¿Hippies del siglo XVII? Los ranters y la revolución inglesa de 1642 | El correo de la historia >

Blogs

Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Hippies del siglo XVII? Los ranters y la revolución inglesa de 1642

Por Carlos Rilova Jericó

No es ésta, desde luego, la primera vez que hablo de los ranters en esta página. Ya a comienzos del año 2016 lo hice en dos ocasiones al menos.

Pero no me explayé mucho sobre un tema como ese que, quizás, merece más atención. Y es que los ranters son un grupo humano verdaderamente curioso en la Historia europea e incluso, si apuramos mucho, en la Historia de la Humanidad.

Para empezar es muy poco lo que sabe de ellos el público en general, el que no suele leer libros de Historia, que, en el caso de España, suele ser una mayoría. Quizás los televidentes vascos sepan algo más del tema al haber visto una miniserie bastante bizarra -en el sentido francés, que no español, de la palabra- que la cadena en castellano de la EITB ha emitido en alguna ocasión. El título original de dicha miniserie puede ser traducido a castellano como “La puta del Diablo”. Narra las aventuras de una ficticia mujer dedicada a tales menesteres y de personajes históricos como el leveller (o, si se prefiere la traducción española, nivelador) Edward Sexby.

En la miniserie salen, en efecto, bastantes miembros de las numerosas sectas protestantes en las que se ha fragmentado la sociedad inglesa tras el cisma con Roma y, más aún, cuando estalla el conflicto entre el nuevo jefe de la Iglesia en Inglaterra -el rey- y el Parlamento inglés que se niega  a aceptar sus planes de instaurar una monarquía fuerte -absolutista es el termino técnico exacto- al estilo francés y español.

Ahí es donde aparecen grupos -o sectas si se quiere ver así- como los levellers o niveladores o los ranters. Termino que, como ya dije en anteriores correos de la Historia, podría traducirse como “delirantes” o “deliradores”.

De ellos, y de algunos más, habló un gran historiador británico, Christopher Hill, en un libro que ya he citado, también, en anteriores correos de la Historia: “El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la Revolución inglesa del siglo XVII“, que se centraba, precisamente, en ese aspecto de la guerra civil -y revolución- inglesa detonada en el año 1642 por el enfrentamiento entre el rey de Inglaterra y su Parlamento.

Se ha dicho, y con razón, que “El Mundo trastornado“, como muchos libros de Historia, está muy influenciado por la época en la que se escribió. Para ser concretos en los años setenta del siglo pasado, pues la primera edición de este libro -por la popular Penguin Books- data de 1972.

Esos años fueron los de la eclosión de numerosos movimientos sociales en Europa y en el resto del Mundo, bastante inusitados hasta el momento para la bien ordenada sociedad occidental propia de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Así lo que era extravagante y minoritario en los años 40 y 50 (caso de los estrambóticos poetas “beat” como Jack Kerouac), empezó a adquirir carta de naturaleza, de manía colectiva, entre finales de los sesenta y principios de los setenta. Entonces, para estar a la moda, ya no era de recibo, para los más jóvenes sobre todo, presentar ante los ojos del Mundo una imagen que los norteamericanos llamaban, y llaman, en argot, “square”. Es decir, una presencia atildada (para ellos) con impecables trajes o chaquetas y pantalones “de vestir”, clásicas corbatas o lazos, impecables zapatos bien lustrados y (para ellas) recatados vestidos y faldas siempre por debajo de la rodilla, zapatos igualmente bien lustrados y clásicos y, hasta mediada la década de los sesenta, complicados peinados -tipo el “Victory Roll”- o cardados conseguidos con litros de laca y rematados, en algunos casos, con graciosos lazos que aumentaban aún más esa imagen encantadora, recatada… a lo “Peggy Sue”.

Todo eso, como decía, saltará por los aires desde mediados de los años sesenta, cuando la opulencia económica generada por el Pacto de Posguerra empiece a dar sus resultados y, una vez cubiertas las necesidades básicas con largueza (algo casi inédito en Europa, por no hablar del resto del Mundo), la gente empiece a exigir un modo de vida menos encorsetado.

Las consecuencias se harán patentes en una serie de cambios sociales, y estéticos, que irán desde el ejecutivo que incorpora a su aspecto personal -o “look”, como empieza a decirse entonces- corbatas de corte y colores extravagantes y patillas y peinados algo más hirsutos que los esculpidos a navaja propios de los años 50, hasta (sobre todo entre los más jóvenes) un estilo de vida que rompe no sólo con la estética que podríamos llamar tradicional, sino también con el propio estilo de vida habitual hasta entonces.

Así aparecen los llamados “hippies”. Muchachos sobre todo de clase media que, inspirados por la Literatura producida desde el fin de la Segunda Guerra Mundial -por Allen Ginsberg o Jack Kerouac entre otros- se lanzan al camino, a la aventura de vivir vidas no convencionales. Una opción vital que muestran descaradamente, formando comunas en las que la propiedad y la educación de los niños es precisamente eso: común, donde no hay una familia jerarquizada en torno a un pater familias sino una organización más horizontal y libertaria y, en general y a menudo, el Amor es libre. Es decir, donde no hay parejas que se posean mutuamente y con exclusividad, como era lo habitual en el matrimonio burgués del que provenían la mayoría de los integrantes de esas llamadas comunas.

Ese es el ambiente histórico en el que nace “El mundo trastornado“. Uno al que es difícil sustraerse. Y menos aún para los reflejos bien entrenados de un historiador de tan gran talla intelectual como Christopher Hill.

En efecto, quizás en 1950 -o 1960 incluso- “El  mundo trastornado“, de haber sido escrito, hubiese sido visto con recelo o con extrañeza, pues ¿quién quería saber, en la correcta Inglaterra de esas fechas, de ancestros tan salvajes como aquellos “ranters”? La clase de gente a la que jamás se hubiera invitado a tomar el té. O siquiera unas cuantas cervezas en el pub de la esquina. Personajes imposibles de situar, en el imaginario histórico predominante en la época, entre grandes figuras como el majestuoso Carlos I Estuardo retratado por Van Dyck. O incluso su némesis y verdugo, el algo más zafio Oliver Cromwell que tanto se esforzó en dejar de parecer lo que era -un caballero campesino de torvas ideas puritanas- en cuadros como aquel en el que le retratará Robert Walker en 1649.

Películas históricas con las que Gran Bretaña trató de enseñar músculo frente a la supremacía hollywoodiense, mostraban claramente esa actitud. Es el caso del  “Cromwell” de Ken Hughes, película de la que ya se ha hablado, también, en otras ocasiones en el correo de la Historia.

En esa cinta, fechada en 1970 -apenas dos años después del famoso Mayo del 68…- se hace una verdadera hagiografía de Oliver Cromwell, presentándolo en unos términos históricos bastante alejados de los que un historiador o historiadora mínimamente objetivos podrían utilizar para describir a aquel rico granjero puritano, convertido en dictador tras la guerra civil inglesa.

En esa producción tan claramente militante -y a la contra del espíritu de 1968- sectas o grupos políticos extremistas como los levellers, los ranters o los seekers (tradúzcase como “buscadores” que, al igual que Diógenes, buscaban por el Mundo hombres honestos) son borrados de escena, limitándose su presencia a un vago episodio en el que el Cromwell solventemente interpretado por Richard Harris, con harto dolor de corazón, debe diezmar a quienes se oponen a la disciplina de hierro que el viejo Oliver siempre impuso en sus filas.

Todo eso lo bastante confuso como para que no se perciba el verdadero ambiente que hay en la Inglaterra de esa época y que Christopher Hill sí reflejará en esa magnífica obra de Historia que es “El mundo trastornado“.

En efecto, como el profesor Hill contaba en la páginas de ese libro fascinante, los ranters eran algo más que simples soldados descontentos en las filas del Ejército parlamentario que se oponía al del rey Carlos I. Su programa político, si así se le puede llamar, pasaba por romper todas las reglas sociales relativas a la propiedad, yendo incluso más allá que los levellers, que fijaban la atención de su Comunismo primitivo (así los han definido) en evitar que las tierras comunales fueran cercadas y entregadas a altos dignatarios próximos a la Corte. (Otro episodio que el “Cromwell” de Ken Hughes describe de manera bastante confusa).

Además de eso la divisa de los ranters era la de gozar de la vida sin restricciones, entregarse a toda clase de diversiones, fumar, beber alcohol y, sí, también disfrutar de las relaciones amorosas sin traba alguna y sin pasar por trámite administrativo alguno. Ya fuera casarse ante un clérigo de la Alta Iglesia anglicana o su extremo opuesto. Es decir, un pastor presbiteriano como los que predicaban a los fanáticos soldados de Cromwell, convertidos en metalizadas y perfectas máquinas de matar a los que ellos consideraban idólatras y sospechosos de practicar el Catolicismo (o Papismo) encubierto bajo la apariencia de la Iglesia anglicana.

Aquellos ranters, hedonistas, pacifistas, irreverentes, herederos, en realidad, de una tradición religiosa que enlazaba con los primitivos cristianos o con los cainitas en algunos aspectos, pusieron a la orden del día -durante la revolución inglesa de 1642- unos valores que Christopher Hill evidentemente veía a su alrededor. Testigo como fue, en su propia época, de festivales hippies como el de la Isla de Wight, celebrado en el año 1970, y que la prestigiosa revista “Paris Match” no dudaba en calificar, en portada, como “ciclón hippie”.

Fue así, en gran medida (aparte de la acrisolada competencia profesional de Christopher Hill) como los ranters -y otros compañeros de viaje suyos como los levellers, los seekers, los diggers o “cavadores”- volvieron a la luz sacados de entre las sombras de la Historia. Justo en el momento en el que la sociedad también volvía a buscar respuestas para un momento en el que, como en la Inglaterra de 1642, los jóvenes preferían hacer el Amor (con las menores restricciones posibles) y no la Guerra, dejaban de creer en la familia tradicional o de hacer caso a sus párrocos respectivos para acudir a ceremonias espirituales bien distintas. Como el ya citado Festival de la Isla de Wight o su antecesor, el mucho más famoso de Woodstock.

Es así, a veces, como se escribe la Historia, quedando ya sólo decir aquí que, hoy, también sería una buena idea volver a leer el libro de ese gran historiador británico que fue Christopher Hill titulado “El mundo trastornado“. Tanto por saber más de los ranters, como por otras muy buenas razones que se descubren, por sí solas, entre las páginas de ese gran libro de Historia…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


agosto 2020
MTWTFSS
     12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
31