El Día de Reyes y Victor Hugo. Un viaje del siglo XV al XXI recordando los viejos ritos del Mundo al revés | El correo de la historia >

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Carlos Rilova

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El Día de Reyes y Victor Hugo. Un viaje del siglo XV al XXI recordando los viejos ritos del Mundo al revés

Por Carlos Rilova Jericó

En ocasiones anteriores a ésta ya he hablado, en tal día como hoy, de cierto pasaje de la novela, acaso, más famosa de Victor Hugo: “Nuestra Señora de París”.

El pasaje en concreto está en los primeros capítulos de esa obra que ha tenido el honor de haber sido de las primeras en ser llevada  a las pantallas del cine e incluso tener una versión para la Infancia convenientemente edulcorada por Disney. Lo bastante como para despertar las iras de personajes tan irascibles como el académico de la Lengua sr. Arturo Pérez-Reverte.

Volviendo al pasaje en concreto de “Nuestra Señora de París”, lo que nos describe Victor Hugo es una tumultuaria fiesta que tiene lugar en los claustros de esa catedral y donde se demuestra, una vez más, el triste destino del campanero jorobado Quasimodo, convertido en el objeto de burlas muy soeces por parte de los estudiantes, el bajo pueblo de París y los órdenes inferiores del personal de servicio de la gran catedral que, de manera más o menos simulada, tenían permiso para hacerse con el control de la situación en esas fechas finales del calendario navideño, nombrando un  rey de la haba (ya hablamos de ese origen de la haba en el roscón de Reyes en otro correo de la Historia) que dictaba leyes absurdas, en las que el orden jerárquico era invertido.

Ese es el papel que se atribuye a Quasimodo, aunque en la práctica los granujas que lo nombran lo que hacen es utilizarlo como una marioneta interpuesta para burlarse de la autoridad establecida, sirviéndose del pobre campanero jorobado como parapeto.

Para todo lo demás Quasimodo se convierte en el objeto de crueles burlas que no hacen sino aumentar la aureola romántica del personaje. Justo lo que quería Victor Hugo precisamente, para que, como estaba mandado en los cánones de la novela precisamente llamada romántica (un adjetivo del que él se burla muy a gusto en “Los Miserables”), el protagonista tuviese un desgraciado destino que, como ocurre con el pobre campanero, está relacionado con un amor imposible de cumplir, como es su caso con la seductora Esmeralda.

Esa es la versión de los hechos por Victor Hugo. Como siempre suele ocurrir en Literatura, el genial novelista estaba reinterpretando, de acuerdo a las necesidades de su obra, una realidad palpable y tangible que, como no podía ser menos, difería bastante del cuadro literario que el autor, en este caso Victor Hugo, acabó por plasmar en su novela.

En efecto, en esos días de la Baja Edad Media había en toda Europa, tanto en París como en Pamplona, elecciones de falsos reyes e inversión de la autoridad siquiera sólo fuera por 24 horas como ocurre en “Nuestra Señora de París”.

Estudios como los de Mijaíl Bajtín o Peter Burke sobre la llamada “cultura popular” aclaran mucho sobre estas cuestiones entre otros muchos trabajos sobre el tema que, quienes tengan interés, pueden consultar acudiendo a una de nuestras grandes conquistas sociales: la biblioteca pública.

Aquí,  a falta de más espacio para hablar largo y tendido de ese complejo mundo de la llamada “cultura popular”, nos basta con saber que esa clase de ritual del rey de los locos, el rey del haba, en fin, el rey de pega que reinaba durante un día de los últimos del calendario navideño, existía y era nombrado y sembraba el desorden y el caos en medio de sociedades muy jerárquicas y bien organizadas. Como lo eran las europeas de la Edad Media y, en especial, ese importante microcosmos dentro de ellas, aún más organizado y jerarquizado, que era la Iglesia católica.

Durante ese día los chantres, sochantres, canónigos, misacantanos, presbíteros y demás superiores jerárquicos quedaban a merced de los órdenes inferiores de esa bien organizada microsociedad. Especialmente, campaneros, silleros, sacristanes… y de los estudiantes que en la época de “Nuestra Señora de París” dependían estrechamente de los claustros catedralicios, que era donde en principio se les formaba y de donde emergerán constituidas como tales muchas de las universidades que conocemos hoy día. Unas desaparecidas como la de Oñate en el confín Sur guipuzcoano y otras en pleno vigor como Cambridge, Oxford, La Sorbona parisina o Salamanca.

Y ahora les planteo una pregunta interesante ¿este ritual contribuyó a mantener el orden jerárquico, como cualquier otro carnaval, sirviendo de válvula de escape con ese pequeño día de la venganza del inferior hacia el superior, o, por el contrario, fue el principio del fin de esas sociedades jerárquicas y cerradas?.

La respuesta, en este caso, es afirmativa y negativa al mismo tiempo. Por un lado rituales como el descrito por Victor Hugo en “Nuestra Señora de París” ayudaban a mantener ese orden jerárquico, haciendo que el resentimiento social acumulado durante un año obtuviera cumplida venganza, restaurando un cierto equilibrio.

Por otro, lo cierto es que rituales como esos disgregarán ese orden jerárquico, a medida que en las sociedades europeas se consolidaba el avance científico -lento pero seguro desde finales del siglo XV, les sonará un tal Copérnico, clérigo, por cierto, él mismo- la Era de los Navegantes y los Descubrimientos y la ruptura de la hegemonía de la Iglesia al aparecer numerosas sectas protestantes que se dividían y atomizaban a su vez cada vez más desde el cisma provocado en los estados alemanes.

Así es, hay indicios bien estudiados en los que se detecta que, desde el siglo XVI en adelante, esos rituales que, en principio, lo volvían todo del revés para, como decía el sobrino del príncipe de Salina -ya otras veces citado por aquí- todo siguiera igual, se convertirán en algo más serio.

En Romans, una pequeña localidad francesa, su carnaval de 1580 desencadenó un proceso de revancha social que excedía, con mucho, a lo que el orden jerárquico que toleraba esos desahogos estaba dispuesto a aceptar.

Así, si leen un magnífico libro de Historia firmado por Emmanuel Le Roy Ladurie, titulado precisamente “El carnaval de Romans”, descubrirán que los artesanos de la ciudad, especialmente los que trabajaban en el sector textil pasaron de reclamar, bajo un disfraz de oso, un asiento más alto en el Consejo de la ciudad a desfilar por la calle no precisamente disfrazados sino perfectamente armados para enfrentarse con el patriciado urbano…

A partir de 1642, en Inglaterra, conmociones así se desbordaron completamente al calor de una larga guerra civil en la que los excluidos de los círculos de poder político, férreamente controlados por la Alta Iglesia anglicana y su jefe -es decir, el rey de Inglaterra- reclamaron cambios que llevaron a querer imponer un orden social menos jerarquizado no sólo durante fechas como el final del calendario navideño o el Carnaval, sino durante los 365 días del año.

Otro gran libro de Historia, éste firmado por Christopher Hill y titulado precisamente “El mundo vuelto del revés” (aunque la traducción española fue “El mundo trastornado”) describe cómo la sociedad inglesa se fragmenta en numerosas facciones que exigen más y más libertad, cada vez menos orden jerárquico y más organización horizontal de la sociedad, desde que el Parlamento inglés decide enfrentarse a Carlos I y sus intentos de imponer una monarquía absoluta al estilo francés y español.

Así, desde los nobles rebeldes a la autoridad real por sus propios intereses personales para abajo, aparecen facciones como la de los levellers (es decir, los niveladores) o, peor aún, los ranters (los deliradores) que exigen la propiedad común, el derecho de cualquiera a predicar en público y no sólo a los clérigos ordenados en universidades como Oxford y Cambridge y otros actos de rebelión como la instauración del amor libre…

Lo que viene después es la explicación de la génesis de la democracia occidental, poco a poco. En 1776 en las colonias inglesas, llenas de rebeldes alimentados por esa tradición y por el exilio impuesto por la dictadura cromwelliana que sustituye el Absolutismo real por el Absolutismo de un granjero puritano (que incluso prohibirá la Navidad, como ya les conté en el invierno de 2012-2013). Después en 1789 en Francia. De allí en el resto de Europa, empezando por España en 1812, y así sucesivamente, dando lugar a una Historia de guerras civiles, disputas, revoluciones.., que llenan los siglos XIX y XX y nos demuestran -¿o no?- que días como el del rey de la haba ya no servían para nada salvo como inocente fiesta de cierre de las Navidades.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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