Por Carlos Rilova Jericó
Si hay algo que tienen los lugares comunes y los aforismos, las frases acuñadas y similares, es su corto recorrido. Algo que se hace muy evidente cuando se ponen en el crisol de la Historia. Ahí tienden a fundirse rápidamente, a demostrar que esa “sabiduría popular” tiene muy poco de sabiduría.
Ese podría ser el caso de esa frase hecha que dice “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Puede que en lo personal, en lo individual, sea cierto. Tener el vigor y la fuerza que se suelen tener a los 30 años, es sin duda mejor que eso que llaman “el peso de la edad”, que suele tender a debilitar esas fuerzas. En lo colectivo, sin embargo, los tiempos pasados no tienen que ser necesariamente mejores.
Eso me ha parecido muy evidente en estos momentos en los estoy preparando una conferencia, para el domingo 6 de enero, sobre cierta parte de la Historia de Alemania.
En efecto, si tomamos el caso de la llamada “locomotora de Europa” -es decir, Alemania- y consideramos su situación hace ahora justo cien años, en el momento en el que el año 1918 y el 1919 se soldaban, descubriremos que la situación de ese país no era precisamente buena. Ni siquiera comparados sus problemas actuales -que los tiene- con los de ese momento.
Puede que hoy los partidos de extrema derecha estén a punto de desplazar en ese país de Historia tan hipersensible a eso que (a veces sin mucha razón) se llama “Derecha moderada”. Como la que se supone es -y a veces parece mucho suponer- la CDU. Sin embargo, hace ahora cien años las Navidades de los alemanes no pudieron ser más negras. Al menos para la inmensa mayoría de los que vivían en Berlín.
Ya se comentó algo sobre esta cuestión en algún correo de la Historia anterior. Más concretamente en el del 12 de noviembre de este año que ahora acaba, pero es posible ahondar más en esa materia, justo ahora que se cumplen los cien años de esa catastrófica situación para Alemania.
En esas fechas, en los últimos días del mes de diciembre de 1918 y en los primeros del de 1919, Alemania había dejado de ser un imperio para convertirse en una república precipitadamente proclamada tras la abdicación del káiser Guillermo II, que no tuvo otra salida tras conducir a su país a una guerra devastadora de cuatro años. Una que había acabado en un armisticio, visto por muchos de sus soldados como una “Dolchstoss” -es decir, una puñalada por la espalda- especialmente desde que, a mediados de 1919, uno de los generales que había perdido esa guerra, Ludendorff, acuñó, según todos los indicios, esa expresión para justificar sus propios errores y los de sus colegas. Los mismos que habían llevado con mano de hierro al país hasta aquel miserable desenlace.
Uno en el que miles de muertos habían servido sólo para colapsar a una nación -el II Reich alemán- que se creía con derecho a gobernar Europa -como mínimo- y creía, también, que eso sería posible poniendo en marcha una verdadera apisonadora militar cuidadosamente alimentada entre 1871 y 1914…
De ese colapso se derivó una situación de verdadero caos. Para empezar, tras la abdicación del káiser, los militares -como Ludendorff- que habían abierto y mantenido abierta la caja de los truenos desde 1914 a 1918, dimitieron y pasaron el problema a la oposición. Hasta entonces acallada por la situación de guerra.
Dicho así parece un cuadro político verdaderamente sencillo. En la práctica la situación era mucho más complicada. Así es, en el caos desatado por esa cúpula militar germánica con afanes imperialistas, había muchos pescadores que aspiraban a conseguir alguna pieza en ese revuelto río.
No sólo se trataba del moderado SPD, el partido socialista alemán, sobre el que recayó el esfuerzo principal de crear la llamada República de Weimar. Más allá de él, mucho más a su izquierda, en esos momentos ya se habían formado numerosos grupos de extrema izquierda que iban a configurar -como en otros países- la escisión comunista de ese partido socialista, dando lugar al KPD.
Entre tanto eso ocurría, la denominación que agrupaba a lo principal de esos grupos de extrema izquierda era la llamada Liga Espartaquista, formada, en efecto, con disidentes de la socialdemocracia alemana a los que tanto la guerra como el triunfo de la revolución soviética en Rusia, dos años antes de 1919, no había hecho sino alentar.
De hecho, esos sucesos los habían alentado tanto que, entre diciembre de 1918 y enero de 1919, Alemania quedo sumida en una guerra civil que podríamos definir como “de bolsillo” por su escasa duración en el tiempo, pero, desde luego, verdaderamente cruenta.
En efecto, las calles de Alemania, y las de Berlín aún más, fueron, durante toda la Navidad de 1918 y los quince primeros días de enero de 1919, un verdadero campo de batalla en el que los favorables al recién fundado KPD se tirotearán por las calles con los soldados leales al gobierno Ebert y, sobre todo, con los llamados “Freikorps” tolerados y alentados por el ministro de Defensa socialdemócrata Gustav Noske.
Una formación ésta -los “Freikorps”- de extrema derecha y contraria, de hecho, a esa misma república alemana que defendían, eso sí, como mal menor frente a lo que veían como una amenaza de bolchevización de Alemania.
Peligro éste -el de la bolchevización alemana- discutido y discutible, pero que no carecerá de fundamento dadas las afinidades de los líderes espartaquistas con los bolcheviques rusos y la proclamación en Baviera de una república independiente basada, precisamente, en el ideario soviético.
Así, las calles de Alemania en esas Navidades de 1918, se convirtieron en verdaderos campos de batalla, con soldados armados ocupando edificios clave para las líneas de comunicación, nidos de ametralladoras emplazados en las avenidas de Berlín y, finalmente, enfrentamientos armados y fusilamientos sumarísimos en esas mismas calles cuando los “Freikorps” se hicieron con el control de la situación prácticamente edificio a edificio…
La barbarie por parte de esos “Freikorps” fue, en efecto, moneda corriente. Así, los que eran considerados los principales líderes espartaquistas e impulsores del KPD -Rosa Luxemburgo y su compañero Karl Liebknecht- fueron golpeados brutalmente por esos paramilitares cuando los capturaron y, finalmente, acabaron asesinados a tiros. El cadáver de ella fue arrojado a uno de los ríos de Berlín y sólo sería rescatado -es de imaginar en qué estado- en junio de ese año de 1919.
Todo este cataclismo político, sin embargo, no había hecho más que comenzar. Al año siguiente, en 1920, serían esos mismos garantes del orden en 1919 -los “Freikorps”- los que intentarían imponerse por medio de un golpe violento. El huevo de la serpiente nazi, como antídoto contra una presunta bolchevización de Alemania, había quedado pues incubado para eclosionar, con las consecuencias por todos conocidas, en 1933.
Así pues, si les parece que cualquier tiempo pasado fue mejor, consideren tan sólo lo que ocurrió -o empezó a ocurrir- en Alemania hace ahora cien años. Y si lo dicho aquí no les parece bastante -y se encuentran en San Sebastián el 6 de enero de 2019- acérquense a las 12 de la mañana al Museo San Telmo y podrán saber muchas más cosas sobre aquella Alemania de hace cien años que no vivía, desde luego, tiempos mejores…