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Carlos Rilova

El correo de la historia

Luces et Bellona. La mujer en la Guerra de la Cuádruple Alianza (A. D. 1719)

Por Carlos Rilova Jericó

clio-musa-de-la-historia-por-johannes-vermeerEste lunes toca a este nuevo correo de la Historia hablar de las mujeres atrapadas, hace ahora trescientos años, en una nueva guerra de las muchas que han forjado la confederación europea en la que hoy vivimos. La razón para elegir este tema es que esta semana sigue adelante un ciclo de conferencias, emplazado en la Biblioteca Koldo Mitxelena de San Sebastián, dedicado a esclarecer, precisamente, lo ocurrido hace tres siglos en esas latitudes.

En la conferencia que la historiadora Ana Galdós Monfort leerá este viernes 17 de mayo, a las siete de la tarde, en esa biblioteca, se debe hablar de ese que es uno más de los muchos aspectos que rodearon y dieron forma, como hecho histórico, a esa guerra.

Es posible que muchos no vean la relación entre el relato de combates, asedios y batallas navales y el hablar de la llamada “Historia de género”. Esto es, una vez más, producto del déficit intelectual que se arrastra a este lado de los Pirineos desde hace unos ochenta años. Algo que, afortunadamente, se va mitigando poco a poco, aunque gracias, muchas veces, a engorrosos esfuerzos que acaban cayendo sobre espaldas ya bastante hastiadas. Como es el caso de las del que estas líneas escribe.

En efecto, no puede haber un ciclo de conferencias, o una publicación, que se precie, hoy, de ser seria y científica, que no contemple la Historia de género. Más allá de toda militancia política en el tema del Feminismo -que no ha lugar en casos como éste- intentar comprender cualquier acontecimiento histórico eliminando la perspectiva de las mujeres, es un tosco y grave error que vuelve opaco el tejido de la Historia. Cuya musa, Clío, por cierto, era una divinidad femenina.

La Guerra de la Cuádruple Alianza en el frente vasco -uno de los principales de ese acontecimiento- no es, naturalmente, ninguna excepción. Las mujeres que vivían en esas latitudes del mapa de Europa en el año 1719, fueron, como los hombres, protagonistas de los hechos.

Para empezar su presencia en ese frente de batalla -con dos ciudades asediadas durante semanas, combates constantes desde abril de 1719…- es fundamental para comprender cómo había cambiado la guerra en Europa en el siglo XVIII.

En efecto, apenas noventa años atrás, en 1638, las abuelas de las mujeres que en 1719 vieron aparecer un ejército formidable en las riberas del Bidasoa, habían experimentado una guerra muy distinta a la que ellas iban a vivir a partir del momento en el que los ingenieros al servicio del mariscal duque de Berwick, empezaron a facilitar el paso de la Caballería, la Infantería y los trenes de asedio por los vados del Bidasoa.

Las guipuzcoanas del año 1638, cuando esos mismos vados fueron traspasados por las vanguardias del cardenal Richelieu, podían temer -con toda certeza- que sus vidas corrían un grave peligro. Es más, si la resistencia de los baluartes de Fuenterrabía (hoy Hondarribia) no resistían a la bien entrenada Artillería del cardenal, podían temer -o algo más que temer- ser violadas en masa por una soldadesca sin control. Y, tras esa experiencia a todas luces espantosa y traumática, ser asesinadas sobre el mismo lugar en el que hubieran sido profanadas por, quizás, cinco, diez, quince… o más hombres de las tropas francesas, que -eso era la vida de soldado en la época- llevaban años siendo embrutecidos, sistemáticamente, por el alcohol y la violencia extrema de la que habían hecho su medio de vida.

La resistencia a ultranza de esa plaza fuerte en 1638, en la que -nos consta por diversa documentación- las mujeres participan activamente (como era habitual en las plazas y puestos fronterizos del siglo XVII) fue un elocuente reflejo de ese lógico pavor a sufrir semejante trato si las brechas abiertas en los baluartes eran rebasadas por las columnas de asalto francesas.

La lógica elemental humana -basada en instintos también elementales, como el de supervivencia- no ha variado mucho desde 1638 hasta hoy. Una mujer de esa época, atrapada en un asedio como el que sufre Fuenterrabía en ese año, sin duda tenía dos opciones, que son las que se manifestaron en aquel lugar y fecha: o bien refugiarse con los ancianos y niños más pequeños bajo las bóvedas preparadas en plazas fuertes como esa para resistir el fuego artillero, o bien colaborar con los hombres que formaban la primera línea de defensa. Por ejemplo, aumentando la cadencia de disparo de las baterías y los mosqueteros, ayudando a recargar las armas. Pues cada bala de mosquete o cada pedazo de metralla o palanqueta enterrada en carne francesa, significaba una reducción significativa de las posibilidades de ser violadas masivamente y asesinadas.

Tal era la Ley de Guerra admitida en una Europa en la que Velázquez o Frans Hals -o incluso pintoras como Sofonisba Anguissola- desarrollaban su actividad, pero en la que, al mismo tiempo, la lucha en campos de batalla y ciudades asediadas, era a sangre y fuego. Sin contemplaciones, buscando aterrorizar y aniquilar al enemigo por los medios más crueles que se tuvieran al alcance.

Todo esto, precisamente, esos excesos perpetrados durante la Guerra de los Treinta Años por todos los ejércitos en liza, es lo que lleva, desde 1648 en adelante, a mitigar la Guerra, a disciplinar a los soldados -amen de uniformarlos- para evitar daños a la población civil. A la que se procura dejar al margen del enfrentamiento, reduciéndolo todo a una cuestión casi asépticamente técnica.

Esa notable reducción del riesgo de violación y asesinato, es algo que se trasluce de inmediato en lo que la documentación de archivo nos dice sobre cómo viven las mujeres guipuzcoanas -las más expuestas- esa nueva guerra que llega a las puertas de plazas fuertes como Fuenterrabía y San Sebastián hace ahora trescientos años.

No hay registro de que actuasen como en 1638, situándose, como poco, en segunda línea para reforzar a la primera y su capacidad ofensiva. Las mujeres hondarribiarras y donostiarras principalmente esperan, ahora, en 1719, a que todo acabe. En general lejos de la primera línea de fuego. Lo cual no significa que hayan renunciado al protagonismo. Por el contrario, la documentación nos dice que muchas de ellas asumen el papel que asumirán muchas otras mujeres en la Europa del Siglo de las Luces. Es decir, el de manejar los hilos económicos de la situación que, como sabemos desde el tiempo de los romanos, son el nervio que mueve la guerra.

En efecto, si las mujeres presentes en el frente vasco de 1719 aparecen en los documentos, es, sobre todo, para vigilar y fiscalizar las haciendas que han quedado a su cargo por la ausencia o la falta de los hombres. Se trata, desde luego, de mujeres, hasta hoy, más anónimas que María Margarita de Visscher. La esposa del creador del Real Cuerpo de Ingenieros militares español (Jorge -o Joris- van Verboom) que tendrá un papel notable en ese aspecto, al haber quedado aislado su marido en el Sur de Italia tras la destrucción de la flota española en la Batalla de cabo Passaro.

Sin embargo, las guipuzcoanas contemporáneas de la mujer de Van Verboom -tan maltratado por presuntas novelas históricas- siguen el mismo esquema que ella. Bien descrito por Víctor García González en “Mujeres en la Guerra y en los Ejércitos”. Un interesante volumen publicado por la Asociación Española de Historia Militar no hace mucho. Es decir, las guipuzcoanas de 1719 llevarán, como la mujer de Joris van Verboom, un cuidadoso control de las pérdidas sufridas por la hacienda familiar a causa de los entusiasmos bélicos y las reclamarán, activamente, dirigiéndose no sólo a oficiales subalternos, sino incluso al mismísimo mariscal duque de Berwick…

De todas estas cuestiones, y más detalles (que son una parte indisoluble de la Historia militar), se hablará este próximo viernes en la Biblioteca Koldo Mitxelena de San Sebastián, para recordar -que no es lo mismo que celebrar- el desarrollo de la Guerra de la Cuádruple Alianza en la frontera vasca, que también dio lugar a una rara tradición -que no tradicionalismo- en nuestra Historia militar: la presencia en esa plaza durante cerca de tres siglos del mismo regimiento.

En este caso el África, hoy conocido como Tercio Viejo de Sicilia 67. Una cosa de esas que, como bien sabemos -al menos hasta la fecha de hoy- sólo han valorado los anglosajones, demostrando, una vez más, un buen criterio que, por estas latitudes, nos ha faltado más de lo necesario para un buen funcionamiento social y político…

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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