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Carlos Rilova

El correo de la historia

Encuentro en Telgte. La Historia y los sucesos de Nueva Zelanda

Por Carlos Rilova Jericó

escena-de-combate-en-la-austria-en-la-epoca-del-asedio-a-viena-en-1683Lamentablemente esta semana el correo de la Historia también tiene que ir al compás de acontecimientos que han saltado a la Prensa de actualidad. Me refiero, claro está, a la matanza perpetrada por dos ultraderechistas en una mezquita de la ciudad neozelandesa de Christchurch.

Desde el minuto cero, prácticamente, diversos medios informaban en tiempo casi real de lo ocurrido. Se trataba de una matanza sistemática y muy bien organizada por dos terroristas blancos que, a la vista de la parafernalia con la que se rodearon, creían estar llevando a cabo una misión histórica. A saber: combatir un supuesto peligro musulmán, una invasión del Islam que no sería sino un episodio más de una lucha secular, histórica, librada por los cristianos contra esa otra religión monoteísta.

Los cargadores de sus armas automáticas, las que vaciaron sobre hasta 50 fieles musulmanes -repitiendo, desde el lado opuesto, otros actos de barbarie como el de “Charlie Hebdo”- lo decían claramente. Ellos se veían como herederos de Potocki y otros defensores de Viena en el año 1683 contra un asedio otomano en toda regla que, de haber tenido éxito, habría abierto toda aquella Europa barroca a una verdadera -esta vez sí- invasión del Islam.

Lo más lamentable de todo esto es que, una vez más, en la ya larga Historia de la Humanidad, en Christchurch se habrá matado por algo que parecía esencial en ese momento pero que, años después, cuando acabe esta sorda guerra entre cristianos y musulmanes, se verá que no tenía tanta importancia.

Así es, la semana pasada, hablando de los manejos con la Historia de España perpetrados por VOX (que, para frustración de muchos, condenó sin paliativos el atentado), ya decía que, por debajo de esa apropiación algo pueril, primaria, de determinados hechos -ya sean las Navas de Tolosa o el asedio a Viena en 1683- las guerras, y, en especial, las de religión, esconden realidades más complejas. Un descarnado esqueleto de intereses materiales que sale a la luz cuando el conflicto ha acabado ya con los mártires, héroes y santos de ambos bandos. Cuando ya sólo quedan quienes, instintiva o conscientemente, saben lo que realmente está en juego, que suele ser mucho más primario, Cosas fundamentales como el territorio, los recursos…

Discrepancias que, de todos modos, acaban siendo dirimidas civilizadamente, sin sangre, sin muertes, en mesas de negociaciones donde la más convencional Política -no el Heroísmo, supuesto o real- tiene la última, la verdaderamente última, palabra.

Hace cuatro siglos, en 1648, hubo un ejemplo perfecto de todo esto. Tras treinta años de guerra que arrasaron el centro de Europa, el cansancio, el hartazgo -también la saturación de horrores que una sociedad civilizada puede soportar- tomaron el relevo a las diferencias religiosas entre católicos y protestantes que habían animado más de tres décadas de guerra. En las que se sembró muerte y destrucción sin tasa porque alguien creía que su dios le decía que debía hacerlo.

En los últimos años de esa guerra, sin embargo, ni siquiera quedaba esa excusa. Había príncipes católicos aliados con príncipes protestantes en contra de otros católicos. Y sus ejércitos estaban llenos de gente que había tomado una decisión racional digna de nuestra época, más que de la suya. Es decir, como la guerra era prácticamente la única industria que funcionaba, se alquilaban como mercenarios a cualquiera de ambos bandos. Si es que realmente se podía decir que quedaban bandos en esos momentos…

Ese año, 1648, fue prácticamente la última vez que la Religión tuvo importancia en la Política europea y, por ende, de buena parte del Mundo. Los europeos siguieron luchando por recursos naturales, por territorios, por las rutas comerciales… pero nunca volvieron a luchar por cuestiones de religión.

Así es, salvo casos residuales y periféricos, como el de Irlanda, nadie estaba ya dispuesto a luchar y matar por defender el credo protestante o católico. Son los comienzos de la tolerancia religiosa, cuando los países mayoritariamente protestantes permiten en privado el culto a los católicos y viceversa.

Quedaron, es cierto, aristas. Por ejemplo, los católicos británicos vivieron en una situación de semimarginación hasta la llamada Acta de Emancipación de 1832 que les abría las puertas a los altos cargos en la Administración Civil y Militar. Hasta entonces reservados a buenos protestantes. Preferentemente de la Alta Iglesia anglicana.

Por lo demás nadie movió apenas un dedo en la Europa protestante cuando Luis XIV revocó en 1685 el Edicto de Nantes, que permitía ejercer pública y libremente el culto a los protestantes franceses. Único modo hasta esa fecha, por cierto, de acabar con la guerra de religión que había asolado Francia hasta comienzos del siglo XVII.

Así transcurrieron las cosas. Hasta llegar a hoy día, cuando en Europa la religión es algo remitido al ámbito privado y personal de cada cual y nadie se preocupa demasiado de si su vecino va a un servicio protestante o a una misa católica.

Tanto el Cine como la Literatura, han reflejado ese momento de hace cuatro siglos que hizo de la devastada Europa de 1648 una de las áreas más prosperas del Mundo en cuanto las guerras de religión se extinguieron. “El último valle”, basada en un guion del autor bestseller James Clavell, muestra claramente la situación de esa Europa central desolada por unas guerras que ya no tienen más sentido -para muchos de los que luchan en ellas- que el saqueo, porque ya no ha quedado mucho más de lo que vivir.

Novelistas de más largo aliento, como Günter Grass, también se hicieron eco del absurdo en el que derivó finalmente una guerra de la que sólo se sacó en claro que no era una buena idea matarse -durante treinta años- por diferencias religiosas. Su “Encuentro en Telgte”, ambientado en 1648, recoge una frase lapidaria -de uno de los literatos alemanes reunidos en esa población- acerca de lo que había sido aquello que llevaba a firmar una paz general en Westfalia: “¿Dónde estás tú Alemania? Desde hace casi treinta años te has convertido por la rapiña y la matanza, en tu propio verdugo…”.

La reacción de Christchurch, es, en realidad, una respuesta instintiva ante quienes no piensan, ni viven, ni actúan según nuestros valores cristianos y occidentales y son vistos como correligionarios de quienes han hecho otro tanto disparando indiscriminadamente sobre “los nuestros”. Una forma de pensar que, al fin y al cabo, es tan sólo otra faceta más de ese nuevo desorden mundial que afirma que, abriendo las fronteras a personas, capitales y mercancías, todos nuestros problemas se resolverán.

Craso error -fingido o real- porque de ahí se deriva, en realidad, un problema de macrocefalia planetaria en el que la mayor parte de la población -de distintas etnias, religiones, culturas… – se hacina en un escaso territorio, en las pocas áreas del planeta no empobrecidas por esas mismas políticas predatorias.

Un tema que, tarde o temprano, habrá que arreglar. Y no, desde luego, convocando un Día Mundial de los Emigrantes, o similares políticas de la tirita que pretenden cerrar una hemorragia con eso precisamente: con paños calientes y buena voluntad cuando lo que en realidad se requiere es una intervención facultativa seria y eficaz.

Sin embargo, hasta que ese nuevo 1648 llegue, hasta que realmente el Cosmopolitismo y la Mundialización no sean palabras vacías o simple mercadería que lleva a actos desesperados -más propios de ratas hacinadas en un espacio pequeño que de seres humanos-, quienes quieran tomar un fusil y disparar sobre gente desarmada de la religión contraria, harán bien en recordar ese año 1648 y lo que entonces ocurrió.

Extraerán de ahí la mejor lección que se puede sacar de la Historia de las guerras de religión…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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