Por Carlos Rilova Jericó
Supongo que el correo de la Historia de hoy será bastante fácil de presentar. Sobre todo porque trata de un personaje conocido por una gran mayoría del público que (aún) lee en España. No otro que el Basajaun. El señor del bosque, literalmente traducido del euskera.
Esa figura de la Mitología vasca es bien conocida hoy, como decía, gracias a la exitosa saga de novela policíaca firmada por la escritora donostiarra Dolores Redondo y ambientada, principalmente, en el Valle del Baztán, en el Norte de Navarra.
Es, tal y como lo describen esas novelas, una especie de ser monstruoso que vaga por las zonas boscosas del País Vasco y (según la “Trilogía del Baztán”) también por las de Navarra. Un tanto ajeno, este ser fabuloso, por lo que se ve, a los contenciosos histórico-administrativos entre el viejo reino y sus vecinos del Norte. Con los que le unen una larga Historia de suspicacias y desencuentros políticos y, a veces, una estrecha comunidad de intereses. Manifestada en reuniones conjuntas de sus instituciones forales o en hacer pasar a mejor vida (a tiros de arcabuz y certeras estocadas) a otros vasallos del rey de Castilla en las estrechas calles del Potosí de finales del siglo XVI y principios del XVII.
Sea como fuere, ahí está el Basajaun, sirviendo de telúrico y misterioso telón de fondo a esa saga de novela negra leída por millares, a quienes, mal que bien, Dolores Redondo ha acercado un poco más a la rica Mitología vasca.
Esa ficción, sin embargo, se ve una vez más superada por la realidad. Así es, la leyenda del Basajaun es mucho más complicada de lo que les haya podido parecer en las visiones que sufre la inefable inspectora Amaia Salazar, la protagonista de la “Trilogía del Baztán”.
El profesor Jon Juaristi (que anda en estas fechas estrenando nuevo libro) decía cosas bastante interesantes al respecto en una de sus obras menos políticas y más fascinantemente eruditas. Me refiero a “El linaje de Aitor”, del que esta última semana no me he podido alejar mucho, ocupado como estaba en dar fin y quito a mi parte de esa nueva “Historia de Gipuzkoa”, tan generosamente financiada por muchos de quienes leen este correo de la Historia.
“El linaje de Aitor” es, como decía, un estudio muy erudito -pero no por eso menos entretenido- sobre el origen de muchas de las leyendas que han ido configurando el pensamiento de los actuales habitantes de la comunidad autónoma conocida como “Euskadi”.
En ese libro el profesor Juaristi nos describe minuciosamente qué es invención perversa (la lamia Maitagarri, por ejemplo) y qué es verdadera tradición en mucho de ese mundo mitológico vasco.
En el caso del Basajaun todo parece indicar, según Jon Juaristi, que es una tradición milenaria, que nada tiene que ver con las febriles invenciones de un personaje tan fascinante como Augustin Chaho. Un prototipo de viajero y aventurero romántico que se dejó caer por el País Vasco y Navarra durante la Primera Guerra Carlista (1833-1839), para allí dar rienda suelta a una imaginación que le acabó trayendo problemas con el Alto Mando carlista. No demasiado contento con que los viera -y describiera- como un movimiento democrático que luchaba -afirmación verdaderamente asombrosa- contra el Absolutismo de la Santa Alianza…
Así es, según el profesor Juaristi, el Basajaun es, ni más ni menos, que uno de los monstruos característicos de la cultura humana en general, y europea en particular, que, a lo largo de la Edad Antigua y Media, se sintió fascinada -por distintas razones- por figuras monstruosas como la del Basajaun.
Este monstruo que corría de boca en boca en las leyendas que se contaban de padres a hijos en el País Vasco (hasta llegar a la “Trilogía del Baztán”), sería tan sólo uno más de los muchos “hombres salvajes” que han poblado, durante siglos, la imaginación (y los escudos y la decoración de las iglesias medievales) de los europeos.
Una monstruosidad más del completo catálogo que ofrece un magnífico artículo -consultado en su día por Jon Juaristi- firmado por el reputado Rudolf Wittkower y titulado “Maravillas de Oriente: estudio sobre la Historia de los monstruos”.
Así, el Basajaun sería uno más en la larga lista que va desde las tradiciones hindús hasta las medievales y renacentistas y recoge desde seres de aspecto humano pero con cabeza de grulla o de perro (los cinocéfalos), o, al revés, las mantícoras (seres cuadrúpedos pero con cara humana), sátiros o acéfalos (es decir, seres sin cabeza tal y como la entendemos, pues sus ojos, nariz, boca… estaban en lo que sería el tórax humano).
Como nos explica el profesor Wittkower, la razón por la cual los seres humanos han creado y dado pábulo a esos seres monstruosos a lo largo de los siglos, ha variado con el paso de los años. Así, en la Edad Antigua, en la que Plinio escribía su “Historia naturalis” (acabada en el año 77 después de Cristo), las historias de monstruos y seres fabulosos que provenían de Oriente eran rechazadas como fábulas por los geógrafos griegos de la época (Estrabón, por ejemplo), pero igualmente eran aceptadas -con fascinación incluso- por otros representantes de ese mundo clásico como el propio Plinio.
De ahí, a través de uno de los llamados padres de la Iglesia, San Agustín de Hipona, pasaron esas historias de monstruos y seres fabulosos al Occidente medieval. Según San Agustín, todos ellos debían ser aceptados como parte de la Creación de Dios, que se manifiesta en estos portentos mágicos. De esto se acabó deduciendo, en el Occidente medieval, que esos monstruos habían sido creados para dar ejemplo a la Humanidad, para advertirle de sus vicios. Así, por ejemplo, los seres con cuerpo humano y cabeza de perro, los cinocéfalos, recordarían lo reprobables que eran las personas pendencieras, los buscabullas…
Los hombres salvajes, como el Basajaun, evidentemente, serían una metáfora de los paganos, de quienes no habían recibido la Luz de la verdadera fe y vagaban fuera de los lugares habitados…
Así hasta que llegó el Renacimiento, la Preilustración, el siglo XVI, el siglo XVII y con él una curiosa raza de eruditos que se debatían entre la Religión, la Magia y la Ciencia…. como buena prueba de ello da la vida -y obra- de (por sólo citar dos casos anglosajones) el doctor Thomas Browne o sir Isaac Newton. Otro miembro de esa raza erudita, el doctor Nicolaes Tulp -un holandés nacido al iniciarse la guerra contra España y muerto en 1674, cuando Holanda debe buscar, otra vez, protección española- desmitificó la existencia de tales hombres salvajes.
Lo hizo basándose en la observación de una de las supuestas maravillas de las primeras colonias holandesas en Asia: la bestia que hoy conocemos como orangután. Un gran simio considerado por los autóctonos como un hombre que, en realidad, se había hecho pasar por salvaje porque, si se descubriese que sabía hablar, se le obligaría a trabajar…
Para el doctor Tulp, inmortalizado por Rembrandt en uno de sus más celebres cuadros, el orangután, aun siendo clasificable como “Homo sylvestris” o “Satyrus Indicus” (es decir, un hombre salvaje o un sátiro del Océano Índico) era, tan sólo un animal pues, sentenciaba el eminente doctor Tulp, tales cosas como los sátiros no podían existir…
Curioso corolario para criaturas que han catado las mieles del éxito literario en nuestro siglo, como lo atestigua la “Trilogía del Baztán”. Algo que, quizás, debería decirnos mucho sobre las cosas que fascinan nuestra imaginación, de manera magnética, durante siglos…