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Carlos Rilova

El correo de la historia

La quema de Notre Dame de París y unas conferencias históricas

Por Carlos Rilova Jericó

el-duque-de-orleans-regente-de-luis-xv-por-jean-baptiste-santerre-museo-del-pradoA decir verdad, este lunes tenía previsto hablar únicamente de conferencias históricas. Concretamente del ciclo que se inició en el Museo San Telmo de San Sebastián el 6 de marzo pasado y que continúa, en la Biblioteca Koldo Mitxelena de la Diputación guipuzcoana, este próximo jueves 25.

Sin embargo, el impresionante incendio de gran parte de la catedral de Notre Dame me ha hecho variar algo el programa.

Estoy bastante seguro de que muchos se preguntarán si, para los de este lado de los Pirineos -el lado Sur, para ser concretos- debería ser importante que se les haya quemado “a los franceses su catedral” (léase esto con acento castizo y algo despectivo, incluso incluyendo algún adjetivo descalificativo).

Sin embargo, y aunque, además de eso, las reacciones españolas -oficiales y extraoficiales- en general han sido bastante tibias (algunas incluso han dado material para el ya bien conocido “Cuñadismo” patrio), también estoy bastante seguro, por otra parte, de que a muchos otros el incendio de Notre Dame les habrá parecido -en esta vertiente meridional de los Pirineos- precisamente un verdadero horror. Una herida en medio del corazón de la Civilización y la Cultura europeas, de la que cualquiera de este lado de la frontera francesa no tiene porque sentirse alejado. Ni mucho menos.

Pero como la actual España es un país digamos que peculiar a ese respecto, he pensado que no estaría de más unir esos dos temas. Es decir, las conferencias históricas sobre efemérides del año 1719, que continúan este día 25 de abril en el auditorio de la biblioteca Koldo Mitxelena de San Sebastián, y el pavoroso -dicho sea sin exageración- incendio de las bóvedas de Notre Dame.

Si hay todavía alguien lo bastante inculto o ignorante como para despreocuparse de lo que les ha ocurrido a “los franceses” (vuelva a leerse eso con expresión castiza y descalificativa) no queda más remedio que desengañarle. Y eso se puede hacer precisamente gracias a los acontecimientos de hace ahora 300 años, que sacudieron esa misma frontera de los Pirineos que, a veces, tanto parece separarnos de ese París en el que ha ardido una parte de nuestra Historia -no lo duden- común.

En efecto, quienes acudan este jueves 25 de abril, a las siete de la tarde, a la Biblioteca Koldo Mitxelena, podrán saber algo más sobre una guerra, la de la Cuádruple Alianza, iniciada en 1717 y acabada en 1720, que traspasó, justo en abril de 1719, esa frontera formada por el río Bidasoa y por los Pirineos.

La guerra la trajo hasta allí lo más selecto de la aristocracia al servicio de la Francia del regente Felipe de Orleans: el señor de Silly, el príncipe de Conti… y otros grandes señores de la corte de Versalles, muchos de ellos hijos, más o menos legítimos, del mismísimo rey Sol, Luis XIV. Todos dirigidos por un príncipe de sangre real: el mariscal duque de Berwick. Su número era impresionante. Eran millares de hombres, de Infantería y de Caballería, vestidos con elegantes sombreros de tres picos y uniformes grises o blancos, con distintivos de diversos colores, al uso del siglo XVIII, en las bocamangas de sus casacas. El tren de Artillería que les seguía era también impresionante. Piezas para asediar a plazas fuertes que ese Ejército sabía formidables. Como la actual Hondarribia (entonces más conocida como Fuenterrabía, tal y como se la describía en planos y documentos de la época) que en 1638 había resistido otro asedio -éste ordenado por el cardenal Richelieu- durante dos meses, sin que la plaza abatiese sus pabellones…

San Sebastián también estaba en el punto de mira de ese Ejército. Pues la sola toma de Hondarribia de nada serviría si no caía esa segunda fortaleza, que confirmó los peores temores del mariscal duque de Berwick y los nobles pares y señores de Francia que formaban en esos días su séquito o familia -como se decía entonces- militar. En efecto, esa otra plaza fuerte -no importa lo que hayan leído en las malas novelas históricas que, por desgracia, proliferan hoy en España- resistió casi dos meses de asedio reglado.

De hecho, mucho más tiempo, pues los primeros ataques habían empezado en abril, cuando las tropas francesas enviadas por el regente Felipe de Orleans -al que la Corte y los oficiales españoles culparán del desencuentro- entraron en territorio guipuzcoano y empezaron a avanzar hacia la ciudad, estrechando el cerco desde la actual Oiartzun -en 1719 llamada “Valle de Oyarzun”- sorteando las marismas de lo que hoy es el elegante barrio de Riberas de Loyola y tendiendo puentes para salvar esas tierras entonces pantanosas.

Todo para instalar ese temible tren de Artillería ante una ciudad defendida por la milicia foral guipuzcoana, regimientos regulares como el África -que todavía sigue en la ciudad hoy día, tres siglos después- y toda clase de capitanes aventureros entre los que, oh sorpresa, incluso había catalanes austracistas hechos prisioneros durante la toma de Barcelona en el ahora famoso 1714. Gentes éstas últimas que vieron en ese asedio de 1719 la gran oportunidad de ajustar cuentas con el duque de Berwick, que tan mal los había tratado seis años atrás…

Sólo este episodio que este jueves explicará en la biblioteca Koldo Mitxelena todo un especialista en esas materias -la Historia, las fortificaciones, su asedio durante un sitio reglado del siglo XVIII- bastaría para que mirásemos con otros ojos, desde este lado Sur de los Pirineos, las cenizas de las bóvedas de Notre Dame.

En efecto, tanto en las páginas de la Gran Literatura francesa como en los documentos de nuestros archivos, surgen, como pavesas ardientes, nombres como Silly, el mariscal duque de Berwick, el regente Felipe de Orleans y muchos otros, que, a veces también convertidos en personajes de Alejandro Dumas (padre), nos hablan de una conspiración  que, como dice la primera línea de “El caballero de Harmental” -una de las novelas de ese prolífico escritor- comenzó “Cierto día de Cuaresma, el 22 de marzo del año de gracia de 1718” en el mismo París, a la sombra de las torres de la catedral de Notre Dame. Esa conspiración (llamada de Cellamare, apellido del embajador español en París), como nos dice la Historia, acabaría, más o menos un año después, en abril de 1719, trayendo una de esas grandes guerras dieciochescas, que tanta Literatura -y Cine- han inspirado, hasta las puertas de San Sebastián…

¿Es o no es esa razón bastante para que nos preocupe que Notre Dame haya estado a punto de desaparecer?

El martes pasado, en efecto, se quemó una buena parte de nuestra propia Historia. La de este lado de los Pirineos. Sin duda. Y si alguna duda de eso queda, todavía, se podrá aclarar este jueves 25 a las siete de la tarde. Al menos para quienes tengan la suerte de encontrarse en San Sebastián ese día.

Una ciudad que fue uno de los principales escenarios de la Historia europea del año 1719 que en esas fechas corrió, como un reguero de pólvora, entre las torres de Notre Dame y las puertas de las plazas fuertes guipuzcoanas que se levantaban, como los mitológicos dientes de dragón, entre el mariscal duque de Berwick y la Victoria que tanto ansiaba obtener para sus amos y señores, el príncipe regente de Francia y el joven rey Luis XV…

 

 

 

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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