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Carlos Rilova

El correo de la historia

Amor en tiempos de cólera. Las cartas de Enrique VIII a Ana Bolena. (Mayo de 1527-Octubre de 1528)

Por Carlos Rilova Jericó

Para escribir este nuevo correo de la Historia, lo reconozco, no me he esforzado demasiado. Me ha bastado estar, para variar, en una biblioteca y descubrir en el expositor de novedades una portada de lo más llamativa acompañada de un título igual de llamativo.

El libro en cuestión, pequeño, una verdadera joya de orfebrería editorial -debida a la casa Confluencias-, se titula “Cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena”…

Así las cosas, era difícil no leer el libro -no pasa de 100 páginas- y después contarlo.

Es un documento curioso y del que no tenía noticia, a pesar de saber unas cuantas cosas sobre el reinado de Enrique VIII que, debo reconocerlo, es un personaje histórico de los que más me ha interesado siempre.

Del fanfarrón rey Harry he visto, y leído, en efecto, unas cuantas cosas antes y después de pasar por la Facultad de Historia.

Por ejemplo que los británicos, desde los años 30 del siglo pasado, lo convirtieron en uno de sus íconos nacionales, que mandó ejecutar a su Lord Canciller, sir Thomas Moore -para nosotros Tomás Moro- convirtiéndolo así en santo de la Iglesia católica. También tenía yo buena constancia de que Enrique impuso, por la misma causa por la que ejecutó a sir Tomás Moro, un verdadero reinado de terror paranoico en Inglaterra, que estuvo casado con una princesa española, hija de los Reyes Católicos, que fue en 1512 un fiel aliado de su suegro, Fernando el Católico, cuando se produjo la invasión y anexión de Navarra y que tuvo seis esposas que cayeron, en su mayoría, víctimas de ese terror paranoico que, en realidad, tenía una lógica, un fin mínimamente racional.

No otro que el de fortalecer a la dinastía de Enrique, los Tydder. Una familia galesa que en el tumulto de las guerras bajomedievales en Inglaterra supo maniobrar hábilmente, liquidando a Ricardo III, último rey de la Casa de York -y víctima favorita de ese “thinking tank” al servicio del poder político en la Inglaterra isabelina conocido como “William Shakespeare”- para instituirse, con el nombre de “Tudor” -que les sonará de una exitosa serie de televisión-, como dinastía reinante en Inglaterra, en buena parte de Irlanda, por supuesto en su Gales natal, y en un pedazo de Francia.

De ahí, de esa necesidad de fortalecer esa brevísima dinastía, vino mucho de la violencia desatada por el rey Enrique. Necesitaba un heredero que su primera esposa, su cuñada Catalina de Aragón, no le pudo dar, al igual que la segunda, Ana Bolena -la destinataria de las cartas que se han reunido en ese libro del que hoy hablamos-, que sólo dio a luz a la futura reina Isabel, con la que se extinguirían los reyes Tudor, que ceden el trono a los escoceses Estuardo.

El cada vez más obeso rey Harry no tuvo mucho sosiego hasta que no nació el futuro Eduardo VI, el ansiado heredero varón. Algo lógico en un soberano recién instaurado, el segundo Tudor tras la muerte de su padre Enrique VII y la del primogénito Arturo, rodeado de poderosos enemigos como España o Francia, con los que se debe aliar o poner en marcha una poderosa flota de guerra que cuesta no poco al rey y al reino. Como lo atestigua el pecio de la Mary Rose. Una de las naves insignia de la incipiente flota inglesa que hoy ha dado lugar a un interesante museo marítimo en la localidad inglesa de Portsmouth.

Fue así, con esas descarnadas luchas de poder, como Enrique VIII se ha convertido en el imaginario colectivo en una figura más bien negativa. Incluso entre los anglosajones, que conceden que fue uno de los ejes fundadores de la actual Inglaterra, pero que no han escatimado páginas y metros de película a la hora de contar las sombras de la vida de este rey.

Es lo que se ve, por ejemplo, en “Un hombre para la eternidad”, donde el rey Harry hace el papel de villano veredugo de un estoico sir Tomás Moro, que prefiere dejarse ejecutar antes que ceder en sus convicciones religiosas católicas, o en otras películas menos comprometidas con esos temas como “Las seis esposas de Enrique VIII”. Incluso en la serie de novelas policíacas ambientadas en su reinado protagonizadas por el pesquisidor -ya que la palabra detective aún no se ha inventado- Roger Shallot, firmadas por el profesor Paul Doherty con el pseudónimo de Michael Clynes.

Por eso, quizás, me ha sorprendido, tanto, descubrir que un personaje tan sombrío, a veces, dejará tras él un testimonio que atestiguaba que tenía sentimientos, que sabía lo que era el amor.

Eso es lo que vendrían a demostrar las cartas reunidas en este volumen editado ahora por Confluencias, utilizadas -según parece- como prueba en el proceso de separación matrimonial que el fanfarrón rey Harry quería arrancar al Vaticano y que, finalmente, le fue denegado, dando lugar al llamado cisma de Inglaterra por el cual esa nación se separaba de la ortodoxia católica, nombrando como jefe de su Iglesia al rey de Inglaterra, que no reconocía la superioridad del Papa de Roma.

Les animo a que lean este libro donde se reúnen estas cartas ya conocidas en español, pero dispersas -desde 2009- en la blogósfera. No van a encontrar mucha materia morbosa, eso lo advierto ya desde aquí. Tan sólo a un hombre bastante tosco para expresar sus sentimientos, que suenan estereotipados para nuestro gusto, y profundamente “colgado” de una joven a la que le llevaba unos cuantos años, (Enrique tenía 34 en ese momento y ella, Ana Bolena, podía andar entre los 27 y los 24, pues no se sabe con certeza la fecha exacta de su nacimiento).

La manera en la que Enrique expresa ese amor por ella es, en efecto, chocante para nuestra idea de ese asunto, que está pasada por el tamiz del Romanticismo. La cosa se complica aún más cuando resulta que los dos amantes intercambian en las cartas mensajes en clave como el que se puede ver en la firma de la carta II. O bien cuando, como ocurre en la carta III, el rey transmite un mensaje que hoy parecería sanguinario cuando dice a Ana Bolena que le envía un cervatillo “muerto la noche pasada de mi propia mano”, esperando que, cuando se lo coma, ella piense en su mano, la mano del rey, que mató a dicho cervatillo…

Pero, en conjunto, podrán ver que el amor no ha cambiado tanto entre lo que piensa hoy día cualquiera al respecto y lo que pensaba un rey del Renacimiento de personalidad expansiva, colérica y algo peligrosa para quienes le rodeaban o eran sus súbditos.

Así Enrique reitera, una y otra vez, sus deseos de estar con Ana Bolena, de besarla, de que sus manos se junten, de ofrecerle su mano y corazón para servirla, preocupándose por su salud, cuando llegan noticias, en junio de 1528, de una epidemia de fiebres que postran a esa mujer que se niega a ofrecerse al rey -a diferencia de su hermana- hasta que se separe legalmente de su mujer y la haga a ella esposa y reina consorte de Inglaterra.

Todo muy hermoso, incluso podríamos decir que romántico, en la medida de lo posible, hasta que la razón de estado hace a Enrique olvidar esas palabras que el viento del Tiempo no podía llevarse, porque estaban escritas, y se convence de que ya no quiere a Ana Bolena, que la aborrece tanto como antes la ha deseado. Tanto que, incluso, no dudará en hacerla ejecutar bajo toda clase falsas acusaciones para poder casarse con Jane Seymour, con la que ya se encamaba incluso antes de dar por descartada a aquella tierna amiga a la que tanto decía amar en el verano de 1528…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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