Por Carlos Rilova Jericó
Aunque el correo de la Historia es una página de eso mismo, de Historia, pero general (como ya sabrán quienes la leen habitualmente) es también algo que se escribe, normalmente, desde San Sebastián y en un periódico que se reclama orgulloso “decano de la prensa donostiarra”. Todo eso, ahora mismo, hace difícil no dedicar este nuevo número a la presencia de Woody Allen en San Sebastián para rodar su nueva película.
Naturalmente esa circunstancia es ya, en sí misma, un hecho histórico. Uno de los cineastas más famosos a nivel mundial, desde hace décadas, ha decidido convertir a San Sebastián en escenario de uno de sus rodajes, poniendo así a esa ciudad al nivel de París, Barcelona o, por supuesto, Nueva York, que es la base de todo el Cine de Allen.
Al margen de que esto pueda parecer un ditirambo algo provinciano -esos de los que a Woody Allen tanto le gusta burlarse- lo cierto es que sí, que el hecho de ser escenario central de una película de Woody Allen es algo importante, que marcará un antes y un después en la larga y -como no podía ser menos en el caso de la vieja Europa- accidentada Historia de San Sebastián. Así pues, como ven, es casi obligado que el correo de la Historia se haga eco este lunes 15 de julio de 2019 del rodaje de la nueva película de Woody Allen en San Sebastián.
Pero aquí llega la hora de las preguntas que se estarán haciendo muchos donostiarras a los que -como conozco bien desde hace décadas- les gusta mucho dividirse en bandos y discutir opiniones contrarias y hasta encontradas.
Habrá los que se pregunten si el hecho de que Woody Allen ruede en la ciudad, será bueno para ella. Algo que ellos pondrán en duda pues pensarán que eso va a traer más gente “de fuera”, que habla en idiomas extranjeros, que parecen tener otra visión del mundo, menos estrecha… y de eso ya hay bastante -hasta demasiado- para ese sector de la opinión ciudadana que parece moverse más a gusto en ambientes menos urbanos.
Esos en los que los hijos predilectos de la aldea se bastan y se sobran (y no quieren competencia alguna) para ilustrar y pastorear a los demás aldeanos que no han recibido en suerte prebendas intelectuales tales como un libro, o una chistera, o la dirección de “alguna cosa de esas de Cultura”,,. Tal y como lo caricaturizó, con acertado sarcasmo vasco, Ramón de Zubiaurre en su obra conocida como “Los intelectuales de mi aldea”.
Otro sector donostiarra, henchido de cosmopolitismo (una característica muy de la ciudad) es seguro que no tendrá duda alguna respecto a que el rodaje de Allen en San Sebastián será un éxito y un beneficio, por los siglos de los siglos, para la ciudad.
Es posible que haya un tercer sector de opinión en San Sebastián ahora mismo que opine, abruptamente, que, a buenas horas llega el señor Allen a tomar como escenario incomparable a San Sebastián para una de sus películas. Pues este Woody Allen, para ellos, ya no es el Woody Allen de “Annie Hall”, sino alguien que hace películas bastante discutibles. Alguna de ellas realizada en España, como “Vicky Cristina Barcelona” que no dejó precisamente entusiasmados a muchos seguidores de Woody Allen.
Esa última opinión es la que más me interesa, porque permite plantear un debate mínimamente interesante sobre el Cine de Allen visto con perspectiva más o menos histórica. La verdad es que, si seguimos el Cine de Woody Allen desde la década de los setenta del siglo XX, que fue la que le consagró, el genial director neoyorkino no se ha movido del punto de partida. Y es que su Cine, como ocurre con la obra de todo artista que realmente merece esos galones, ha girado casi siempre en torno a temas universales que preocupan a la Humanidad desde que ésta existe. Cosas tales como el Sexo, o su sublimación en ese concepto que llamamos Amor, o aquello que es justo su contrario: la Muerte a la que Allen da un papel preponderante en gran parte de su obra.
Basta con leer los relatos de Woody Allen escritos hace años -y también publicados en español hace años- para darse cuenta de que desde “Annie Hall” hasta “Midnight in Paris”, el director neoyorkino tan sólo ha estado plasmando en la gran pantalla una vasta cultura que sabe manejar de manera divertida grandes debates intelectuales. Como los que tienen que ver con las vanguardias artísticas -eso era “Midnight in Paris”, que reflejaba uno de sus ácidos relatos de los setenta- o cuestiones de alta filosofía, como las que giran en torno a la trascendencia de la vida y la muerte del ser humano.
Así las cosas, yo creo que los donostiarras pueden estar tranquilos. Al menos los que tienen grandes esperanzas puestas en esta nueva película de Woody Allen y los que dudan de que este Allen sea el Allen que se hizo famoso en los años setenta con películas como “Annie Hall”. Los que sólo temen que su particular aldea de Astérix se vea invadida por gente que hasta anteayer no habían visto en la plaza de su pueblo, los dejaremos aparte, porque así ellos mismos se han situado en un lugar sobre esta cuestión que hace inútil el dialogo.
Woody Allen conoce nuestro país mejor de lo que creemos. Mejor incluso de lo que podría parecer viendo películas como “Vicky Cristina Barcelona”, en la que se perdió en algunos tópicos sobre España que, la verdad, sonaban a chino para la mayoría de los habitantes de ese país. Aun así, no es Allen esa clase de director de Cine que es capaz de montar un “tablao” flamenco en plena tamborrada donostiarra sólo porque es eso lo que espera la mayoría de un público anglosajón. Ese al que le da para ir al Cine a ver películas “cultas”, pero no para comprarse algún que otro libro de Historia española y sacudirse de encima unos cuantos tópicos bastante burdos.
Una de las películas setenteras de Allen, “Love and Death”, que fue traducida al español como “La última noche de Boris Grushenko”, ofrece una buena muestra de esto. En realidad, se trata de una descacharrante parodia -muy en el estilo de Allen- de una de las principales obras literarias sobre las guerras napoleónicas: “Guerra y Paz” de Tolstoi. En esta película no falta de nada, hay incluso grandes batallas napoleónicas como Austerlitz desplegadas en la pantalla. Todo para servir de marco al humor inteligente de Woody Allen, perfectamente sincronizado en desopilantes diálogos. Especialmente los que tienen lugar entre el personaje principal que interpreta Woody Allen y una Diane Keaton en estado de gracia como actriz de comedia. Diatribas que giran, por supuesto, en torno a temas como el Amor y la Muerte (que daban título original a esta película), el Sexo (en abundancia alleniana) y debates políticos de altura. Como el de si es lícito o no matar a un tirano. En este caso Napoleón Bonaparte…
En medio de ese cuadro histórico tan atractivo, quienes facilitan la ocasión para la ejecución plausible de Napoleón en la Rusia invadida de 1812, son, precisamente, una pareja de españoles afrancesados -o más bien juramentados- que Allen refleja con exquisito cuidado. Demostrando así que conocía con exactitud esa parte de nuestra Historia y lo más difícil: que supo traducirla a lenguaje cinematográfico en unos Estados Unidos donde todo se reduce, por lo que respecta a esa época de la Historia española, a “bailaoras” y bandoleros que acaban con la invasión napoleónica a punta de navaja.
Es por esa bien fundada razón por la que estoy con los que creen que Woody Allen hará una película de calidad con San Sebastián como fondo y que reflejará correctamente la ciudad en la que muchos pasamos una buena parte de nuestra vida. Sin mezclarse, además, en absurdos debates sobre nuestra Historia que suelen dimanar, casi siempre, de ese cansino sector de la opinión pública vasca que parece eternamente sumergido y congelado en esa ridícula (pero destructiva) realidad de lo vasco que Zubiaurre caricaturizaba en “Los intelectuales de mi aldea”…