Por Carlos Rilova Jericó
Este sábado estuve en Vitoria y asistí a diversos fastos que trataban de conmemorar, en dos días, la batalla que dio un vuelco final a las guerras napoleónicas no sólo en España, sino en el resto de Europa, impulsando, al fin, a los austriacos, rusos y prusianos a tomar las armas decididamente para enfrentarse con Napoleón, viéndolo quebrado, en franca retirada en la Península ante el ejército combinado de británicos, portugueses y españoles.
Uno de esos fastos fue una reconstrucción civil -rara ave en España, de momento- precedida de una conferencia que me hicieron el honor de dejarme impartir en el Museo de Armería de Vitoria.
El objetivo era, según la organización del evento, coordinada fundamentalmente por el estudioso gazteitarra de la esgrima y armamento antiguo Iker Alejo, descubrir, de manera sencilla, la importancia que tenía un acto en apariencia tan banal como tomar el té y que, erróneamente, asociamos con algo exclusivo de los británicos, que lo habrían estado haciendo desde tiempo supuestamente inmemorial, cuando lo cierto es que, como tuve ocasión de comentar en Vitoria este sábado pasado, en contra de lo que creemos habitualmente, los británicos tardaron bastante en descubrir qué era el té.
Puede que hayan leído en “Astérix en Bretaña” otra cosa… pero eso, claro, no es más que otra de las bromas de Goscinny y Uderzo.
La realidad, a partir de documentos publicados hace muchos años, es que los ingleses empiezan a saber del té como bebida hacia 1660.
En efecto, uno de los árbitros de la elegancia del Londres de la monarquía Estuardo restaurada tras la dictadura cromwelliana en ese año -1660- decía en sus famosos “Diarios” que había bebido por primera vez una nueva bebida que llaman té (“tei”, según la versión original inglesa), traída desde China.
A partir de ahí podemos considerar que empieza a forjarse el famoso imperio británico que tantas alegrías ha dado a Hollywood a lo largo de muchos años.
Así es, el té, desde ese momento en el que Pepys lo cató por primera vez, comenzó a convertirse en un verdadero vicio nacional. Como ya lo era en China, desde dónde se había ido extendiendo hacia el Oeste, hacia Rusia.
Para conseguir un seguro abastecimiento de aquella planta que se iba convirtiendo en el estimulante favorito de los británicos, hasta, con el tiempo, erigirse en una seña de identidad nacional, Gran Bretaña hizo todo lo necesario para controlar la ruta comercial con Asia.
Cualquier cosa, de hecho. Como ir a la guerra varias veces entre el siglo XVIII y los comienzos del XIX para disputar el control de esa gran -y rica- ruta comercial a sus más tenaces rivales. Es decir: España y Francia.
Y es que el té, en principio, se producía en China, como bien apuntaba Pepys en sus “Diarios”, sin embargo conseguir traerlo a Inglaterra -algo en apariencia tan fácil- requería un esquema imperial verdaderamente complejo en el cual, sólo para empezar, los británicos tenían que echar del continente indio a los franceses que ya habían puesto el pie allí.
Desde el año 1728 en adelante sostuvieron con ellos diversas guerras hasta que en la batalla de Plassey, en Bengala, en el año 1757, Robert Clive, al servicio de la Compañía Británica de las Indias Orientales, se hizo con el control del subcontinente.
Las guerras siguieron, por supuesto, con otros rivales menos poderosos que los franceses. Caso de la Confederación Maratha, pero, en conjunto, Gran Bretaña había conseguido abrirse una ruta segura hacia Oriente y todos sus ricos productos, uno de los cuales -y no el menos importante- era el té que pronto se hizo imprescindible en casi todos los hogares británicos hasta la fecha de hoy.
Todo, por supuesto, como decía, a costa de muchos esfuerzos. Los británicos tuvieron que barrer a miles de enemigos sobre muchos campos de batalla, de los cuales Plassey sólo fue el punto álgido.
Ya hablamos en su día, en los comienzos de este correo de la Historia, de Tipu Sultán, contra el que un tal Arthur Wellesley -más adelante Lord Wellington- hizo sus primeras armas y ganó un cierto prestigio que lo trajo hasta España, para ver si él conseguía sacar adelante una guerra que había empezado bien, en Bailén, en julio de 1808, con la primera derrota de las águilas napoleónicas a manos de tropas españolas.
Aparte de sostener sucesivas guerras como esas en las que Arthur Wellesley forjó los inicios de su carrera militar, Gran Bretaña también tuvo que hacer contrabando de droga, convirtiendo Bengala, donde había obtenido su gran victoria de Plassey, en extensas plantaciones de opio -una droga procedente de la actual Turquía- para con esa sustancia estupefaciente lograr que la balanza de pagos del imperio chino se inclinase a favor de aquella potencia -Gran Bretaña- que tenía coraje, ejércitos, Marina y otras cosas necesarias para construir un extenso imperio. Todo, salvo la plata española de alta calidad que los chinos reclamaban a cambio de mercancías como el té…
Como ven, a veces, un acto tan sencillo en apariencia como tomarse una taza de té -con el meñique levantado o no- tiene detrás vastas fuerzas históricas, complicados procesos de los que, a veces, tendemos a olvidarnos y que nos hacen perdernos en los laberintos de la Historia, haciendo necesario invitar a un historiador a tomar el té para que aclare algunos puntos oscuros sobre cuestiones en apariencia, pero sólo en apariencia, tan simples.