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Carlos Rilova

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Navidad y algo de Historia sobre una batalla en la nieve

Por Carlos Rilova Jericó

La escena se ha repetido varias veces a la largo de la Historia y, conociendo la agresividad innata del género humano, es probable que se repita más veces.

Si nos acercamos a ella, veremos a un hombre alzado sobre los estribos de su caballo de guerra. Por encima del ruido de la ventisca que arrastra sobre él copos de nieve, arenga a varias hileras de soldados a los que, al fin, galvaniza su discurso de tal modo que lo acaban vitoreando…

¿Dónde estamos? ¿En qué época? A la primera de esas dos preguntas responderé más tarde, al final del artículo. Ahora nos vamos a situar en la época en la que ocurría todo esto.

Si nos acercamos hasta este fragmento de Historia, veremos que estamos en el primer tercio del siglo XIX. El hombre alzado sobre sus estribos arengando a sus soldados viste un uniforme recargado bajo su capote, con todos los elementos que identificamos con las que llamamos “guerras napoleónicas”.

Los soldados también recuerdan a esa época, rápida, fulgurante, brillante, en fin, romántica…

Llevan chacós sobre sus cabezas, visten capotes de lana gris o azul oscuro. Sus mosquetes van aparejados a esas bayonetas de terrible sección triangular, usadas desde finales del siglo XVII y prohibidas a partir de la Primera Guerra Mundial por las inhumanas heridas que causaban. Los mosquetes tienen, todavía, llaves de chispa que, claro está, han sido protegidas para que la pólvora no se apelmace y puedan disparar.

De todos modos, el hombre que les arenga en medio de esa ventisca que algunas crónicas del hecho describen como “tormenta de nieve canadiense”, no les pide en su discurso muchos disparos. Les dice que uno sólo bastará para romper las líneas de enemigos que oprimen a la ciudad sitiada que ellos han venido a liberar y que lleva meses resistiendo un asedio que está a punto de quebrantar esa resistencia, pues el hambre, y después de ella el tifus, a pesar de aquel frío invierno, ya han hecho su aparición dentro de las defensas que cierran el paso al enemigo que esos soldados, que escuchan al hombre alzado sobre los estribos de su montura, han venido a liberar.

Estamos, pues, ante una extraña escena navideña que Pío Baroja no renunciaría a incluir en sus “Siluetas románticas”.

La escena se saldará con una de esas acciones memorables, de las que perduran en cuadros de los llamados “históricos”, tan en boga en aquellos años. Los soldados cargarán tras oír entusiasmados el discurso de ese general que les habla de luchar por un trono que representaba la Libertad frente a la reacción que los esperaba allí, al otro lado de la tormenta de nieve, atrincherada en las posiciones que rodeaban a la ciudad que tan heroicamente resistía…

Las descripciones de la batalla que siguieron a los hechos son estremecedoras. Las tropas cargan siguiendo a ese general que apenas puede sostenerse sobre el caballo, pues acaba de expulsar un cálculo de su riñón apenas una hora antes. Lo hacen en medio de “una fuerte nevada y terrible huracán”. Los soldados gritan contra sus enemigos. Les dicen que están allí para acabar con ellos en nombre de la Libertad, a la que dan vivas. Gritan esos soldados, quizás, por puro coraje, tal vez seguramente también por ahuyentar su miedo, pues como dice esa misma fuente que habla de una terrible tempestad, entre esas ráfagas de viento y nieve llegan “La bala rasa, la metralla, las granadas y fusilería”, lanzadas por ese enemigo que sitia la ciudad y contra las que tendrán que cargar el general que apenas se puede sostener sobre el caballo y sus soldados.

A las cinco de la mañana la victoria es total. El enemigo anonadado por esa carga heroica, casi suicida, huye y la ciudad es liberada…

¿Estamos ante una descripción de una batalla de las guerras napoleónicas? ¿Quizás el general que no puede sostenerse sobre el caballo por culpa de sus cálculos de riñón, es el mismísimo Bonaparte en su época de general de la revolución…? ¿Se ha hecho alguna película sobre el tema?

La respuesta a todas esas preguntas es un “no”. Rotundo. Es un general español el que hizo todo esto en la víspera de Navidad de 1836. Su nombre es más o menos bien conocido: Baldomero Espartero. El lugar son los altos que rodean a Bilbao y, lógicamente, no hay película alguna sobre el tema. Por esa misma razón. Porque Espartero parece que sólo da, en un país con bajo nivel intelectual, para insultos políticos poco sofisticados en su época y para acuñar frases castizas, que todavía circulan por ahí, sobre el tamaño de ciertas partes de una estatua ecuestre suya.

Aunque por suerte -¿realmente deberíamos decir que es “por suerte”?- hay hispanistas que recuerdan todo esto que acabo de contar. Como el profesor Adrian Shubert, de cuya biografía sobre ese general, “Espartero el Pacificador”, publicada en el año 2018 por Galaxia Gutenberg, he tomado estos datos…

Con esta sucinta reflexión histórica sobre a cuánto se cotiza, todavía, nuestra Historia en los mercados intelectuales europeo y mundial, les dejo deseándoles una Feliz Navidad que, sin duda, será mucho mejor para muchos de nosotros que la que pasaron en Luchana aquel general y sus soldados un 24 de diciembre de 1836. Aunque -eso seguro- será una Navidad mucho menos épica…

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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