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¿Tan americano como Cincinnati? Pequeña historia del nombre de una ciudad

Por Carlos Rilova Jericó

el-baron-von-steuben-luciendo-el-aguila-d-ela-sociedad-de-los-cincinatos-por-ralph-earlEl correo de la Historia de este lunes se me ocurrió mientras bromeaba sobre aquel famoso “sketch” del dúo de cómicos Martes y Trece que hizo época. Sin duda ya se imaginan a cuál me refiero. Ese en el que Millán Salcedo imitaba a la celebre Encarna Sánchez y Josema Yuste a una radioyente que acababa sembrando el caos en la mente de la famosa locutora con una serie de comentarios sobre Algete, Móstoles y unas empanadillas ya celebres desde entonces.

En este sketch, en un momento dado, se aludía a la ciudad norteamericana de Cincinnati como ejemplo del colmo de lo que serían los Estados Unidos. Y así, de ese modo algo surrealista, surgió la idea de este nuevo correo de la Historia. Porque, una vez más, vistas las cosas en perspectiva histórica -como es costumbre en esta página- resulta que el nombre de Cincinnati tiene mucho que ver con la Historia de Estados Unidos, pero es, en realidad, una importación europea. Y, además, extraída de la Historia Antigua del viejo continente.

En efecto. El nombre de Cincinnati proviene de un general romano que vivió en torno al año 458 antes de Cristo,

Esas eran fechas duras para Roma. En esos momentos tan sólo una pequeña ciudad-estado más que se veía rodeada de civilizaciones superiores a la suya. Como la de etruscos, griegos, etc…

El resultado de todo eso fue la consolidación de una sociedad extremadamente cruel, agresiva y belicosa, organizada como un mecanismo de relojería cuyo objetivo era, principalmente, defender la ciudad de Roma de sus numerosos enemigos. De esa necesidad de autodefensa, surgieron toda una serie de instituciones que finalmente, a medida que Roma iba derrotando a esos numerosos enemigos por medio de una superior técnica militar, dieron lugar a lo que hoy llamamos imperio romano.

En esa cadena de acontecimientos -mucho más larga de lo que el Cine de Hollywood nos permite imaginar- surgieron figuras como la de Lucio Quincio Cincinato (al parecer este último nombre significaba “cabellera rizada”. Una costumbre muy habitual entre los romanos de la época que añadían, como los indios norteamericanos, nombres descriptivos a sus apellidos).

Tal y como nos lo cuentan los libros de Historia, Lucio Quincio “cabellera rizada”, era todo un ejemplo de las virtudes cívicas que exaltaba aquella Roma primigenia. Es decir, era un hombre sobrio, frugal, devoto servidor de la ciudad y sus intereses comunes supuestamente representados por un Senado que, en realidad, para cuando sucumbe al golpe de estado de Julio César, ya sólo representa a un pequeño grupo de grandes propietarios y no a toda una “Res Publica”. Es decir, a todo un conjunto de ciudadanos romanos. Especialmente a la llamada “plebs”, a los desposeídos que sólo cuentan con su trabajo para vivir o dependen de los grandes terratenientes para hacerlo. Grupo por el que también, según nos dicen los libros de Historia, el supuestamente virtuoso Lucio Quincio Cincinato, no sentía la más mínima simpatía…

Fuera como fuese, el caso es que cuando Roma, en el año 458 antes de Cristo, se vio en peligro por una invasión de ecuos (un pueblo más entre los muchos que molestaron a Roma durante su etapa inicial), surgirá la que algunos historiadores llaman leyenda de Lucio Quincio Cincinato.

Se dice que este modelo de virtudes republicanas romanas, fue entonces llamado para salvar la angustiosa situación que se cernía sobre Roma, acosada por un ejército de ecuos. Para ello se dio a Cincinato título de dictador, que ya en la época significaba, más o menos, lo mismo que significa hoy. Es decir, alguien que de algún modo (generalmente violento o bajo una cobertura más o menos legal) hace que todo lo que diga -dicte- se convierta en ley que debe ser acatada sumisamente…

En el caso que nos ocupa, el objetivo era que Lucio Quincio Cincinato pudiera dictar órdenes sumarias y ejecutivas para defender a Roma del ataque ecuo.

Al parecer lo hizo a las mil maravillas y después de derrotar a los ecuos en un plazo muy breve (demasiado corto -según todas las versiones- para ser verdad) se despojó del poder de dictador y volvió al lugar en el que los magistrados romanos habían ido a buscarlo por el procedimiento de urgencia. Es decir, al arado con el que cultivaba, por su propia mano, sus propias tierras. Era su manera de decir que se negaba a desempeñar, ni un día más, ese cargo. Pese a poder disfrutar de tan absoluto poder durante seis meses, según la ley romana que lo regulaba…

Este conmovedor ejemplo fue pasando de generación en generación a través de los siglos. Desde la caída de Roma hasta el siglo XVIII. Pues, en esas fechas, toda persona que se preciase de ser verdaderamente culta debía tener un conocimiento exhaustivo del mundo que llamamos “clásico”. Y eso incluía leer a sus autores. A ser posible en la lengua original.

Así fue como el recuerdo de la hazaña de Cincinato llegó hasta la Europa ilustrada.

De allí pasó a América, claro está. Como tantas otras cosas. Así, cuando la revolución norteamericana contra Gran Bretaña terminó en 1782, el ejemplo de Lucio Quincio Cincinato fue traído oportunamente a colación.

En este caso para exaltar la figura del general George Washington que, tras ganar la guerra a Gran Bretaña y lograr la independencia de las antiguas trece colonias británicas de América, se retiró de la vida pública y volvió a sus asuntos.

Es decir, a cultivar sus tierras, como Cincinato, despojándose, también como él, de toda atribución o poder militar que le permitiera dictar la ley a sus recién liberados conciudadanos.

En honor de tal decisión, varios oficiales de los que habían servido a sus órdenes formaron la sociedad de los Cincinatos (en latín, Cincinnati).

Cuando en 1790 se fundó, en el territorio del Ohio, una ciudad a medida que la nueva nación se expandía hacia el Oeste luchando contra sus propios ecuos (en este caso los nativos norteamericanos) se le dio el nombre de Cincinnati en honor a esa sociedad de los Cincinatos. Uno de cuyos miembros, al parecer, jugó un papel de peso en la construcción de esa nueva ciudad norteamericana.

Con el tiempo, el recuerdo de Cincinato y de sus posteriores imitadores dieciochescos fue deteriorándose. Quizás por eso hoy Cincinnati parezca un nombre tan norteamericano, incluso tan anglosajón. Aunque, como espero que haya quedado un poco más claro, el nombre de esa ciudad tenga un origen mucho más remoto. En la Europa de la Edad Antigua, en el viejo latín que durante siglos fue la lengua de la gente culta. Ya fuera ésta descendiente de iberos, de frisios, de anglos, jutos o sajones…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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