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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de una gracia de Termidor: Teresa Cabarrús (1773-1835)

Por Carlos Rilova Jericó

Acaba de empezar hace pocos días el mes de julio. Y creo que, por eso, este será un buen momento para recordar a alguien. Ese alguien es Teresa Cabarrús. Y esa buena razón para recordarla ahora, al comienzo del mes de julio, es lo que hizo ella durante ese mismo mes muchos años atrás, Concretamente en el de 1794.

Fueron años difíciles. La monarquía francesa había caído, victima tanto del crecimiento de la Filosofía ilustrada que ella misma fomentó, como de su propia incompetencia que había desfondado a esa monarquía, creando un descontento generalizado.

Al principio se intentó reconducir ese descontento hacia una solución moderada, a una monarquía no absoluta sino controlada, parlamentaria, como la británica. Fue imposible. Parafraseando a uno de los principales novelistas que describieron esa revolución, Anatole France, había demasiada gente en Francia con sed. Sed de Justicia, de ver reparados agravios acumulados durante muchos años y sed de venganza que acabó convirtiéndose, al fin, en simple sed de sangre. Una que no iba a conocer muchos límites. Para el año 1794 -segundo de la revolución como rezaba el nuevo calendario francés, en el que julio se había convertido en Termidor- la cabeza del rey y la reina habían rodado, proclamándose a continuación la República. A partir de ahí la aristocracia francesa fue la primera en ser señalada como responsable de todos los males y el ala extrema de los revolucionarios -los llamados jacobinos, brazo político de las masas de sans-culottes- exigieron más cabezas guillotinadas. A partir de ahí no hubo prácticamente límites. Los enemigos de la nueva República, según sus dirigentes jacobinos, no eran ya sólo los aristócratas. También lo eran los moderados, los girondinos, los tibios, los que tenían algún “pero” que añadir… Todos debían ser detenidos, juzgados de manera expeditiva y ejecutados en la mayor parte de los casos.

No importaba lo de acuerdo que pudiera estar la víctima con la revolución. Fueron muchos los que así cayeron a causa de esa alucinación política colectiva que tiende a ver enemigos políticos por todas partes en momentos de agudas crisis sociales, como la que vivía Francia en 1794. Así se ejecutó a Olympe de Gouges, defensora de los derechos de la mujer en la fecha. O a Madame Roland, que murió con una frase reveladora en los labios: “¡Oh Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.

Otra mujer que estuvo a punto de seguir esa misma suerte fue Teresa Cabarrús, que es aquella a la que quiero recordar hoy en este comienzo del mes de julio que los revolucionarios habían convertido en “Termidor”. Ese en el que ella, como vamos a ver, jugó un papel fundamental en dar la vuelta a una situación en la que la revolución estaba derivando hacia un verdadero e indiscriminado genocidio. Sin mayor sentido político ya que mantener en el poder a exaltados y dementes como Maximilien Robespierre.

Teresa había nacido en Madrid en el año 1773, el 31 de julio. Venía al Mundo en una familia rica. La de un comerciante de origen bayonés llamado François Cabarrús que desarrolló una fulgurante carrera en la segunda mitad del siglo XVIII en la España de la Ilustración, aprovechando la unión que existía entre España y Francia en la fecha.

De hecho, los negocios le fueron tan bien que acabó recalando en Madrid tras su aprendizaje como comerciante en la Valencia de la Ilustración y se convirtió en uno de los fundadores del Banco de San Carlos, del que saldría el actual Banco de España.

Eso, aparte de permitirle pagar los honorarios de un artista en ascenso -Francisco de Goya- para que le hiciera un magnífico retrato de cuerpo entero, permitió a François -ya convertido en Francisco- Cabarrús dar una esmerada educación a su hija Teresa. A caballo entre España y su Francia natal, con la que no perdía el contacto, gracias, entre otros, a corresponsales muy próximos a la frontera entre ambas coronas. Como su hermano -y tío de Teresa- que vivía en el puerto de Pasajes, cerca de San Sebastián, y ejercía allí como comerciante y, más adelante -como nos cuentan los registros militares franceses de Vincennes- como agente de los revolucionarios franceses que habían ocupado parte de esa provincia.

Las buenas relaciones del tío de Teresa con esas tropas revolucionarias en 1794, que no dudan en calificarlo como “ciudadano Cabarrús” -toda una seña de distinción y aceptación- no eran exactamente las mismas que las de su sobrina. Teresa, en efecto, pertenecía al ala más moderada de la revolución francesa. La de los girondinos, gente del Sudoeste francés, de la burguesía de Burdeos fundamentalmente que querían reformar la situación desastrosa dejada por la monarquía francesa. Pero no a costa de un baño de sangre. El mismo en el que finalmente sumergieron a muchos de ellos.

Esa suerte era la misma que esperaba a Teresa, detenida por orden del incorruptible Robespierre y puesta en prisión, en espera de ser ejecutada. Sin embargo en la noche del 26 al 27 de julio, apenas iniciado el mes de Termidor, de algún modo, Teresa Cabarrús, viendo que pronto sería ejecutada en la guillotina por el sólo crimen de no reírle las gracias sangrientas al partido jacobino, escribió una carta a su amante, el diputado Jean-Lambert Tallien -aún en libertad- con este escueto mensaje: “Mañana voy a morir por estar enamorada de un cobarde”. El cobarde en cuestión era Tallien, claro está…

De ahí, al parecer, fue de donde Tallien sacó fuerzas para enfrentarse a Robespierre en una Asamblea revolucionaria completamente amedrentada por él y por sus jacobinos. Y, según todos los indicios, ese valor que le había infundido la carta de Teresa, se transmitió al resto de diputados que no estaban de acuerdo con Robespierre y sus “caníbales”. Eso desató lo que podríamos llamar una reacción en cadena política que acabó primero con los dos hermanos Robespierre, cazados a tiros por las calles por las secciones ciudadanas que apoyaba a Tallien y los suyos y, finalmente, con el Terror.

¿Hasta qué punto se fue consciente en la Francia de aquellas fechas de que el fin del Terror se debía a Teresa Cabarrús? La respuesta es que no se escatimó reconocimiento a aquella guapa -y valiente- ciudadana francesa nacida en Madrid. Así es. En el París que respiraba aliviado por el fin del Terror, se describía a Teresa como “Nuestra Señora de Termidor”, considerándola una pieza fundamental para que el demencial sistema robesperriano fuera neutralizado.

Lo que vino tras esto fue muy cuestionable. El llamado “Directorio” no tenía sed de sangre, como los jacobinos acérrimos, pero no era ningún dechado de virtudes. La corrupción era una de sus debilidades. Y también cierta frivolidad que pasaba por alto que los problemas de muchos franceses -principalmente los más pobres- no se arreglaban sólo con guillotinar a Robespierre y sus adláteres. Aun así, el mérito de Teresa Cabarrús no debería escatimarse dos siglos después, en este mes de julio que acaba empezar, en el que ella nació y en el que, en 1794, consiguió detener la deriva de lo que había empezado siendo una buena y justa causa y acabó convertido en el sueño sangriento de un hombre alucinado que no veía más solución a todo que la de ejecutar, sin descanso, sin piedad, a una lista cada vez mayor de enemigos reales o imaginarios.

Ricos o pobres, aristócratas o burgueses, contrarrevolucionarios o revolucionarios. Hombres o mujeres. Como la ciudadana Teresa Cabarrús, cuya aventura personal no había hecho más que empezar en aquella noche de julio de 1794 y de la que, quizás, hablaremos otro día con la atención que también merece aquella valiente y fascinante mujer. Nacida en Madrid en 1773, que detuvo a un dictador sanguinario una noche de Termidor del año II y enfadó -mucho- a otro, durante muchos años por razones mucho menos serias, pero no por ello menos interesantes…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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