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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Por qué han dado el Premio Donostia a Costa-Gavras?

Por  Carlos Rilova Jericó

Haciendo hoy balance del recién terminado Festival de Cine de San Sebastián, podría surgir esa pregunta que da título a este nuevo correo de la Historia: “¿por qué han dado el Premio Donostia a Costa-Gavras?”. La respuesta, hasta cierto punto lógica, a esa pregunta, podría ser otra pregunta: “¿Y qué le importa a un historiador a quién se le haya dado este año el Premio Donostia?”.

La respuesta a esa segunda pregunta, necesariamente, responderá también a la primera. Al historiador le importa a quién se ha dado el Premio Donostia, si ese alguien ha sido el director griego nacionalizado francés conocido como Costa-Gavras.

Y eso es porque desde los años setenta del pasado siglo, hasta prácticamente hoy mismo, el Cine de Costa-Gavras es fundamental para entender la Historia Contemporánea de Europa y América.

Ha sido una constante, casi una obsesión en él, reflejar en la gran pantalla los horrores a los que la Política ha conducido a la Humanidad durante el siglo XX.

Lo ha hecho, por ejemplo, en “Estado de sitio” o en “Desaparecido”. Ambas películas reflejaban, de una manera cruda y opresiva -especialmente la primera de las dos- la versión sudamericana del Fascismo encarnado en las sucesivas dictaduras militares que oprimieron a países como Uruguay y Chile. En la segunda dirigió, además, a un Jack Lemmon que demostraba ahí ser un actor de pura raza, rompiendo con su magnífica carrera también como actor cómico para encarnar un papel trágico, en el que un norteamericano de clase media descubría los horrores ocultos de la Política exterior de su país en Sudamérica. Una que a cambio de bienestar y seguridad en Estados Unidos -o en Europa occidental- exigía bárbaros sacrificios humanos. En el caso del personaje de Lemmon su propio primogénito, en una tragedia de resonancias bíblicas…

La narración cinematográfica de Costa-Gavras siempre ha sido así de solvente y contundente. Es la sensación que produce, por ejemplo, “Sección especial”, donde refleja la miseria moral de la profesión judicial cuando ésta queda bajo la sombra de un régimen totalitario o parafascista. Como es el caso de la Francia del régimen de Vichy, tutelado por los nazis desde la invasión y derrota de la tercera república francesa en 1940.

Les aseguro que es muy difícil apartar los ojos de la pantalla hasta que esa magnífica película  termina de desvelar la última pieza de la degradación intelectual -y moral- de los jueces franceses obedientes al régimen-títere de Vichy.

De todos modos, de todas las películas de Costa-Gavras para mí la favorita siempre ha sido una de las más recientes: “Amén”. La vi en un hoy ya desaparecido cine de San Sebastián, el “Astoria”, en el año 2002, después de su estreno mundial.

Todavía recuerdo que la sala estaba abarrotada en esa sesión de media tarde de un domingo y que todo el mundo allí presente parecía contener la respiración mientras la película se desarrollaba ante sus ojos, contando cómo Kurt Gerstein, un ingeniero alemán enrolado en las SS hitlerianas, descubría horrorizado tanto la eliminación sistemática de discapacitados -la Aktion T4- como la “Solución Final” que se aplicó en los campos de exterminio nazis.

Era la historia de un personaje real. Y eso la hacía aún más terrible. Y para ello Costa-Gavras utilizaba recursos verdaderamente sutiles: en “Amén” no veíamos las cámaras llenas de víctimas muriendo asfixiadas, cayendo unas sobre otras. Por el contrario, sabíamos lo que estaba pasando porque lo imaginábamos al ver las caras de indiferencia -o de espanto- de los invitados a observar el resultado de ese método de exterminio a través de unas mirillas habilitadas en las paredes de las cámaras.

El horror de la “Solución Final” también se plasmaba en “Amén” por medio del tránsito continuo de trenes por el Gran Reich hitleriano, en el que los protagonistas -tanto el verídico teniente Kurt Gerstein como el apócrifo sacerdote católico Riccardo Fontana- observaban los trenes de carga cerrados mientras avanzaban hacia el Este, atestados de víctimas, y volvían luego con las puertas abiertas, después de haber vaciado su carga en Auschwitz o campos de la Muerte similares.

Todo eso unido a las conveniencias políticas de una Iglesia católica que no termina de atreverse a condenar lo que sabe que está ocurriendo y que tanto parece ayudar indiscriminadamente a los perseguidos que quedan más cerca del territorio vaticano (pero sólo a esos) como a los verdugos que escapan cuando la nave de los locos del Tercer Reich se hunde definitivamente, tras desatar un apocalipsis que Kurt Gerstein contempla cada vez más atónito. Y sintiendo, además, que nadie le cree ni va a hacer nada por detener y castigar esos horrores inhumanos, que repelen a su conciencia de cristiano que late por debajo de su uniforme de las SS. Finalmente constatará que ni siquiera le creerán los propios aliados que, con su indiferencia, lo arrastran a un desenlace trágico…

Por todas estas razones, la respuesta a la pregunta que da título a este correo de la Historia sólo puede ser que pocos directores de Cine lo merecerían más que Costa-Gavras y que es incluso una corta recompensa para quien ha sabido hacer Cine para evitar que se borre de la memoria colectiva, de la Historia, una serie de episodios que nunca deberíamos olvidar. Tanto la “Solución Final” nazi que vemos en “Amén” como las vilezas del Stalinismo que Costa-Gavras también ha denunciado en otras películas.

Ese Cine bien merece un Premio Donostia (y muchos otros) si sirve para que no olvidemos, para que recordemos, y evitar así que esos horrores se repitan, que entremos, de nuevo, en ese terreno en el que los seres humanos dejan de serlo para convertirse en simples bestias bípedas creyendo defender una nación o una idea redentora pero que, en realidad, como el Cine de Costa-Gavras muestra, sólo son la entrada a un pozo sin fondo de degradación humana.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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