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Carlos Rilova

El correo de la historia

Reflexiones históricas sobre la Imperiofobia, la Imperiofilia y la Historiafobia

Por Carlos Rilova Jericó

portada-de-la-leyenda-negra-de-juderiasHoy, como otras veces, me hubiera gustado pasar por alto el tema al que se dedicará este nuevo correo de la Historia. Es decir, el debate histórico sobre Imperiofobia, Imperiofilia y leyenda negra antiespañola que agita las aguas intelectuales de este país últimamente. Un tema ciertamente desagradable, pero, la verdad, es bastante difícil para un historiador asistir impávido a ese debate sin alegar nada al respecto.

El debate en cuestión lo ha suscitado un libro que yo llamé “polémico” y al que dediqué unas cuantas páginas en otro correo de la Historia el 21 de enero de 2019. El libro en concreto es el bestseller firmado por la catedrática de Filología María Elvira Roca Barea y titulado “Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español”.

Su innegable éxito ha concitado numerosas críticas que pueden leerse, sin mayor dificultad, en Internet. Pero la más sonada y contundente ha sido la firmada por el también catedrático -en este caso de Filosofía- José Luis Villacañas, tras sentirse claramente aludido por María Elvira Roca Barea. Su reacción ha sido publicar otro libro con el objetivo de dar la réplica a la obra de la citada autora. Su título es elocuente: “Imperiofilia y el populismo nacional-católico”.

Lo peor de estos dos libros es que ambos tienen una parte de razón. Ciertamente María Elvira Roca Barea acierta al decir cosas tales como que desde España no se ha hecho nada -o se ha hecho muy poco- por defender una correcta imagen histórica de ese país y su papel en el devenir de varios siglos (desde el XVI al XIX aproximadamente). Algo que derivó en la leyenda negra y en su persistencia hasta la actualidad. Quizás no bajo esa forma legendaria (error que sus críticos achacan a esta autora) pero, desde luego, sí en forma de una pésima y deficitaria imagen-país. Algo que el propio José Luis Villacañas reconoce de vez en vez en su libro. Por ejemplo, en la página 219…

Este autor también tiene a su vez razón al señalar muchas de las fallas e incoherencias de “Imperiofobia y leyenda negra”. Por ejemplo, acierta plenamente al señalar las desiguales fuentes de las que se nutre el libro de Roca Barea. O el análisis precipitado del que esa autora saca conclusiones categóricas sobre el significado y el rumbo de los acontecimientos históricos que han formado la actual España. Muchas de esas fuentes y conclusiones, tal y como señala Villacañas, finalmente vueltas frontalmente en contra del propio argumentario que sostiene María Elvira Roca Barea.

Es el caso, flagrante, por ejemplo, de su obsesiva insistencia en que es el enfrentamiento entre Protestantismo y Catolicismo el que ha llevado a España a sus actuales males, precisamente por defender esas esencias católicas supuestamente fundamentales para el ser y la existencia de esa nación llamada España.

Aunque Villacañas no entra en las profundidades de la cuestión, es evidente que sí, que tal tesis es insostenible por un sencillo principio de Realpolitik que el profesor Villacañas sí menciona -en la página 217 de su libro- señalando que la geopolítica pudo estar condicionada por la religión, pero, finalmente siempre se impuso a ella. Un principio que los hechos corroboran no sólo para la política británica -a la que alude Villacañas- de evitar un poder fuerte al otro lado del Canal (ya fuera protestante, católico u ortodoxo) sino para la propia España, que cuenta con numerosos ejemplos históricos de haber puesto -por delante de las cuestiones religiosas- los intereses geoestratégicos de esa monarquía imperial.

Ahí, en efecto, el libro de María Elvira Roca Barea flaquea irremediablemente al ignorar o soslayar episodios tales como el que ella llama “El año del desastre” para la República holandesa en 1672 (justo el tema del que hablaba yo en el correo de la Historia de 21 de enero de 2019) y que ella deja de lado para que sus lectores lo estudien, por su cuenta. Si pueden… Algo que, de hacer a conciencia, les descubrirá, en efecto, que la, en teoría, catoliquísima España de Carlos II, no tiene escrúpulo en aliarse en esa fecha con la herética -y antigua enemiga- república holandesa. Los ejemplos de esa actitud -que Roca Barea por supuesto no menciona- se pueden multiplicar.

Pocos años después de 1672, en 1688, el mismo Carlos II liderará otra coalición de príncipes cristianos (protestantes y católicos) para acabar con su primo carnal: el también católico rey de Francia. Un envite en el que no se dudará en sacrificar a miles de católicos irlandeses a manos de las tropas de Guillermo de Orange, rey de Inglaterra (hoy conocido aún como “el héroe protestante”) pero, a la vez, devenido desde 1674 fiel escudero de un Carlos II que le dicta lo que debe hacer o no. Al menos si quiere seguir contando con la alianza española y sus inagotables recursos de plata americana.

Flagrantes escamoteos de la Historia de España como estos, hacen que, en efecto, la tesis de la obra de María Elvira Roca Barea se tambalee por esa falta de verdadero conocimiento, a fondo, de la Historia de España que en gran parte todavía yace -doy fe- oculta en los archivos españoles. Más aludidos que visitados y aprovechados.

Al final, la lectura tanto de Roca Barea como de Villacañas, permite constatar una desagradable e inquietante realidad de la España actual: tanto un libro como otro demuestran que la opinión pública española sigue dividida en dos bandos irreconciliables que, al parecer, pretenden hacerse comulgar mutuamente con ruedas de molino históricas de desproporcionadas dimensiones. La facción representada por María Elvira Roca Barea, en efecto, trataría de revivir (y hacer tragar) la apolillada Historia nacionalcatólica con la que el Franquismo ensució -de manera persistente- muchos episodios de la Historia de España, así como la propia bandera rojigualda.

La facción representada por la obra de José Luis Villacañas, quizás malgré lui, aglutinaría, en gran medida, a un sector de opinión pública española que cree que hablar de la propia Historia en términos más o menos sosegados es cosa de “fachas” y que, para evitar tal peligro, o no hay que hablar de ella o hay que podarla a conciencia en sentido contrario al que se sostiene en obras como la de María Elvira Roca Barea.

Es lo que podría pensarse de la afirmación del profesor Villacañas hecha en la página 109 de su libro, donde dice que España no levantó cabeza desde 1648… Algo que contradice todo lo que vamos sabiendo sobre el no tan estudiado siglo XVIII español y que él mismo reconoce, por ejemplo, en la página 129 de su libro, aludiendo al proceso constitucional de Cádiz y la guerra contra Napoleón donde se constataría que, en efecto, España levanta cabeza (y de qué modo) desde 1648…

En definitiva, tanto un libro como otro dan fe de que se ha fracasado estrepitosamente en la España actual (la que data de 1978) a la hora de crear un relato histórico coherente, bien documentado y sosegado, apegado a la realidad de la investigación que muchos historiadores producimos, con un arduo trabajo en los archivos, en forma de conferencias, artículos, tesis doctorales, monografías, etc…

Trabajos de amor perdido que, como podemos constatar, son sistemáticamente ignorados o ninguneados en libros como los dos analizados aquí, que así sólo incurren en aumentar la confusión y agravar el problema. Uno que, para el historiador, tiene estos perfiles más que inquietantes: quienes apoyan y elevan a María Elvira Roca Barea parecen encantados con que en la cabeza de los españoles siga asentada la idea de que la Historia nacional es dominio exclusivo suyo. Quienes cerrarían filas en torno al libro de Villacañas, en cambio, deberían reflexionar y darse cuenta de que la réplica a casos y cosas como la obra de Roca Barea no puede pasar por oponer únicamente la contraimagen de otra España -tan históricamente cierta como la que, al menos en parte, ofrece “Imperiofobia y leyenda negra”- pero igualmente demediada y muy lejos de la ponderada obra de Niall Ferguson sobre las bondades y maldades del Imperio británico que el propio José Luis Villacañas elogia en su libro.

Tal vez si los historiadores (no los filólogos o los filósofos…) tuviéramos siquiera la posibilidad de contar la Historia de España en las mismas tribunas desde nuestra experiencia y conocimiento, este problema comenzaría a ceder y con él gran parte de la crisis territorial y de otros tipos que ahora mismo España viene arrastrando, como un pesado -y a veces sangriento- lastre, desde hace un siglo y medio.

Un tiempo en el que la Historia del país no ha sido un elemento cohesionador y de reflexión intelectual seria, sino un arma para cerrar la boca al famoso “enemigo interior”. Ya sea al “facha” de turno que acude a la conmemoración de la toma de Granada en 1492, ya sea a la “Antiespaña” que aún bulle en cabezas muy poco amuebladas y con un muy pobre sentido de lo que significa mantener un estado, verdaderamente avanzado y democrático, unido, cohesionado y viable. Por el bien de todos los que en él viven. Rojos, azules, morados, naranjas, verdes… que jamás van a estar totalmente de acuerdo. Porque esa es precisamente la esencia de toda democracia, creada para armonizar intereses públicos divergentes. No para aniquilarlos o imponer un único criterio…

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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