Por Carlos Rilova Jericó
Este nuevo correo de la Historia pretende, en primer lugar, rendir homenaje a Fermín Muñoz Echabeguren, un historiador donostiarra recientemente desaparecido.
Fermín, a quien conocí primero como compañero de trabajo de mi padre antes que como historiador, era eso que suelen llamar un “hombre del Renacimiento”. Aparte de sus labores en la empresa privada, era fotógrafo -mi padre decía que muy bueno, casi profesional- y músico. Aparte de eso, también, durante años se ganó el título de historiador publicando numerosos trabajos sobre la Historia de San Sebastián en el Instituto de Historia donostiarra dr. Camino o en el boletín anual de Estudios Históricos sobre esa misma ciudad que publica esa institución junto con Fundación Kutxa.
Por todo esto, y en especial por lo que respecta a su cultivo de la Historia, se puede decir en su caso que, con su muerte la semana pasada, moría toda una biblioteca sobre nuestra Historia. Haciendo buena, una vez más, esa frase proverbial del etnólogo maliense Amadou Hampâté Bâ.
Y esto me lleva de este pequeño homenaje a quien se ganó el título de historiador con la práctica, a la enésima polémica sobre la Historia de España y la ahora tan manida Leyenda Negra.
Esta nueva polémica saltó casi al mismo tiempo que Fermín Muñoz Echabeguren nos dejaba. Fue fruto, claro está, de críticas lanzadas contra Mª. E. Roca Barea. Principal defensora de la teoría de que la Leyenda Negra -inventada por propagandistas holandeses en el siglo XVI- es el supremo mal que afecta hoy por hoy a España.
Esos ataques provenían de un novelista y columnista de gran éxito (al que la profesora Roca Barea había señalado con el dedo) y de uno de los principales diarios españoles, “El País”. Tal y como comentaba un artículo de “El Confidencial” que me hizo llegar Miguel Ángel Domínguez Rubio, responsable de la sala histórica de los acuartelamientos de Loyola e impenitente lector de este correo de la Historia.
A partir de ahí, otro importante periódico de tirada nacional, “El Mundo”, dio cobijo a un manifiesto en el que muchas destacadas figuras intelectuales apoyaban, sin fisuras, lo sostenido sobre la Historia de España y sus problemas por la profesora María Elvira Roca Barea en sus sospechosamente exitosos libros “Imperiofobia” y “Fracasología”. De los que sin tanto eco (pero seguramente no sin consecuencias revanchistas) se habló en otros correos de la Historia.
Las redes sociales -Twitter en este caso- pronto se convirtieron en un campo de batalla en torno a esta cuestión. Analizando los mensajes que se cruzaron sobre el asunto -y en los que, por supuesto, participó la cuenta del correo de la Historia, @correodeclio- se deducía que los detractores de Roca Barea en esta polémica -sin apoyar expresamente al citado escritor y a “El País”, incluso al contrario- han sido, por lo general, cuentas relacionadas -de un modo u otro- con gente del mundo de la Historia, licenciados en esta materia y que trabajan en ella. Bien dentro o fuera del mundo universitario.
Su reacción, sin ánimo de caer en el corporativismo, me ha parecido totalmente bien justificada y sólida. No basada en envidias personales por el éxito de las obras de Roca Barea -como han alegado, desde el simplismo más pedestre, algunos de sus defensores- ni en otra clase de animosidad personal, sino en la falta de rigor profesional que, en efecto, se deja ver sin mucho esfuerzo en los dos libros de la profesora Roca Barea origen de esta polémica. Juzguen ustedes mismos leyendo los comentarios al respecto de, por ejemplo, @enrienne97, @OPR_71, @AhityKruspe, @GuerraenlaUni, @fusonegro, @DanielAquillue, @Desvelandorient @vatiosrose, @jm_zaragoza, @VecinaUna, @CriticaLectura, @Pianafierro, @el_ataman, @FurryLibrarian o @LopezVillaverde.
Todos sus comentarios son de personas dedicadas profesionalmente a la Historia, incluso decanos universitarios, y coinciden en señalar esa falta de rigor de ambos libros.
Quienes respondían en esa red social a ese tipo de argumentos, lo han hecho, en su gran mayoría, desde perfiles con un fuerte sesgo ideológico situado en el espectro más extremo de la Derecha y sin ninguna calificación académica en el campo de la Historia.
En algunos de esos casos el desconocimiento es tal, que incluso han llegado a formular preguntas retóricas asombrosas. Por ejemplo que si lo que dice la profesora Roca Barea es cierto, dónde han estado los historiadores españoles hasta ahora o qué es lo que han estado contando…
La respuesta a tan increíbles preguntas es que los historiadores españoles, o que ejercen dentro de su órbita lingüística, llevamos años trabajando en debelar infundios tales como la Leyenda Negra. El problema, al parecer, es que lo hacemos desde la profesionalidad y no desde el burdo voluntarismo que exhiben trabajos como los atacados por, por ejemplo, “El País”. Algo que no parece atraer a esa clase de público.
Así pues, no es que no haya historiadores escribiendo Historia de España con el mismo nivel que se hace en Francia o en Gran Bretaña, Holanda, etc… El problema sería, en realidad, que muchos lectores españoles hacen caso omiso a ese arduo trabajo.
Tomemos como ejemplo las producciones que podemos llamar “históricas” y que llegan hasta ese gran público que, quizás, sea consumidor de ambos productos. Es decir, novelas y series de Televisión -o películas- históricas y libros como los firmados por la profesora Roca Barea.
Hace un par de semanas hablaba aquí mismo de “Outlander”, un atrabiliario folletín televisivo ambientado en mitad del siglo XVIII, procedente de una saga de novelas románticas firmadas, además, por una hispano-norteamericana. Así las cosas, me he visto, con acerada paciencia, las tres temporadas de esa serie disponibles en DVD.
Con no poco asombro he descubierto ahí que, al parecer, la Francia de Luis XV, en realidad, no mandó ayuda a los jacobitas escoceses absolutamente derrotados en el páramo de Culloden -o Drummossie- en abril de 1746, como vemos dramatizado en la serie con innecesarias dosis de mugre y desaliño. Por supuesto si la rutilante corte de Versalles, según dice esa serie, no mandó ayuda, menos todavía debió mandarla una corte de Felipe V casi desconocida para los presuntos europeos negrolegendarios…
La verdad histórica sobre ese episodio, por lo que toca a esta cuestión, hace años que fue contada. Por historiadores franceses, británicos, y sí, también alguno de aquende los Pirineos. Como el que estas líneas firma y que, por medio de documentos del Archivo General de Simancas y de los archivos militares franceses de Vincennes, sacó a la luz toda una serie de datos sobre el tema en un artículo publicado en el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián, en el año 2005. Publicación en la que, como decía, el desaparecido Fermín Muñoz Echabeguren se ganó el nombre de historiador.
En ese artículo contaba yo las andanzas de un personaje que parecía salido de “El señor de Ballantrae” -o de “Outlander” si se prefiere- pero que, en realidad, fue un oficial de origen británico al servicio del rey Felipe V. Su nombre, castellanizado, era Miguel Browne y prestaba servicio en 1745 en la guarnición de San Sebastián. De allí, por orden del rey, pasó a Escocia en esas fechas con órdenes de apoyar a los clanes jacobitas, como los MacKenzie que tanto se prodigan en “Outlander”. No fue el único.
Tanto la documentación de Simancas como la de Vincennes, dan una larga lista de escoceses, irlandeses y hasta católicos ingleses al servicio de España, que serán enviados como asesores militares a combatir en Drummossie: Enrique White, el capitán Mac Pherson de los granaderos del regimiento Hibernia, el coronel Carlos Wogan -caballero inglés en servicio en la plaza de Barcelona- o Cornelio O´Donovan… Algunos de ellos estarán en la batalla. Otros ni siquiera llegan a desembarcar de transportes como el Neptuno, enviado hasta Aberdeen -junto con dinero y armas- por ese Luis XV evaporado a ese respecto en “Outlander”, porque los propios vecinos de esa ciudad escocesa -que juega un papel fundamental en esa serie- les disuadieron de ello…
A partir de aquí, naturalmente, llegamos a nuestro capítulo de conclusiones. Por medio de ejemplos como éste creo que queda demostrado que los historiadores españoles, o en lengua española, hemos escrito toda clase de Historia que mostraba, claramente, el papel capital de ese país en acontecimientos históricos que hoy gozan de un rutilante y exitoso prestigio mundial. Y que hicimos nuestras tareas muchos años antes de que se recurriera -de modo verdaderamente revelador- a una filóloga y no a una historiadora para supuestamente sacar a nuestra Historia del fango y del olvido.
Que haya hoy cientos de miles de personas que creen que hasta la aparición de “Imperiofobia” o “Fracasología” nada se ha hecho al respecto, sólo demuestra que quienes abren o cierran a conveniencia las vías de difusión y divulgación del trabajo de los historiadores españoles o han sido mal aconsejados y asesorados, o no han querido que la verdad sobre nuestra Historia sea conocida, alimentando ese resentimiento colectivo gracias al que ahora triunfan libros tan cuestionables como “Imperiofobia”…
En un correo de la Historia anterior dije que esto era jugar al aprendiz de brujo con fuerzas sociales oscuras e imprevisibles. Quienes hoy en España tienen responsabilidades en el negocio editorial, televisivo o en Política deberían sacar de ahí, en conclusión, el peligro de ruptura social y política entre españoles que se deriva de la fanatización y aislamiento internacional alentado por la zafia, inexacta, antiprofesional y errónea interpretación de la Historia de España de libros “bestsellerizados” como “Imperiofobia” y “Fracasología”. De no ser así, y por razones como las expuestas aquí, los historiadores españoles -o hispanistas- no tendríamos que ser señalados como responsables de ninguna consecuencia lamentable que se derive de tal carnicería hecha con la Historia de España. Imposible en cualquier otro país avanzado de Europa occidental, donde, sólo para empezar, se respeta a los historiadores profesionales como tales y por razones tan buenas como las hasta aquí descritas…