Por Carlos Rilova Jericó
Normalmente, hacia la mitad de cada semana, suelo tener un problema. Es decir, responder a la pregunta “¿y esta semana qué nuevo correo de la Historia puedo escribir?”. No es que me falten temas, pero algunos de ellos tienden a repetirse con los de la semana anterior o tienen otros contratiempos que no hace al caso relatar ahora. Así que uno no tiene siempre a mano de qué hablar por aquí. Sin embargo, como ya se habrán dado cuenta, al fin, siempre doy con alguna cosa, más o menos histórica, de la que hablar.
En este caso la inspiración ha venido, principalmente, de un documento de casi cuatrocientas páginas que, poco a poco -en tanto otras cuestiones me lo permiten-, voy descifrando en la biblioteca Koldo Mitxelena de la Diputación guipuzcoana. Se titula “A visit to Spain”. Fue escrito entre 1822 y 1823 por un angloirlandés -no confundir con los celtas originarios de esa isla- llamado Michael J. Quin, que visitó España, de Norte a Sur, pocos meses antes de que fuera invadida por el ejército francés conocido comúnmente como “los cien mil hijos de San Luis”.
El documento en cuestión, que ahora descansa en el fondo de reserva de esa biblioteca bajo la signatura 37175, fue publicado en forma de libro, en el año 1824, simultáneamente en Londres por Hurst, Robinson y compañía y en Edimburgo por Archibald Constable y compañía.
Es, por su época y por ese fin comercial, un libro destinado a impresionar al público británico que se podía permitir adquirirlo -es decir, las clases medias, la alta burguesía…- hablando de un lugar supuestamente exótico pero no muy lejos de Gran Bretaña. Es decir: la España de la época del Romanticismo.
Lo cierto es que Quin es bastante respetuoso con lo que describe. Apenas incurre en los tópicos castizos habituales en este tipo de libros. Cuando ve algo que está mal en Francia lo dice. Cuando ve algo en España que está a la altura de lo que hay en Londres, o incluso lo supera, no le duelen prendas en reconocerlo. Todo eso hace de su libro un documento verdaderamente valioso para conocer mejor esa época de nuestra Historia.
Desde luego hay mucha información de alto valor histórico en ese libro para comprender mejor aquellos días agitados y complejos. Por esa misma razón seguro que ésta no será la última vez que hablemos de esa obra de Michael J. Quin.
Sin embargo, hoy me quiero centrar en la página 154 de “A visit to Spain” (luego les explico la razón para elegir ese pasaje en concreto y no otro). Ahí es donde Quin recoge parte de los debates que hubo en las Cortes el 11 de enero de 1823 sobre qué hacer ante la amenaza de invasión lanzada contra esa España liberal -la única monarquía verdaderamente constitucional de la Europa continental de aquellas fechas- por las potencias reunidas en el Congreso de Verona. Concretamente se trata de un fragmento del discurso del diputado Saavedra, a quien Quin describe como caballero de antigua familia que hasta ese momento se había distinguido más como poeta que como orador en esas Cortes en las que es el diputado más joven.
Sus palabras ante la intolerable intromisión de las potencias absolutistas fueron éstas. Traduzco del original inglés: “¿Qué derecho tienen esas Potencias a entrometerse en los asuntos internos de España? ¿Por qué se quejan ahora de una constitución que el emperador de Rusia reconoció solemnemente en 1813, una que él hizo jurar a algunos españoles que en ese momento estaban en sus dominios, y la cual hizo traducir a su propio idioma (se refiere al ruso); una constitución, en definitiva, que fue también reconocida por el Rey de Prusia en 1814?”.
Tras esa afirmación rotunda, Saavedra se responde a sí mismo sus preguntas de inmediato. Les ruego que se fíjen bien en esa autorespuesta: si los monarcas absolutistas que ahora, en 1823, amenazaban con invadir la España constitucional admitieron entonces, en plenas guerras napoleónicas, la Constitución española de 1812, fue porque “Entonces necesitaban las armas españolas para sostener sus vacilantes tronos; y ellos sabían sobradamente bien que sólo el sagrado fuego de la libertad era el que podía destruir al coloso que los amenazaba”… El “coloso” en cuestión, claro está, era Napoleón.
Todo eso es lo que, para mí, hace tan valioso este documento, este libro de Michael J. Quin. Y más cosas, por supuesto, que ocurrieron en el reinado de Fernando VII y el autor de “A visit to Spain” nos cuenta. Por ejemplo los errores -que los hubo, desde luego- de los liberales españoles o la falta de fuerza militar de Gran Bretaña para defender a esa España constitucional, que era la que más convenía a sus intereses estratégicos, como se vería después, en 1835.
Ya se harán, a partir de aquí, una idea de lo costoso que resulta conocer a fondo un período tan cambiante y convulso como ese reinado de Fernando VII.
Seguramente muchos de ustedes no se habrían siquiera imaginado hasta hoy mismo que un diputado español del año 1823 pudiera hablar con esa contundencia, desafiando a un ejército inmenso, erigiéndose en abanderado de una política que, aunque sea a espasmos, nos trajo la posibilidad de elegir nuestros gobiernos y esa Libertad a la que tanto amaban, según las palabras de Saavedra, incluso autócratas bastante feroces como el rey prusiano o el zar de todas las Rusias, Alejandro I, que, en efecto, bien pronto olvidó sus primeras veleidades liberales. En cuanto Napoleón dejó de ser un problema, precisamente gracias a las armas españolas que combaten en la Península en las fechas que alude el diputado Saavedra.
Y quizás se preguntarán, “¿cómo es posible que cosas así, discursos como estos, sean sólo conocidos por especialistas?”.
Quizás la respuesta la pueden encontrar en un libro firmado por Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Carlos III. Se titula “La desfachatez intelectual” y lo descubrí por casualidad viendo un sedicente programa del que soy fiel seguidor (me refiero a “El Intermedio”, acaso uno de los pocos informativos serios que hay hoy día en Televisión).
La tesis central de ese libro -con el que estoy de acuerdo más o menos al 90% por lo que sé de él- es que en la España actual la opinión pública mayoritaria está abducida por una peculiar casta de intelectuales que, en realidad, rebosan de falta de verdaderos conocimientos sólidos. Algo que se comprueba con sólo conectar la Televisión e ir saltando de debate en debate por las distintas cadenas. A saber: son siempre las mismas caras, o casi, y opinan de todos los temas y lo hacen con verdadera desfachatez y muy malas maneras, sin comprobar datos, sin tener verdadero conocimiento de aquello de lo que están hablando, porque, de otro modo, sin ese ruido de fondo generado por ellos mismos, quedarían pronto en evidencia…
El caso del reinado de Fernando VII, relativamente largo, tortuoso, con períodos entre lo heroico y lo convulso como aquellos días en los que vivió y habló el diputado Saavedra, es un buen ejemplo de esa desfachatez intelectual que domina hoy nuestra opinión pública y dicta aquello que esa opinión puede saber y lo que debe ignorar (cosas, por ejemplo, como el discurso del diputado Saavedra).
El profesor Sánchez-Cuenca daba nombres de intelectuales desfachatados, o, si se prefiere, desvergonzados, que, en ocasiones, se han dejado decir cosas sobre el aludido rey y su reinado como que había sido el peor de la Historia de España… al menos hasta los ocho años de presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, o que el aludido monarca, por resumir y parodiando un anuncio de inmobiliaria, se quedaba en ser “un hijo de puta con piscina, ático y garaje”…
Si son esos vulgares lugares comunes -por muy castizos y simpáticos que suenen- todo lo que nos pueden aportar quienes cobran jugosas cantidades supuestamente por pensar, por informar a la opinión pública… juzguen ustedes mismos si realmente los medios de comunicación les están informando correctamente. O si, por el contrario -como diría uno de esos intelectuales desfachatados- se están quedando con ustedes.
Tal y como denuncia, al parecer con bastante acierto, el libro del profesor Ignacio Sánchez-Cuenca… que, acaso, podría ser una buena idea empezar a leer esta misma semana. Ahí les dejo, por hoy, con estas reflexiones sobre la desvergüenza intelectual que domina y manipula la opinión pública española y que, espero, les resulten de provecho.