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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia, coronavirus y epidemias… (1348-2020)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana ha sido fácil elegir un nuevo tema para este correo de la Historia. Naturalmente he optado por escribir de las epidemias catastróficas que han desafiado a la Humanidad desde hace siglos. Unos episodios que ahora ciertos medios parecen querer ver revivir en la extensión del llamado coronavirus de Wuhan.

Como ya sabrán por medio de esas noticias, desde esa localidad china se está extendiendo, hace días, ese virus que ya se ha cobrado algunas víctimas.

No voy a entrar en la cuestión de si esto debería alarmarnos más o menos. La muerte de cualquier persona -salvo excepciones obvias- es una desgracia para esa persona y para sus familiares y amigos. No es preciso que esa muerte se haya producido en medio de una verdadera epidemia catastrófica.

Sin embargo, la situación de esa supuesta epidemia del coronavirus de Wuhan parece, todavía al menos, muy lejos de las que castigaron a la Humanidad en siglos pasados.

Así es, si comparamos la virulencia del coronavirus de Wuhan, con ser mucha de manera local y relativa, apenas es comparable con la que tenía el bacilo de la llamada Peste Negra, que estuvo a punto de liquidar a casi todos nuestros antepasados medievales en el año 1348.

Los testimonios de los supervivientes a esa catástrofe son verdaderamente estremecedores. Uno de los más citados es el de un monje irlandés, John Clyn, que en 1349 describía un verdadero apocalipsis, aludiendo a que había visto a todo el mundo al alcance de la garra del Maligno, que él mismo se veía ya entre los muertos e incluso alegaba que escribía para dejar algunas notas por si algún hombre, algún miembro de la raza de Adán (en sus propias palabras) conseguía sobrevivir a la catástrofe para continuar ese trabajo que él temía no poder acabar o continuar…

Como en efecto así fue, pues moriría precisamente en ese año, justo después de que la Peste Negra hubiera llegado a Europa.

Crónicas como las del hermano Clyn nos dan la medida de lo que suponía una verdadera epidemia catastrófica. Bastaba con la llegada a un puerto de un barco contagiado por la enfermedad, para que el bacilo de la peste asiática -el llamado Yersinia pestis- se extendiera rápidamente y causase una mortandad casi fulminante de decenas de personas.

De hecho, crónicas del tiempo como las de John Clyn hablan de familias enteras muertas en cuestión de días, incluso de horas, desde el momento en que los terribles bubones hacían su aparición y, por contacto o por el aire, el bacilo se extendía.

De todo ello quedó constancia en numerosos documentos y en obras literarias muy famosas. Como el Decamerón de Bocaccio, escrito tres años después de que la Peste pasase por Florencia, en 1348.

De esa enfermedad y del pánico que causaba, por las razones que acabo de reseñar, daba cuenta ese libro, empezando por describir cómo los protagonistas que narran el centenar de pequeñas historias, cuentos, etcétera que, en definitiva, componen el Decamerón, lo han hecho para entretenerse mientras el contagio cede en la ciudad y ellos pueden regresar de su retiro campesino. Donde se han encerrado para evitar las grandes aglomeraciones que, intuitivamente, se veían como el factor principal de extensión del mal…

Y así se podrían citar gran cantidad de libros y películas en las que se habla, directa o indirectamente, de aquella epidemia que ha cautivado desde entonces nuestra imaginación por una sencilla razón: por la magnitud de los hechos, por la fascinación -incluso morbosa, si se quiere ver así- que nos provoca considerar un panorama en el que la Muerte, en lugar de actuar con relativa lentitud, hace desaparecer a cientos de personas de manera fulminante, en cuestión de días, apenas horas…

Entre esos títulos se pueden destacar, aparte de los ya citados, películas como “Paseo por el amor y la muerte” de John Huston en el que una joven pareja de enamorados trata de sobrevivir a ese cuadro catastrófico de una Europa medieval arrasada por un mal sin cura y eficazmente mortal. O libros como “El diario del año de la peste” de Daniel Defoe, que narra un virulento rebrote de la epidemia a mediados del siglo XVII en Londres, donde se revivieron las estremecedoras imágenes de 1348.

Igualmente hay ensayos científicos, como “¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?”. Donde se estudiaba otro de esos rebrotes que sufre Europa desde 1348 en adelante, precisamente en la misma Florencia que en su día había inspirado a Bocaccio.

Todos esos objetos culturales tienen en común un halo de horror gélido que nos conmueve hasta lo más profundo, cuando comprobamos, a través de ellos, que, como decía Bocaccio, una vez existió un mundo en el que se dejaba encerradas a personas en sus casas. Convenientemente marcadas para que todos supieran que esa vecindad estaba apestada y sus habitantes probablemente muertos en cuestión de horas por esa causa…

Es un miedo tan profundo que, de hecho, se ha convertido en rentable, como demostrarían numerosas películas comerciales de Hollywood -por ejemplo “Estallido”- en las que en nuestro mundo hipertecnificado aparece un virus mortal, imparable, que mata con la misma rapidez que la peste en 1348…

Es de imaginar que eso no llegará a suceder con el coronavirus de Wuhan. Podría ser así porque -ya antes de hoy- hemos tenido precedentes que demostrarían que el peligro se habría magnificado. Incluso con muy pocos escrúpulos. Como se vio tras la infundada crisis de la gripe aviar de 2006 en adelante, que incluso fue tildada de fraude interesado por diversos especialistas y medios de comunicación cuando se comprobó que carecía de la alta mortalidad que, hasta ese momento, había sido uno de los criterios para hablar de verdaderas epidemias.

Sin embargo, incluso aunque el coronavirus de Wuhan demostrase ser tan eficaz como la enterobacteria Yersinia pestis, hay que constatar, con la Historia en la mano, que, desde 1348 hasta aquí, la Humanidad supo adoptar medidas eficaces -incluso antes de la aparición de los antibióticos- para contener epidemias de esas características.

Por sólo citar un ejemplo, los cordones sanitarios en los puertos y fronteras libraron a muchas partes de Europa de la Peste de 1666 que arrasó Londres.

Por supuesto hubo epidemias catastróficas, incluso pánico como el de 1348, pero plagas como la de ese año, a punto de arrasar un continente entero, de traumatizarlo hasta crear un verdadero culto a la Muerte como ocurre en la Europa bajomedieval, no se han vuelto a reproducir -gracias a medidas como esas, al aumento de la higiene personal, la mejora de la alimentación, el progreso médico…- desde entonces.

Otra cosa distinta es que alguien crease deliberadamente una plaga mortal y la extendiese, de manera malévola -como ocurría en la inquietante distopía reflejada en la película “Doce monos”- pero eso, al menos de momento, parece no haber llegado y aun así estaría por ver si la catástrofe sería tan catastrófica como se hubiera pretendido por el o los sociópatas que hubieran extendido esa epidemia.

Así pues, vistas las cosas en perspectiva histórica, podríamos -incluso deberíamos- tomar la crisis mediática desencadenada por el coronavirus de Wuhan con calma. Al menos colectivamente -evidentemente a nivel individual es mucho mejor no ser uno de los centenares de víctimas que, de seguro, causará este mal- pues, hoy por hoy, estamos muy lejos ya de la situación del año 1348. Y esto es así desde hace siglos…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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