Por Carlos Rilova Jericó
La semana pasada, en un contexto muy distinto al de este nuevo correo de la Historia, les hablaba de un gran libro de Historia, “El mundo trastornado” de Christopher Hill.
En él se recogió minuciosamente por dicho historiador todo lo relacionado con la llamada “franja lunática” de la revolución inglesa de 1642. Es decir, con los grupos más extremistas que suelen aparecer en los momentos de libertad ilimitada que llegan con esa y con todas las revoluciones. Los “ranters” por ejemplo. Un nombre que traducido viene a ser algo así como “los delirantes” o “los deliradores”.
Sin embargo no sólo de propagandistas del “amor libre” y otras extravagancias similares (extravagancias desde luego para la sociedad barroca, aunque a nosotros ya no nos lo parezcan) hablaba “El mundo trastornado”.
En efecto, en sus páginas también se aludía a otro gran problema filosófico de aquella época tan turbulenta para Inglaterra: el del que se llamará “Mecanicismo”. Es decir, una doctrina filosófica que se forja a medida que la sociedad occidental se mecaniza más y más y que, a causa de esto, empieza a reducir la visión del Mundo a algo parecido a un conjunto de engranajes y resortes, de, en fin, máquinas. Entre las cuales una de las más perfectas sería el cuerpo de los seres humanos…
Son los años en los que comienza a desarrollarse tanto la Anatomía (que trata de trazar el mapa, o el plano si se prefiere, de esa máquina humana) como otros artificios mecánicos muy elaborados.
De eso sabía un tanto, por ejemplo, Felipe II, que, mucho antes de que la revolución de 1642 plantease esos asuntos -por vía de artesanos itinerantes que van extendiendo ideas nuevas en una Inglaterra convulsionada- ya había indagado sobre la producción de robots (autómatas se los llamaba entonces) no sólo como curiosidad para divertir a la corte, sino al parecer incluso para usos militares.
Quizás el nombre de Juanelo Turriano (nacido en Milán en 1500 como Giovanni Torriani) no les diga mucho, pero debería decírselo ya que es uno de los primeros ingenieros que desarrolla en España lo que hoy llamaríamos Robótica, precisamente en los reinados de Carlos I y Felipe II.
A él se atribuye la creación del llamado “Hombre de palo”. Un ingenioso sirviente hecho de madera y con habilidades mecánicas.
De ese artefacto que, al parecer, hacía por Toledo lo que hacen hoy las estatuas vivientes que llenan nuestras calles, habría venido algo más: un plan de Felipe II para defender algunas posiciones del cada vez más extenso imperio español con artefactos similares que, cuando menos, ayudasen a los soldados de carne y hueso, a las verdaderas “máquinas humanas”, a defender esos puestos avanzados.
Bien, esos serían los comienzos de un asunto que esta semana pasada tomó un giro preocupante. Me enteré de él viendo un telediario matinal de Antena 3 en el que un profesor de la Universidad Carlos III, de apellido Balaguer y nombre Carlos, exponía sus ideas sobre el futuro de la Robótica, no sólo en España sino en el Mundo.
El corolario de la breve entrevista a este científico, director del Laboratorio de Robótica de esa Universidad Carlos III, se reducía a que no había nada que temer de la proliferación de autómatas y de la posibilidad de que estos nos sustituyeran.
Según el profesor Balaguer, en ese futuro en el que los robots podrían incluso actuar como psicólogos o artistas plásticos, habría muchos puestos que cubrir por los humanos… aunque lo cierto es que el profesor sólo acertó a citar dos profesiones que podrían desempeñar los humanos en ese futuro donde los robots no sólo harían tareas repetitivas, pesadas, en fin, mecánicas, sino también intelectuales…
Las profesiones en concreto eran las de ingeniero programador de esos cada vez más difundidos robots y la de experto legal para tratar con los problemas de seguros y similares asociados a estas máquinas que ya tendrían capacidad tanto para dar un diagnóstico psicoanalítico, como para pintar cuadros de todas las escuelas artísticas conocidas y, probablemente, de alguna por conocer…
El argumento en cuestión me pareció, cuando menos, preocupante. Me vinieron a la cabeza en ese momento muchas cosas vistas y leídas muchos años atrás.
Por ejemplo sobre Robótica y mecanización de la producción. Hace sesenta, cincuenta, cuarenta años, si se hablaba de robotización era para crear artefactos que liberasen -subrayo lo de “liberasen”- a los seres humanos de tareas repetitivas, mecánicas, que se consideraban embrutecedoras, y para que así trabajasen menos y dedicasen más tiempo a instruirse, a adquirir conocimientos, a ejercer y desarrollar eso que, dicen, nos diferencia de los animales y que es la capacidad de pensar, de reírse con un chiste o de disfrutar de un paseo por el campo o por un Museo…
Ahora resulta que no, que según el plan expuesto en la noticia de Antena 3, y que las declaraciones del profesor Balaguer corroborarían, el fin al que tiende la Robótica, y con ella la Historia humana, es a crear máquinas que sustituyan a los seres humanos en todos los campos. No sólo en la limpieza de alcantarillas o en el montaje en cadena, sino a la hora de pintar un cuadro o psicoanalizar a alguien, entrando en el peligroso terreno de pensar por nosotros…
De ahí, visto en perspectiva histórica, sólo hay un paso a futuros catastróficos imaginados desde Julio Verne hasta la saga de “Terminator”, pasando por “Fundación y Tierra” del eximio bioquímico (además de novelista) Isaac Asimov, que algo sabía de Robótica…
Todo ellos tienen en común algo: el futuro es un futuro en el que las máquinas y la técnica han dominado al ser humano. Bien doblegando su espíritu, abotargándolo y reduciéndolo a un simple instrumento de calcular sin interés por la Historia, el Arte, la Filosofía, etc… como se ve en el “París en el siglo XX” de Julio Verne, bien atacándolo y destruyéndolo físicamente, como en la saga de “Terminator”, considerándolo prescindible (no necesitando ni siquiera ya que actúe como ingeniero programador), bien sirviéndolo pero al mismo tiempo reduciéndolo a una condición de pobre criatura valetudinaria que no es nada, que es incapaz hasta de defenderse, sin la ayuda de un robot, como Asimov lo describía en su “Fundación y Tierra”…
Y aquí surgen las preguntas: ¿es ese el futuro que queremos?. ¿Uno en el que la palabra “humano” ya no significa nada y nos autodestruimos entregando el control de la situación a instrumentos que en origen fueron creados por nosotros?.
No se me ocurre cosa más absurda. Que la Historia humana tenga ese final que se parece mucho a un suicidio colectivo, en el que todo lo que hemos sido durante siglos parece no tener más sentido que ser los precursores del Mundo de las Máquinas.
Depende de nosotros, naturalmente, que eso sea o no sea así. El problema, sin embargo, el gran problema para que ese final absurdo de la Historia humana no sea así, es el que Arnold Pacey -un ingeniero con un gran conocimiento de la Historia- describió en “La cultura de la tecnología”, o en su obra más histórica “El laberinto del ingenio”. En esos libros nos hablaba de “visión en túnel”. Es decir, de algo tan absurdo, antieconómico y contraproducente como la incapacidad de los dedicados a la Ingeniería y otras ciencias mecánicas (por así llamarlas) de prever el fin último de lo que hacen. De las consecuencias buenas o malas, más allá de los cálculos matemáticos, que puedan generar una obra de ingeniería o, ya que de eso hablamos, una máquina que sea capaz de aprender por sí sola y, en definitiva, pueda sustituir a los seres humanos en todos los sentidos…
¿Es obedecer a esa idea absurda, antihumana, para lo que hemos sobrevivido a siglos de plagas, hambre y guerra?. ¿Las máquinas que debían hacernos todo más fácil, pasarán de ser meras herramientas a nuestro servicio a ser nuestros amos, a decretar que ya no somos necesarios ni siquiera como ingenieros programadores?.
Piensen muy bien la respuesta a esa pregunta (empezando por los que se dedican al desarrollo de la Robótica) porque de ella puede depender algo tan elemental como nuestra propia supervivencia. ¿O acaso ya hemos perdido ese instinto tan elemental, tan imprescindible, para sacrificarlo, también, en el altar de lo que es rentable a corto plazo pero no a futuro?.
Si es así Francis Fukuyama ya tiene su gran oportunidad para escribir, ahora sí, su definitivo libro sobre “El fin de la Historia” porque éste será el fin de la raza humana y con él, como anunciaba -allá por 1992- el profesor Fontana en su réplica a Fukuyama, el momento en el que verdaderamente llega el fin de la Historia. Lo demás vayan imaginándoselo. Al menos mientras aún conserven la capacidad de imaginar que nos hace humanos…