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Historia de los últimos días de Tom Horn (1860-1903)

Por Carlos Rilova Jericó

cartel-promocional-de-la-pelicula-tom-horn-1980No sabría decir, a ciencia cierta, la razón que me ha llevado a elegir a Tom Horn y sus últimos días como la materia de la que hablar este lunes. Aunque tal vez ha influido bastante el hecho de que esa es una historia -o una parte de la Historia, por pequeña que sea- que, al menos parcialmente, transcurrió en un helado paisaje invernal de finales y comienzos de año. Uno que recuerda mucho -salvadas las distancias de tiempo y espacio- al que estamos viviendo estos días.

Sea como sea, lo cierto es que la historia de Tom Horn, en especial la de sus últimos días en este mundo, es algo ciertamente interesante. Que merece la pena contar. Y leer.

Su recuerdo quedó asegurado por dos vías. La primera y más importante la autobiografía que fue publicada en 1904 tras su muerte. Un libro de más de 300 páginas que, sin embargo, se lee como una verdadera novela, escrita en un inglés directo y fresco, lleno de giros propios del habla norteamericana de esa época y que sirvió de fuente de inspiración a lo que hizo un poco más indeleble la historia personal de Tom Horn. Es decir, una película basada en su vida y estrenada en el último año de la década de los 70 -1980- que, en eso al menos, sí fue realmente prodigiosa, habiendo visto nacer los mejores “Westerns” que ha producido Hollywood.

Esa película hace un retrato bastante veraz -como corresponde al nuevo cine de la década de los setenta- de la vida de Tom Horn.

De hecho, se basa con bastante exactitud en esa autobiografía publicada tras su muerte. Tanto como para que las palabras finales de la película sean las que realmente escribió en ese libro John Coble, el último ganadero que contrató a Tom Horn y asumió la noble tarea de revindicarlo por medio de ese libro que, de no ser por Coble, no habría probablemente visto la luz e inspirado producciones como el “Tom Horn” de 1980 o gran parte del metraje de la serie para Televisión de los sesenta “El virginiano”. La misma que, en buena medida, describe episodios muy similares a los que cuenta Horn en su autobiografía.

El relato paralelo de la película y la autobiografía de Horn en la que se basa -de manera más o menos libre- nos describe a un hombre, Tom Horn, que encarna al ideal del vaquero que luego inspiraría tantas horas de mejor o peor Cine durante décadas. Desde Tom Mix hasta figuras mucho más realistas como las encarnadas por Clint Eastwood o el propio Steve McQueen, que es quien protagoniza “Tom Horn” con su solvencia habitual.

No es ésta una opinión sobrevenida en un gabinete de historiador del siglo XXI. Horn realmente encarnaba esos valores para sus contemporáneos más reflexivos. Por ejemplo, para Glendolene Myrtle Kimmell, maestra de escuela que conoció personalmente al verdadero Tom Horn poco antes de su muerte y así lo describe en la página 288 de esa autobiografía publicada en 1904, en la especie de descargo que escribió para que fuera incorporado como anexo a ese libro.

En efecto, aquella mujer culta y de inteligencia despierta -como lo demuestra la vivacidad y la profundidad con la que escribe- dice que, pese a la vida confortable y civilizada que había tenido hasta que su empleo la llevó hasta el Wyoming de principios del siglo XX, se sentía atraída por lo que llama el prototipo de hombre de frontera. Es decir, lo que hoy vulgarmente llamaríamos un vaquero.

Una figura que ve encarnarse -tanto en lo físico como en lo moral- en la figura del Tom Horn que ella conoce mientras ejerce como maestra en Iron Mountain. Una de las localidades por las que Tom Horn arrastra su vida hasta que ésta termina, en 1903, en un patíbulo en el que hay sospechas para creer se le ahorcó de manera más que irregular y con poco fundamento legal.

No parece que, pese a esas declaraciones tan explícitas sobre su atracción por el prototipo de hombre de frontera, hubiera alguna clase de relación sentimental entre la maestra y Tom Horn, pese a que la película de William Wiard se agarra a ese pequeño indicio para hacerla explícita.

Sin embargo, más allá de si realmente Tom Horn se acostó o no con la señorita Kimmell, parece cierto que ésta lo apreciaba de algún modo, pues su descargo es claramente favorable a Horn, señalando que, fuesen cuales fuesen sus faltas o defectos personales -incluidos entre estos su excesiva familiaridad con las armas- la razón por la que se le condujo ante un tribunal en 1902 fue más que dudosa.

Esa razón, tal y como es descrita en el descargo de la señorita Kimmell, o incluso en la película de Wiard, es todo un símbolo de lo que estaba ocurriendo en esos momentos en Estados Unidos.

En efecto, Tom Horn, tal y como queda constatado en su autobiografía, había encarnado los valores -o antivalores, todo depende de la perspectiva con que se miren- de aquella época que identificamos con el mítico y mitificado “Salvaje Oeste”.

Huido de su casa apenas entrado en la adolescencia, se enroló en el Ejército de Estados Unidos cuando éste empezaba las llamadas “Guerras Indias”. Esa operación de exterminio de los “salvajes” que poblaron América antes que los europeos y que es parte sustancial de la épica del “Western”. En esas guerras participó Tom Horn como explorador e interprete -así se describe en el título de su autobiografía- y estuvo presente en la detención y neutralización de Gerónimo. El último gran jefe de guerra apache y también última esperanza de esa nación americana de lograr zafarse del invasor blanco.

Asimismo, Tom Horn estuvo en la Guerra hispano-estadounidense en 1898 y antes y después de ella fue miembro de las diversas bandas -más o menos legales, como la Agencia Pinkerton- que los ganaderos de vacuno contrataron durante todo el último tercio del siglo XIX para poner a raya a cuatreros y granjeros que mermaban sus recursos territoriales y de ganado. Hasta esos momentos prácticamente ilimitados.

El asesinato de uno de esos granjeros, pastor de ovejas para mayor problema, fue lo que finalmente dio con los huesos de Tom Horn en la cárcel, después en un tribunal y finalmente en un cadalso.

Como se relata tanto en el descargo de la señorita Kimmell como en la película de Wiard, no había pruebas concluyentes contra Horn. Salvo una equívoca declaración por parte del vaquero y antiguo detective de la Pinkerton de haber hecho el disparo que mató al joven ovejero atravesándole el corazón.

Aun así, la maquinaria judicial acabará con Horn en esos Estados Unidos que están superando esa fase de formación, en la que el revólver era casi la única ley en su mitad Oeste.

La señorita Kimmell es bastante explícita a este respecto. Declara, sin miedo, que se condena a Horn en gran parte por culpa de una Prensa que no quiere objetividad, tan sólo ponerse del lado del más fuerte. Asimismo, declara la maestra que Horn se había vuelto una figura molesta para sus antiguos empleadores. En esos momentos gente respetable que, sin embargo, había llegado a esa posición de modos no muy respetables, bien conocidos -dichos modos- por Tom Horn…

Unas cada vez más necesarias apariencias de respetabilidad exigidas por antiguos trapisondistas, aventureros que habían medrado usando la violencia más descarnada, que a su vez, y lógicamente, exigían que personajes como Tom Horn fueran dados por amortizados tras los útiles servicios prestados, despidiéndolos con cajas más o menos destempladas.

O incluso colgándolos de una cuerda como advertencia para otros menos audaces, pero aun así potencialmente peligrosos para el nuevo equilibrio social de la América del presidente Wilson. La de la Gran Guerra en Europa, la de la intervención en los asuntos mundiales como gran potencia… Donde un historiador -como Wilson-, un abogado, un militar de carrera… valían ya más, mucho más, que aquellos tipos rápidos con el Colt y el Winchester… como lo fue Tom Horn…

 

 

 

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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