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Carlos Rilova

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Sólo por recordar. Un poco de Historia sobre el 1º de Mayo (1886-2017)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy lunes 1 de mayo de 2017 en una, mal que bien, democracia occidental quizás resulta un tanto difuso saber la razón por la que no se trabaja y se sale a la calle a hacer una serie de (por lo general) ordenadas manifestaciones detrás de la bandera del sindicato de cada uno.

Tiene esto algo de ritual, algo gastado. Casi como el desfile que, seguramente, veremos en las televisiones, recordando cómo una potencia teóricamente socialista (muy teóricamente, desde luego) como Corea del Norte obliga (para que nos vamos a engañar) a sus súbditos a celebrar el 1º de Mayo.

Parece que, a fecha de hoy, por una razón y su contraria, el 1º de Mayo ha  perdido su significado, en gran parte.

Por eso hoy no voy a hacer ninguna proeza de reconstrucción histórica en este correo de la Historia, que coincide justo con la fecha del 1º de Mayo.

No, me voy a limitar a contar algo que puede leerse haciendo un -creo- pequeño esfuerzo. Tan pequeño como consultar a “Mr. Google”, preguntándole, como si fuéramos ese Donald Trump de chiste interpretado por Alec Baldwin, la razón por la qué el 1º de Mayo es fiesta y además se sale en manifestación a la calle porque lo ordena un monarca hereditario comunista o porque tu sindicato te invita a ello.

El problema con esto de hacer esa simple consulta, es que los humanos tendemos a ser vagos y olvidadizos, a dejarnos llevar, a dar por supuestas demasiadas cosas, y así nos cuesta incluso hasta hacer la pregunta.

Por eso daré la respuesta que es tan fácil encontrar. El 1º de Mayo se celebra porque un grupo de sindicalistas de Chicago se negaron a trabajar hasta que se concediesen las tres series de 8 horas a los trabajadores. Es decir, 8 horas de trabajo, 8 horas de formación y 8 horas de descanso.

Después de tanta película de Hollywood en la que se nos ha relatado el llamado “sueño americano”, puede resultar difícil creer que, en un Estados Unidos que nos parece que conocemos tan bien, pudieran ser negadas cosas tan básicas concedidas a la mayoría de los que todavía tienen un trabajo regular. Al menos en Occidente.

No es nada extraño. Hollywood especialmente entre los años cuarenta y mediados de los sesenta y a partir de los ochenta del siglo pasado, quitado el paréntesis de los plenos setenta, nunca ha permitido que se vean en la gran pantalla determinadas cosas como las que se vieron en esas fechas, en tono de comedia, en “Harry y Walter van a Nueva York”, de manera velada en la versión para el cine de la magnífica novela de E. L. Doctorow “Ragtime”, o, crudamente, en “Odio en las entrañas” o “La puerta del cielo” de Michael Cimino.

Es decir, que la alta burguesía de la Norteamérica de la última mitad del siglo XIX, no se andaba con bromas de ninguna clase por lo que respectaba a sus tasas de beneficio y su alergia a todo lo que oliera a reivindicación de derechos.

Como se ve en “La puerta del cielo” o, más aún, en “Odio en las entrañas”, esas élites empresariales no dudaban en echar mano de pistoleros y ejércitos privados e incluso, si finalmente era necesario, de las fuerzas de seguridad. Desde la Policía hasta la Guardia Nacional.

No sólo está esta Historia oculta de Estados Unidos en el metraje reivindicativo de películas como “Odio en las entrañas” o “La puerta del cielo”. Hay libros de historiadores norteamericanos como “The robber barons”, de Matthew Josephson, que describen cómo se llegaron a utilizar incluso ametralladoras manejadas por esas tropas estatales para dispersar a obreros que exigían mejoras en sus salarios o sus condiciones de vida.

En otras palabras, en 1886, no hace tanto tiempo, en un mundo tan familiar para nosotros como los Estados Unidos de esa época, pedir lo que ahora es normal (o lo era no hace tantos años) implicaba jugarse la vida.

Eso es lo que les ocurrió a George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, August Vincent Theodor Spies y Louis Lingg, a los que se ejecutó por considerarlos instigadores y líderes de las revueltas y disturbios organizados en Chicago para reivindicar esos derechos. Empezando por reducir la jornada laboral a 8 horas.

Así de sencillo. Así fue y así ocurrió, y así acabó todo un 11 de noviembre de 1887 con su ejecución.

Eso es lo que se recuerda, más que celebra, hoy 1 de mayo. Al menos en los países donde todavía existen eso que llaman “democracias avanzadas”. Más avanzadas al menos que la que existía en aquel Chicago de 1886 que, algunos de los que lo visitaron, definieron como la copia más exacta del Infierno en la Tierra…

Convendría no olvidarlo.  Hoy, 1 de mayo, 1º de Mayo.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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