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Carlos Rilova

El correo de la historia

El Mundo en sus manos. Madame de Pompadour y el Poder (1745-1764)

Por Carlos Rilova Jericó

choiseul-pompadour-la-mejorMe ha costado bastante resistirme al tema de este nuevo correo de la Historia. En realidad, todo empezó a raíz de una conferencia que tuve que moderar el 17 de mayo, dentro de un ciclo sobre el que volveré la semana que viene. Desde entonces estuve dando vueltas a la figura de Madame de Pompadour.

Seguramente les sonará… de una marca de manzanilla. Poco más. Hoy por hoy, Jeanne-Antoinette Poisson, más conocida como marquesa de Pompadour, es bastante poco conocida fuera de las fronteras de Francia.

Y no debería ser así. Incluso en un país como España, que aún anda muy peleado con esta ciencia -con un alto porcentaje de público que se interesa por ella, pero la ve todavía como un simple “hobby”- y más en determinados ambientes donde la opinión política sustituye el buen criterio a la hora de mirar al Pasado y lo deforma según la lente de nuestras ideas y opiniones contemporáneas.

Fruto de esa deformación, de ese ver el Pasado como si fuera parte del Presente, nos encontramos con atrocidades tales como lo de pedir excusas por lo ocurrido en América desde 1492 (de la que ya se ha hablado varias veces en esta página) o esa consigna o eslogan que he visto ya en varias paredes donde grupos feministas se describen como “las nietas de las brujas que no pudistéis quemar” (¿¡!?).

Dejaremos eso para otro día, porque de brujas -y brujos- y su verdadero significado histórico, se podría hablar largo y tendido. Y no precisamente para dar la razón a esos grupos políticos que parecen tomarse bastante a la ligera -y con una carga ideológica muy poco comedida- esa cuestión de la Gran Caza de Brujas del siglo XVII.

Lo que más me interesa destacar, a partir de consignas como esas, es la visión ciertamente empobrecida que se tiene en algunos círculos políticos del Presente sobre el verdadero papel de la mujer en siglos pasados.

De un modo simplista se cree, o se quiere hacer creer, que la mujer, el género femenino en conjunto, vivió, en su más absoluta totalidad, sin excepciones, aplastado o prácticamente esclavizado por el género masculino. Llevándonos esto así una vez más al peligroso terreno en el que la Historia, convenientemente apalizada, serviría para justificar reivindicaciones políticas actuales que, en algunos casos, parecen querer legalizar una revancha de proporciones cósmicas del género femenino -así, en bloque- contra el género masculino (también tomado en bloque y sin matices).

Hay que decir, inevitablemente, más allá de las simpatías personales por la causa feminista, que es de muy grueso calibre la barbarie que hay tras esas propuestas que reivindican así esa buena causa de un modo bastante reaccionario (lo sepan o no quienes creen estar manejando esas cuestiones históricas para hacer lo que hoy llamamos “Política de progreso”).

Y eso es algo que nos demuestran perfectamente vidas -ejemplares o no según el criterio moral de cada cual- como la de Jeanne-Antoinette Poisson. Aquella hija ilegítima de un recaudador de impuestos ingresada, más adelante, en la Historia como Madame de Pompadour.

Se podrían contar muchas cosas sobre ella, sin necesidad siquiera de recurrir a grandes tratados sobre su época de esplendor, como “El siglo de Luis XV”, del académico francés Pierre Gaxotte.

Pero el espacio disponible obliga a ser breve. Diremos así que Jeanne-Antoinette recibió una esmerada educación por parte de su verdadero padre natural, no del legal, que abandonó el hogar apenas ella nació. Esa educación esmerada, así como los círculos de influencia en los que se movía ese progenitor arrepentido, la llevaron, en torno al año 1745, a la antesala de uno de los reyes más poderosos de la Europa del siglo XVIII. Lo cual es tanto como decir del Mundo en aquel siglo que llaman “Ilustrado”.

Ese rey era Luis XV de Borbón y podríamos decir que se enamoró de Jeanne-Antoinette. Siempre que tengamos en cuenta hasta qué punto pueden coincidir nuestra idea de lo que llamamos “Amor”, con la que sobre ese mismo tema podía tener un rey dieciochesco como Luis XV.

El caso es que hasta prácticamente la prematura muerte de Madame de Pompadour -ocurrirá en el año 1764, cuando sólo cuenta todavía 42 años- ella manejará, con verdadera inteligencia y mano de hierro, los asuntos de la corte de Francia.

Cualquier mujer de negocios actual podría tomarla, de hecho, como ejemplo de organización de una vasta empresa como lo era en esos momentos la monarquía francesa.

El resultado de todo eso es que Madame de Pompadour, en contra de lo que sostiene cierta opinión actual triste y preocupantemente mal informada, es un perfecto ejemplo de cómo una mujer hizo y deshizo decisiones que afectaron gravemente a la vida de miles de hombres (y mujeres).

Hoy, en efecto, bajo las praderas del Centro de Europa o de lo que llamaos “Canadá”, hay esqueletos de centenares de soldados, franceses y británicos, que están allí tan sólo porque Madame de Pompadour agitó su mano y planteó al rey, a través de los cauces políticos de la época -ella hundió y elevó ministros como el duque de Choiseul- que aquello era bueno para Francia y que la guerra contra los británicos podía ser ganada por el combinado franco-español que ya había dado tan buenos resultados en la guerra anterior, cuando ella apenas había debutado como favorita del rey en Versalles.

Sí, Madame de Pompadour tuvo el Mundo en sus manos. Y era una mujer, y no tuvo, aun así, motivos para decir, en plena mitad del siglo XVIII, que estaba  subordinada, condenada a una posición en la que no tenía el control de su propia vida.

Por el contrario, esa clase de sentimientos que ahora se quieren asociar vagamente en bloque a la situación de la mujer en esa época, anidaban más bien en el pecho de los miles de hombres (y también mujeres) que dependían para vivir o morir de lo que aquella otra mujer, bella, inteligente, seductora… decidiera ordenar al rey Luis XV.

No fue la única que en aquella época tuvo en sus manos tan gran poder. Otras mujeres ostentaron la misma potestad sobre las vidas de miles de hombres (y también mujeres) que dependían de lo que ellas decidieran.

Fue el caso de la reina española Isabel de Farnesio, o de la zarina rusa conocida como Catalina la Grande.

El fondo del mar y centenares de kilómetros de tierra europea, americana, africana… están llenos de restos humanos que hace ya más de dos siglos acabaron allí porque la razón de estado así lo ordenó. Una razón de estado que manejaron, a su antojo, mujeres coronadas como la zarina Catalina o la reina Isabel de Farnesio. O reinas sin corona (pero con igual cota de poder en sus manos) como Madame de Pompadour…

Sería, sin duda, un verdadero error olvidarlas. Y más en un presente que tan necesitado anda de calma y sosiego, de contemplar el Pasado con los ojos propios de una sociedad verdaderamente culta y madura, que lee libros en lugar de escribir, muchas veces, consignas sin saber qué significan verdaderamente o qué poca verdad (histórica) hay tras ellas.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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