Por Carlos Rilova Jericó
Cuando escribo estas líneas ya hace una semana que el actor holandés Rutger Hauer ha muerto. Naturalmente después de él han muerto muchas otras personas. En mi opinión, algunas de ellas tan importantes como Rutger Hauer.
Debían de serlo pues, al igual que Hauer, se habló de ellas en los medios de comunicación.
No sé cuales eran sus nombres, pero eso da igual a la hora de rendirles este homenaje póstumo que van a compartir, y por muy buenas razones como veremos luego, con el actor holandés.
Rutger Hauer marcó a toda una generación que ha crecido viéndole en la gran pantalla. Y tuvo la virtud, como otros actores, de convertirse en el centro de la pantalla cada vez que aparecía en ella.
Su caso me recuerda mucho al de Klaus Kinski, con el que guarda bastantes similitudes, en lo físico, en el tipo de películas que protagonizaron…
En cualquier caso, la mayoría de los papeles que Hauer interpretó, eran de los que no se olvidan. O, al menos, él los hizo inolvidables. Ese fue el caso de su actuación como replicante en la hoy icónica “Blade Runner” en la que, antes de morir su personaje, recitaba un poético monólogo que empezaba con estas palabras: “He visto cosas que no creeríais…”.
Pero hoy me interesa hablar de Hauer sobre todo como protagonista de películas de carácter histórico. El director holandés Paul Verhoeven casi lo convirtió en su actor fetiche para estas cuestiones.
Así, todavía joven, Hauer interpretó con él, por ejemplo, a un jefe de mercenarios que combaten en la revuelta Europa de finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento. En España esa película se conoció como “Los señores del acero” y eso ya nos puede dar una idea sobre qué clase de obra podía ser. Muy por debajo de lo que Verhoeven, y el propio Hauer, ofrecieron en películas posteriores y, sobre todo, anteriores.
En esa película todo transcurría en un ambiente semifantástico y la trama era, más bien, un vehículo para el lucimiento excesivo de escenas de acción violentas en las que Verhoeven, a decir verdad, es un maestro.
Nada o poco que ver con otros papeles en Cine histórico que Verhoeven había facilitado a Hauer años antes. Como, por ejemplo, “Eric, oficial de la reina”, en la que interpretaba a un patriota holandés atrapado bajo la ocupación nazi. Un momento en el que se convertía en héroe un poco por casualidad y otro poco por un valor personal que, desde luego, no falta al personaje que, por todo ello, será justamente recompensado cuando Holanda sea liberada.
No fue esa, sin embargo, la última vez que Hauer hizo de oficial combatiente en la Segunda Guerra Mundial.
En efecto, en 1987 interpretó el papel del capitán soviético Aleksandr Pecherski quien, en 1943, lideró una de las escasas revueltas que se dieron en los campos de exterminio nazis. Esa clase de acontecimiento que alivia, en cierto modo, nuestra conciencia colectiva al demostrar que no todos los internados en esas cámaras de los horrores, se dejaron llevar al matadero sin intentar siquiera defenderse.
El campo en concreto se llamaba Sobibor y una productora británica (Zenith) y la a punto de extinguirse República Federal de Yugoslavia, quisieron, en 1987, homenajear ese episodio con una película -titulada “Escape de Sobibor”- en la que Hauer tenía, una vez más, un papel protagonista.
Y esto, curiosamente, es lo que une este homenaje del correo de la Historia a la muerte de Rutger Hauer con la de otros desconocidos que murieron poco después de que él abandonase éste, como dice la liturgia, valle de lágrimas.
En efecto, pocos días después de que Hauer nos dejase, hubo un naufragio ante las costas de Libia en el que, según todos los datos disponibles, deben haber muerto 150 personas. Desconocidas, sin nombre. No al menos a este lado del Mediterráneo al que luchaban por llegar.
Estos desconocidos muertos el 25 de julio de 2019, seis días después de que Rutger Hauer falleciese, estaban -por si a alguien se le ha escapado el detalle- protagonizando la enésima fuga de Sobibor que llevamos viviendo -se dice fácil- desde hace tres décadas. Es decir, desde que la situación en África empezó a ser tan desesperada como la que vivían los prisioneros de campos de exterminio como ese de Sobibor, que sirvió como tema para una película en la que Rutger Hauer dirigía la fuga de ese lugar de horror.
En efecto, a la África actual no le falta casi nada para parecerse a uno de esos campos de la muerte nazis. Su territorio está dominado, en muchos casos, por regímenes que poco tienen que envidiar a las cohortes hitlerianas y su ideario de supervivencia del más fuerte. El hambre y la enfermedad también imperan, como en los campos de exterminio, sobre buena parte de ese mapa del continente, paradójicamente, más rico del Mundo y, sin embargo, hoy por hoy, convertido en un lugar del que muchos quieren huir. Aun a riesgo de perder la vida en el intento.
Justo como ocurrió en Sobibor en el año 1943. Allí los internos decidieron que era mejor morir peleando e intentando escapar que aceptando, como ganado, el turno para ser exterminados por seres que ya apenas podían ser considerados como humanos.
Por eso, hoy, cuando ya ha pasado una semana de la muerte de Rutger Hauer, me ha parecido oportuno recordar ese papel suyo en una película histórica, porque su muerte vino a coincidir con la de 150 personas que, como su personaje en “Escape de Sobibor”, querían huir de una existencia en la que una muerte prematura y una vida que apenas puede llamarse así, eran el horizonte a elegir frente a la alternativa de una posibilidad de supervivencia y, tal vez, alcanzar todo aquello por lo que la vida, dicen, merece la pena ser vivida.
Este puede parecer un extraño homenaje póstumo a Rutger Hauer, pero es que, sinceramente, no me parecía bien no rendir también otro igual a esas otras 150 personas intentando fugarse de ese gran campo de exterminio en el que se ha convertido buena parte de África y que, como los buenos ciudadanos alemanes de los años 40 del pasado siglo, tenemos justo ante nuestros ojos. Aunque algunos no quieran ver lo que hay más allá de las alambradas que cercan a esas tierras desoladas y otros no sepan muy bien qué hacer frente a esa nueva monstruosidad que se manifiesta en personas prefiriendo morir ahogadas antes que quedarse detrás de las concertinas.
Sólo porque ese riesgo es mejor que una epidemia de Ébola, o que (sobre)vivir en países fallidos en los que la influencia política se mide por el número de fusiles de asalto a disposición de cada cacique local o la esperanza de vida es de 50 años y, en muchos de esos casos, decir vida es demasiado decir para los estándares de lo que aquí, en Europa, consideramos digno de tal nombre.
Sin ánimo de molestar demasiado, es por eso, sí, por lo que me ha parecido que lo ocurrido el 19 de julio -la muerte del actor protagonista de “Escape de Sobibor”- era tan digno de ser recordado como la muerte de 150 personas desconocidas, protagonistas anónimos de una fuga bastante similar pero que acabó en tragedia un 25 de julio de 2019…