Por Carlos Rilova Jericó
No he salido de mi asombro desde el día 12 de octubre, así que no me ha resultado nada difícil escribir este nuevo correo de la Historia. El asombro ha venido tanto de las reacciones ante la celebración del 12 de octubre de representantes de alguno de esos que han llamado “partidos emergentes”, como de la destrucción a golpes, en tan señalada fecha, de una placa conmemorativa que -al parecer desde 1963 hasta 2013- estuvo emplazada en una de las paredes del antiguo castillo de San Sebastián.
Tanto una cosa como la otra -los exabruptos anti 12 de octubre, como la “purificación” a bastonazos de la Historia- parecen proceder del mismo lugar histórico. A saber: un país que no ha superado el trauma de la guerra civil de 1936-1939 ni, de hecho, el de todo el desarrollo de acontecimientos históricos que provocaron esa guerra.
La reacción, vía Twitter, de la alcaldesa de Barcelona o del alcalde de Cádiz, y otros, frente a la conmemoración del Descubrimiento de América tiene mucho que ver, lo sepan ellos o no, con la reacción ante un régimen -el franquista- que desde sus orígenes hasta el final, en 1975, estuvo vendiendo -o más bien haciendo tragar- una versión de la Historia de España en la que ese Descubrimiento de América era lo mejor que les podía haber pasado a los americanos -por darles algún nombre- que allí estaban un 12 de octubre de 1492. Cuando Cristóbal Colón se topó con ese continente tratando de encontrar una ruta alternativa a Asia, a los ricos puertos comerciales de la India, Cipango y Catay (respectivamente Japón y China) que, entonces como hoy día, eran el núcleo de la riqueza comercial mundial.
Ciertamente esa versión de los hechos históricos dada por el Franquismo es sencillamente infumable desde el punto de vista histórico. Lo cierto, contado desde la Historia -una trabajosamente documentada por muchos historiadores españoles, anglosajones, franceses…- es que Castilla, que no España -pues entonces aún estaba formándose como tal y la corona de Aragón quedó al margen del asunto hasta por lo menos el siglo XVIII- se impuso en lo que se llamó América de un modo que poco tiene que ver con el genocidio total que se vislumbraba en los tuits de la sra. Colau y del sr. “Kichi”.
A ese tema del genocidio Castilla llegaba tarde. Se le habían adelantado los llamados, por algunos, nazis de la América precolombina. Es decir, los aztecas, que habían masacrado y sometido todo lo que se les puso por delante entre el actual Nuevo México y las selvas centroamericanas.
La facilidad con la que la aventura de Hernán Cortés triunfa en el actual México tuvo mucho que ver con eso. Los tlaxcaltecas acudieron en su ayuda sin pensárselo dos veces porque tenían muchas facturas atrasadas que pasar a los aztecas. Casi tantas como los franceses les pasaron a los alemanes desde que el “Día-D” triunfa en 1944.
Los ejemplos se pueden multiplicar. España no masacrará a la nación comanche -dueña de un gran imperio también establecido por la fuerza sobre el Medio Oeste norteamericano- sencillamente porque los comanches supieron resistir con éxito el avance español, creando una línea de contención donde ambos imperios, el comanche y el español, se miraron a cara de perro durante todo el siglo XVIII y parte del XIX, como bien lo explica el doctor Hämäläinen en su libro así titulado, “El imperio comanche”. Con lo que ya no pudieron los comanches fue con los colonos ingleses independizados de Gran Bretaña en 1781 (con la inestimable ayuda española, como ya hemos comentado alguna vez).
Lo mismo pasó en Argentina o en el Sur del actual Chile. Fueron las burguesías criollas del XIX las que masacraron, tras sus respectivas independencias, a los pueblos americanos que habían resistido hasta entonces, o retomaron la conquista violenta en el punto en el que los españoles la habían dejado porque ya no era rentable o las Leyes de Indias, promulgadas para proteger a los nuevos súbditos que la Corona de Castilla arrancaba a los imperios azteca e inca, impedían llevar las cosas más lejos. La Historia de América tras la llegada de los europeos -castellanos, españoles, franceses, anglosajones…- es así de compleja e incluso más.
El rechazo en bloque de la fecha del Descubrimiento como símbolo nacional puede parecer legítimo, pero no desde luego justificándolo en simplificaciones como la de dar por bueno un genocidio más que discutible. Eso es tan mistificador y falseador como la versión edulcorada y gazmoña de aquellos hechos que estuvo vendiendo el Franquismo durante cuarenta años.
De hecho, ¿cuál es realmente el problema?. La sra. Colau y el sr. “Kichi”, ¿aceptarían, por ejemplo, que la fiesta nacional fuera en lugar del 12 de octubre el 19 de marzo, porque fue entonces cuando se inicia el régimen constitucional español?. Ante tal oferta quizás responderían que tampoco habría nada que celebrar porque esa fecha es la de la imposición de un régimen que surgía de una horrorosa guerra contra ciudadanos franceses, en la actualidad amigos y aliados, víctimas de la barbarie de un pueblo inculto y fanático, como se ve con claridad en los grabados de Goya…
Y así sucesivamente, pues esa escalada de absurdas interpretaciones de la Historia no se detendría ahí porque, sencillamente, venimos de una sociedad que no parece haber superado el trauma del ciclo de guerras civiles desencadenado desde el año 1823 que, finalmente, ha desembocado en un ambiente de intolerancia y enfrentamiento, en la incapacidad de ponerse en el lugar del otro y donde se trata de imponer los dogmas propios de cada cual sin ninguna clase de acuerdo.
Lo ocurrido en San Sebastián este puente con cierta placa conmemorativa de las guerras napoleónicas es un reflejo más de esa actitud tarada ante la propia Historia. Ese objeto histórico fue retirado por el gobierno municipal de Bildu en 2013 al considerarlo una lectura fascistoide de los hechos de 1813. Cuando Bildu se fue, la placa -o una, hasta ahora, misteriosa réplica suya- y la polémica volvieron. Hasta que alguien ha zanjado el problema destrozando ese documento histórico que no encajaba en su estrecho esquema mental.
Acaso el o los purificadores rompeplacas se crean unos perfectos adalides de la Libertad. Es fácil cuando se sabe tan poco de la Historia que uno cree estar limpiando. Si esos vándalos leyeran, por ejemplo, las “Siluetas románticas” de Pío Baroja tal vez descubrirían en la página 54 de la edición de 1934 la figura de un hombre de aquel tiempo del que, peor o mejor, hablaba la placa destruida. Se trataba del bandido Jaime el Barbudo que, como nos dice el siempre ácido Baroja, recorre en 1822 la sierra de Murcia “con el piadoso objeto de matar liberales y de romper las lápidas de la Constitución” para acelerar así la vuelta de Fernando VII como rey absoluto…
Ya ven los autores de la destrucción -unilateral y sin juicio previo- de la placa de la discordia en qué espejo se pueden ver reflejados. En el de un engendro político, otro más, de los muchos creados por un país en casi perpetua guerra civil -de baja o alta intensidad- entre 1823 y 2015.
Sólo ese desconocimiento de la propia Historia puede explicar tuits como los de la sra. Colau o el sr. “Kichi”, o la destrucción a bastonazos de lo que no es ya sino un documento histórico como el Coliseo romano, la playa “Omaha”, el Arco de Triunfo y un largo etcétera de objetos que sólo la incultura más negra puede exigir ver negados, machacados, quemados… borrados de la memoria colectiva.