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Carlos Rilova

El correo de la historia

La Historia y el cincuentenario de Woodstock. (A la memoria de Peter Fonda)

Por Carlos Rilova Jericó

jimi-hendrix-en-woodstockEste fin de semana pasado cumplió medio siglo un acontecimiento protagonizado por personas que acuñaron como consigna la frase “no te fíes de quien tenga más de treinta años”. Se trata, naturalmente, del famoso festival de Woodstock. No me voy a extender mucho en qué consistió, porque esta red de redes que llamamos Internet está ya, ahora mismo, a rebosar de información al respecto.

Los datos básicos sobre el acontecimiento consisten en que miles de personas acudieron, entre el 15 y el 18 de agosto de 1969, a las cercanías de una pequeña población al Norte de la ciudad de Nueva York llamada Woodstock y allí escucharon, durante días, a algunos de los músicos populares más vanguardistas del momento. Los más famosos fueron Ravi Shankar, Jimi Hendrix, Janis Joplin, el extremo opuesto de ésta que era Joan Baez, Jefferson Airplane o The Who y unos cuantos más que pueden consultarse a golpe de clic y a los que, por esa misma razón, no incluyo en una lista que podría ocupar todo el artículo.

Todo esto, sin duda, contribuyó a hacer más mítico ese festival en el que se celebró un verdadero carnaval de aquello que quedó consignado como otro de los eslóganes de aquella época. Es decir: sexo, drogas y Rock and Roll. Poco más se puede contar sobre el hecho en sí que no se haya contado ya durante los últimos cincuenta años y, menos aún, en las últimas cien horas.

Sobre lo que sí se puede decir algo más, es sobre las consecuencias, lo corto o lo largo del vuelo de aquel momento mágico en la Historia. Mágico al menos para la generación que tenía entre 18 y 30 años en aquel momento y, por la razón que fuera, acudió al acontecimiento o, de un modo u otro, conectó ideológicamente con él.

Para eso es necesario empezar por señalar que Woodstock fue, ante todo, un producto comercial. No en el sentido que se da ahora a esa palabra, queriendo significar que se trata de algo adocenado, vulgar… aunque, desde luego, también, Woodstock fue un evento organizado con el fin de hacer dinero. Algo lógico porque ya para 1969 muchos de los grupos o cantantes que fueron allí -o fueron invitados a participar- eran auténticas máquinas de hacer dinero en la estela de los Beatles. Los cuales, por cierto, declinaron acudir al festival, acuciados por la crisis que separó al grupo y sumergidos en el trabajo de sacar su último trabajo juntos, el álbum “Abbey Road”…

Eso ya es todo un dato sobre el largo, o corto, vuelo histórico de un acontecimiento hoy mítico como el que tuvo lugar no exactamente en la población de Woodstock sino a unos 60 kilómetros al Suroeste de esa población. En la propiedad de un granjero, Max Yasgur, que, de la noche a la mañana, dejó tan prosaico papel en la Historia para convertirse en parte de la Mitología que rodea a Woodstock.

Ese otro dato, el hecho de que el concierto finalmente fuera celebrado en la granja de Yasgur y no en la propia población de Woodstock, resulta también significativo.

En efecto, los bienpensantes vecinos de Woodstock, hace ahora cincuenta años, no querían ni oír hablar de tener en su distrito municipal a miles de jóvenes de trazas verdaderamente sospechosas para quienes seguían, en su mayoría, vistiéndose como en los años cincuenta y acudían regularmente al peluquero casi cada semana…

Un dato verdaderamente revelador sobre algo que suele pasar desapercibido cuando echamos la vista atrás y contemplamos, como período histórico, los famosos “Sesenta”. Es decir, que no todo el Mundo pensaba en aquella época del mismo modo que los miles de jóvenes reunidos entre el 15 y el 8 de agosto de 1969 en torno a los escenarios de ese festival de Woodstock. Una de las películas fetiche de la época y de la Contracultura que la dominó, “Easy Rider”, lo mostraba de manera magistral en su abrupto final. Ese en el que Dennis Hopper y un Peter Fonda que ha fallecido justo en este cincuentenario, se enfrentaban contra aquellos que habían permanecido en el mismo sitio desde los años cincuenta del siglo pasado, anclados en una estética cuadriculada y en una ideología política, social… igual de cuadriculada.

Pero, incluso así, es cierto que Woodstock supo conectar con una realidad arrolladora que había tomado perfiles claros el año anterior e incluso antes. Así es, había protestas políticas por doquier exigiendo mayor libertad, mayor capacidad de poder decidir sobre la propia existencia y el modo de vivirla.

Ese ambiente de rebelión contra lo establecido, fuera éste de mayor o menor índole fascista o comunista totalitaria -conviene no olvidar a los tanques soviéticos aplastando la revolución de Praga en 1968 o la Matanza de Tlatelolco en México- continuó con verdadera intensidad por todo el globo. Especialmente en el eufemísticamente llamado “Mundo Libre”, en el cual coexistían democracias homologadas como Gran Bretaña o Estados Unidos junto a regímenes digamos que peculiares a ese respecto. Como la España franquista o el México dominado por esa que un notable contestatario español de la época, Luis Racionero, calificó en sus “Memorias de California” como “una contradicción en términos”. Como sólo puede serlo un partido que, al mismo tiempo, era revolucionario e institucional…

Sin entrar en aguas históricas más profundas, el Cine de la década que va de 1968 a 1979, da sobradas muestras de cómo hasta la cultura popular más convencional se hizo eco de que las cosas ya no podían seguir siendo lo que habían sido  hasta 1968. En otras palabras: lo anticonvencional estuvo de moda desde 1968 y ahí están los ácidos guiones de películas de consumo masivo como “El puente de Cassandra” de 1976 o “La fórmula” (estrenada en 1980), donde todo lo que Woodstock había puesto en solfa se cuestionaba incluso para personas que, en 1969, ni se habrían planteado ir a ese festival.

El cuestionamiento del orden establecido hasta 1969, de hecho, había llegado tan lejos para 1979 que quienes creían ir a perder con el cambio, hicieron todo lo posible por desactivar y destruir esa contracultura amenazante que les había obligado incluso a cambiar su manera de vestir y socializarse.

Las fuentes son claras al respecto. Coinciden en ese punto “Una vida americana”, la autobiografía del gran destructor de todo aquello -el presidente norteamericano Ronald Reagan- y una de sus némesis, el filólogo Noam Chomsky que, en “La cultura del terrorismo”, confirmaba lo que ya se puede consultar hoy mismo en los Archivos Nacionales norteamericanos respecto a esa “década prodigiosa”. Es decir, que las fuerzas sociales bien establecidas en 1968 (en lo económico, lo político…) utilizaron todos los medios a su alcance para que aquella tormenta de Libertad que se manifestó en festivales como el de Woodstock parase y, es más, se revertiese.

Quienes no vivieron las negras décadas de los 80 y los 90 quizás lo ignoren, pero el proceso de empobrecimiento intelectual y material que se produjo durante ellas fue atroz. Un brutal adocenamiento que ha convertido en consigna máxima, hasta hoy, el “Sálvese quien pueda” y a las fuerzas pretendidamente contraculturales en movimientos de corte casi autoritario, que plantean dudosas contradicciones políticas en las que se nos pide que cambiemos los problemas actuales (reales, ya inquietantemente palpables) por una maraña nada clara de medidas de las que poco se sabe qué hay realmente detrás (¿un Capitalismo ecológico? ¿Una distopía de Izquierda totalitaria pero “verde”?)…

Hoy, cincuenta años después de Woodstock, ese es el balance que se puede hacer de su recorrido histórico. Uno que, seguramente, hará sonreír malévolamente, allí donde esté, a Richard Nixon. Aquel único presidente de los Estados Unidos al que se obligó a dimitir. Precisamente gracias a una saludable contracultura intelectual con las ideas muy claras que hoy está prácticamente destruida, fragmentada, desaparecida, infantilizada… Marchitada como una flor arrancada del suelo, inutilizada para afrontar graves problemas como el que Nixon y gente como él arrojaron sobre una Humanidad cada vez más acuciada y desorientada a partir del año 1980…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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