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Carlos Rilova

El correo de la historia

La incapacidad para comprender el Escorial o la Historia en la España actual

Por Carlos Rilova Jericó

30420-herrera-y-maliano-juanYa he dicho muchas veces en estas mismas páginas que me gustaría poder evitar llevar el terreno de la Historia a la actualidad. De hecho, lo intento con verdadero ahínco, tratando de imitar a muchos compañeros de profesión que, de un modo u otro, se las apañan para encerrarse en una torre de marfil, considerando que cuanto más aislados están del mundanal ruido, mejor les va y más y mejores historiadores son.

Sea como sea, la verdad es que me parece que esa actitud es bastante difícil de sostener cuando uno es, además de historiador, un ciudadano metido en las que el también historiador Jacques Pirenne -hijo del célebre Henri Pirenne- llamó “las grandes corrientes de la Historia”. Es decir, cuando se tiene televisión, ordenadores personales conectados a Internet…  y, finalmente, a causa de esa información sobre el Mundo que nos rodea, uno no puede, como ser racional, evitar preocuparse por ciertas derivas de las que se entera por esos medios.

Y esos desasosiegos intelectuales -créanlo- pueden surgir en cualquier momento. Es lo que me ocurrió esta semana pasada mientras preparaba una pequeña conferencia sobre la iglesia de la Anunciación, enclavada en el centro de Santander capital.

Documentándome sobre ella llegué, como era inevitable, hasta el arquitecto de Felipe II, Juan de Herrera (que tiene una calle dedicada cerca de ese templo) y, a través de él, por supuesto, hasta el monasterio -y palacio- del Escorial y su verdadero significado estético, más allá de la mera forma arquitectónica basada en Vitruvio y otros maestros del Renacimiento italiano como Alberti.

Ya en ese punto me fue imposible no recurrir al historiador hispano-británico Henry Kamen y a una de sus múltiples obras sobre Felipe II y sus hechos en este mundo sublunar, como decían en la época de ese monarca.

Esa obra de Kamen en concreto tiene un título sugestivo: “El enigma del Escorial. El sueño de un rey”. No me defraudó en absoluto, pues es totalmente coherente con la magnífica biografía de Felipe II que el propio Kamen publicó hace ya algunos años.

Así, en “El enigma del Escorial”, Kamen sostiene que ese monasterio y palacio real ha sido terriblemente malinterpretado. Tanto por extranjeros románticos -la más nociva especie que ha visitado ese monumento, caso de Gautier y Verdi- como por los propios españoles que, por cierto, no tenían excesivo cariño -desde el mismo momento de su construcción- a aquella mole levantada cerca de Madrid, pero no en Madrid.

Entre todas las opiniones que Kamen recopilaba sobre el monasterio y palacio de Felipe II, me llamó la atención una del filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno, que también, como muchos otros desde el siglo XVI en adelante, visitó el Escorial. El fragmento es tan elocuente, tan esclarecedor sobre los problemas históricos que arrastra ese país llamado España, desde hace casi 150 años hasta hoy mismo, que no me resisto a reproducirlo. Decía Unamuno sobre lo mal comprendido e interpretado que había sido -y sigue siendo- el Escorial, lo siguiente: “Casi todos los que a ver El Escorial se llegan, van con anteojeras, con prejuicios políticos y religiosos, ya en un sentido, ya en el contrario; van, más que como peregrinos del arte, como progresistas o como tradicionalistas, como católicos o como librepensadores. Van a buscar la sombra de Felipe II, mal conocido también y peor comprendido, y si no la encuentran se la fingen”.

Antes y después de que Unamuno escribiera esto, en 1912, el Escorial fue, en efecto, visto, por unos -los progresistas y librepensadores que él decía- como una especie de caverna siniestra en la que se refugió un rey que quiso aislar a España del mundo y del progreso que alentaba fuera de las fronteras de los Pirineos.

Los “otros” -los católicos y tradicionalistas a los que también aludía Unamuno- por el contrario, la quisieron ver como el sobrio y ascético monumento de un rey que -por más descendiente de pura raza germánica que fuera- encarnaba todas las virtudes de lo que ese grupo de opinión identificaba con una supuesta esencia de “lo español”.

Como bien señala Kamen ni unos ni otros tenían -o tienen- el más mínimo fundamento científico, histórico, para afirmar tales cosas.

En efecto, eso es negado frontalmente por toda la documentación histórica disponible en los archivos españoles que el propio Felipe II mandó cuidar con esmero, ordenando que se cosieran todos los folios sueltos y se formaran pulcros expedientes en los que encontrar la información necesaria cuando fuera preciso.

El Escorial fue, en realidad, como nos recuerda Kamen (entre otros historiadores con mayor inclinación por lo esotérico, como Mariano Fernández Urresti o Juan García Atienza) un monumento renacentista de pura cepa. Edificado por discípulos del mismísimo Miguel Ángel Buonarroti, como Juan Bautista de Toledo. A su vez maestro de Juan de Herrera.

Y como tal edificio principesco renacentista está lleno de claves tanto exotéricas -comprensibles para los no iniciados, las más obvias- como esotéricas. Es decir, sólo asequibles a iniciados o a aquellos que, como Kamen, han estudiado a fondo -y con criterio científico- esa cuestión.

Esas claves esotéricas hablan, invariablemente, de un relato grabado en piedra a través del cual el rey Felipe II, dueño de medio mundo -y por tanto difícilmente aislado de nada o de nadie- trataba de mostrar, para sí mismo y para propios y extraños, la esencia de su poder y afirmarlo con la misma fuerza con la que su descendiente Luis XIV trató de demostrarlo, por ejemplo, en Versalles.

Naturalmente eso se hizo con una serie de claves que hoy nos suenan -y con razón- a conocimientos de lo que algunos llamaron, en la época de Felipe II, Filosofía oculta o “Magia natural”. Nada que ver, efectivamente, ni con el librepensamiento ni con el catolicismo tradicionalista del siglo XIX, enteramente ajenas ambas cosas a un príncipe renacentista como Felipe II.

Y sin embargo… Sin embargo, como bien señala Kamen, todavía hoy, más de cien años después de que Unamuno viera ese concierto de errores con tanta claridad, el Escorial, siquiera sea vagamente, sigue siendo un fiel reflejo de la imagen pueril y simplista que los españoles, en general, tienen de su propio pasado.

Una que, al parecer, les lleva a dividirse en bandos irreconciliables bastante absurdos, teniendo en cuenta que en ambos casos (como Unamuno demostraba en 1912), no hay ninguna razón seria, “histórica”, que sustente semejantes llamadas a rebato a lo que, en definitiva, no es más que una guerra civil de mayor o menor intensidad. Una que tan sólo muestra a qué nivel de descomposición puede llegar una sociedad europea, que ni termina de colapsarse ni acaba de desarrollarse.

Sin duda un caso histórico -esta vez sí- digno de estudio y que, más por desgracia que por suerte, da para hablar largo y tendido. Como seguramente se volverá a ver en estas mismas páginas en otras ocasiones en las que el historiador, cansado de ver estos tristes espectáculos, tendrá que volver a hablar, a su pesar, de Infantilismo e Historia en la España de la larga transición…

Esa misma en la que se confunde todavía a un príncipe renacentista como Felipe II con un rey-monje. O con un dictador fascista que, entre otros caprichos, tuvo el de construirse un chabacano mausoleo muy cerca de un Escorial con el que, por supuesto, nada tiene que ver. Por más que haya quien así se lo siga imaginando por falta de verdaderos conocimientos sobre la Historia de su propio país…

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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