento hay un acuerdo internacional en la opinión pública por el cual se considera que Estados Unidos, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, puede considerarse una potencia imperialista pero no un Imperio como tal.
Especialistas en Política como Raymond Aron fueron algo más lejos y se atrevieron a definir a esa potencia -dominante todavía hoy en el Mundo- como “República imperial”. Una aparente contradicción muy gráfica sin embargo.
El caso es que, pese a todo, resulta que en Estados Unidos hubo un emperador que se alzó en el Oeste del gran país poco antes de la guerra civil acabada en el año 1865.
Esta figura que, seguramente, sonará a los seguidores de la popular serie de cómic Lucky Lucke -ya saben, el vaquero que dispara más rápido que su propia sombra- fue comúnmente conocido como “Norton I”.
Goscinny y Morris, respectivamente guionista y dibujante de esa serie de aventuras en viñetas con la que se puede aprender tanto del “Salvaje Oeste” como de la Historia del Imperio Romano con Astérix, lo convirtió en un memorable episodio titulado “El emperador Smith”.
En ese álbum de la serie Lucky Lucke, Smith es un ganadero de Grass Town, un pueblo que el vaquero que dispara más rápido que su propia sombra visita en su largo, largo viaje de vuelta a casa que, para fortuna de los numerosos seguidores de sus aventuras, nunca parece ir a acabar.
El susodicho Smith ha organizado en esa localidad en la que, como reza en su cartel de entrada, “se ahorca a todas horas”, eso que ahora llamamos reconstrucción o recreación, traduciendo la palabra anglosajona “reenactement” que, de unas décadas a esta parte, se ha convertido en una afición bastante extendida y consistente en tratar de reconstruir -de “reactuar”- fielmente determinado episodio histórico. Por lo general, distintas batallas famosas. Desde las de Crécy y Azincourt en la Edad Media a Waterloo, pasando por toda una gama que incluye el Imperio Romano, la Guerra de Secesión, diversos episodios de la Primera y Segunda Guerra Mundial, etc…
El caso del emperador Smith es, sin embargo, algo ligeramente distinto a eso. Su grupo, formado por los trabajadores de su inmensa hacienda ganadera, y él mismo, tienen mucho que ver con los actuales grupos de reconstrucción, pero el trasfondo de su historia varía bastante.
Smith está un poco chiflado. Cree realmente ser un verdadero emperador. Considera así que el presidente Ulysses S. Grant es un usurpador, que él -Smith- tiene derecho a todo Estados Unidos para constituir su imperio y espera conquistarlo con sus hombres vestidos, de un modo un tanto incongruente, como soldados franceses de época napoleónica.
Algo bastante difícil… a pesar de que ha tenido la precaución de armarlos con Artillería y fusiles bastante más modernos.
Como suele ser habitual en las historietas de Lucky Lucke, el inefable y errante vaquero logra poner las cosas en su sitio tras castigar a los malvados que tratan de aprovecharse de la manía del demenciado Smith.
En la realidad en la que se basó este episodio de la serie, las cosas fueron bastante distintas.
Morris y Goscinny cuentan en una nota final muy de agradecer, que todo el álbum se basa en la verdadera Historia de un inglés, Joshua A. Norton, nacido -según todos los indicios razonables- pocos años después de la derrota definitiva de Napoleón -uno de los escasos biógrafos de Norton en lengua española, Xavier Deulonder, baraja los años 1811 y 1818- apenas dos antes de que el emperador muriera en el exilio de Santa Elena al que se le había condenado en 1815.
Norton emigró, como tantos otros británicos, españoles, italianos, alemanes, franceses… a Estados Unidos, atraído por la llamada “Fiebre del oro”, llegó a California y allí se hizo rico comerciando gracias a las hordas de buscadores que se abalanzaron sobre la Alta California que ya formaba parte, de facto, de los Estados Unidos tras la reciente guerra con la república mexicana en 1848.
Después las cosas le fueron mal, se arruinó y enloqueció. Según parece. De ese modo, durante cerca de cuatro décadas, entre 1859 y 1880, anduvo por el San Francisco post-fiebre del oro contando a quien quisiera oírle que él, Joshua A. Norton, era el emperador de Estados Unidos.
Una manía verdaderamente curiosa con la que, de todos modos, este hombre logró sobrevivir a su maltrecha situación, consiguiendo que aquellos que escuchaban sus demenciales delirios le pagasen algún convite en los numerosos salones que proliferaron gracias al pujante puerto de la ciudad y las sedientas tripulaciones que lo visitaban, le prestasen dinero en calidad de empréstito gracioso -sin fecha de devolución ni intereses, por supuesto- a la casa imperial de Su Majestad Norton I, y así sucesivamente…
Al igual que el emperador Smith de Morris y Goscinny, Norton, como nos cuenta la documentada biografía de este personaje firmada por Xavier Deulonder, llevó su locura hasta el punto de cartearse y telegrafiarse con dirigentes de su época que él consideraba sus iguales o incluso sus inferiores. Es decir: Napoleón III, la reina Victoria -que según señala Deulonder podría haber sido la única en responderle y con la que se decía que iba a casarse Norton-, el propio presidente Grant o bien su predecesor Abraham Lincoln o su antagonista, el presidente confederado Jefferson Davis…
Así, a mitad de camino entre lo trágico y lo cómico, la miseria y el esplendor, transcurrió la vida de Norton I, que acabó en el lugar donde había pasado la mayor parte de su tiempo tras arruinarse: en una oscura calle de San Francisco, no muy lejos del cuarto de una pensión de esas que tan famosas han hecho películas del llamado “Western crepuscular”, desde “¡Dispara Billy, dispara!”, hasta la versión de los hermanos Coen de “Valor de ley”.
Lo que realmente fue imperial, tal y como nos cuentan también Morris y Goscinny en su nota final a “Emperador Smith” o Xavier Deulonder, fue el entierro de Norton en aquel año 1880. Acudieron a él miles de personas de aquel pujante San Francisco de la “Belle Époque” que consideraban al finado y falso emperador de Estados Unidos como parte, entrañable, del folklore local. Los principales comerciantes de la ciudad incluso abrieron una suscripción para que se le enterrase con toda la pompa y esplendor en el cementerio masónico de San Francisco. Eso, a pesar de que, como recuerda Xavier Deulonder, había, y hubo hasta los años setenta del siglo pasado, bastante polémica en torno al origen judío de Joshua Norton.
Yo les dejo aquí por hoy, para que puedan saborear mejor esta Historia poco conocida del que, de momento, ha sido único emperador de los Estados Unidos. Para que piensen si se trata de una anécdota curiosa o de un fragmento de la gran Historia que pueda enseñarnos algo valioso.