Por Carlos Rilova Jericó
El Cine con algo, o mucho, de fondo histórico, del que tanto se suele hablar en este correo de la Historia, está lleno de extrañas trampas, de sombras y claroscuros “por exigencias del guion” (como suele decirse) que engañan a los ojos de quienes contemplan esos entretenimientos animados.
Ese suele ser, con mucha frecuencia, el caso del subgénero del Cine bélico dedicado a la Segunda Guerra Mundial que, aunque no solemos darnos cuenta, es tan importante como el “Western” y nos ha hecho consumir horas y más horas ante una pantalla de Cine, de Televisión, y más recientemente, de una tablet o de un ordenador.
En él la presencia española en la Segunda Guerra Mundial suele ser nula. Efecto que se produce tanto a nivel internacional como nacional. De hecho, salvo alguna que otra excepción, habrá como mucho un par de películas que reflejen la intervención española en ese conflicto. Pero sólo desde el punto de vista de la ya muy manida “División Azul” hitleriana.
De la masiva participación española junto a los aliados -de la que ya se ha hablado muchas veces en este correo de la Historia- no hay indicio alguno. No hay equivalente, por ejemplo, de películas como “Libertarias” o incluso cómicas como “La vaquilla”.
Esa cuestión ha quedado relegada a algunos libros especializados, a artículos de prensa y de revistas de Historia. Más allá de eso, sólo hay un extenso, y llamativo, vacío histórico. Verdaderamente histórico y verdaderamente llamativo a decir verdad.
Y realmente lo es porque los espectadores españoles conocemos casi al milímetro algunos de esos escenarios bélicos en los que, sin embargo, no se nos ocurriría poner, ni por casualidad, a combatientes españoles desplegados sobre el terreno.
Uno de esos escenarios clásicos son las campañas del desierto, en el Norte de África, reflejadas una y otra vez en películas como “Un taxi para Tobruk”, “Tobruk”, “La batalla de El Alamein”, “El Alamein. La línea de fuego”, “Uno Rojo, división de choque” (de la que hablaba hace unas semanas), “Patton”… Pues bien, poco o más bien nada se sabe en películas como esas de soldados españoles implicados en la Batalla de Bir-Hakeim, decisiva para la victoria de El Alamein.
En el extremo opuesto del mapa, Noruega es otro escenario privilegiado del Cine bélico que ha reflejado la Segunda Guerra Mundial. Y allí, igualmente, los espectadores españoles conocen casi al milímetro lo ocurrido en ese frente, pero, al igual que con las campañas en el Norte de África, ni por asomo parecen sospechar que allí también hubo numerosos efectivos españoles luchando, hombro con hombro, junto a los noruegos invadidos por la Alemania nazi.
Es lógico si consideramos lo que cuenta la Cinematografía de la que disponemos. Si empezamos por la más clásica, “Los héroes de Telemark”, del año 1965, es poco lo que podemos vislumbrar ahí de españoles involucrados en un asunto que se ha hecho célebre en el conocimiento popular de la Segunda Guerra Mundial. Como mucho que el director de la película, Anthony Mann, estuvo casado con una española. La famosa Sara Montiel, a la que abrió las puertas de Hollywood…
Las versiones recientes de ese episodio crítico -capital para que los nazis perdieran la guerra- como la serie noruega “Operación Telemark”, del año 2015, tampoco han variado mucho el conocimiento español sobre lo que ocurrió en Noruega en esos momentos y cómo antes de qué ocurriera hubo centenares de españoles tratando de impedir que la “Operación Gunnerside” tuviera que ser llevada a cabo, sacrificando vidas de civiles y militares noruegos y británicos para impedir que los nazis se hicieran con la preciada agua pesada (sólo fabricada por la empresa noruega “Norsk Hydro”) y hacer así realidad la “Wunderwaffe” definitiva. Es decir: la bomba atómica.
Lo mismo ocurre con, sin ánimo de agotar la lista, “El duodécimo hombre” (historia que tuvo una versión para el cómic publicada en español) o la impactante “La decisión del rey”, de la que hablé también en esta página cuando se estrenó en el verano de 2017.
Así es. Apenas los y las amateurs de la Historia (aparte de los y las especialistas en ella) saben del “Plan R4” de los aliados o de su contrapartida alemana y la sangre española derramada para que dicho plan “R4” tuviera éxito.
Y eso que los hechos ya habían sido divulgados, con minuciosa precisión, en el número 119 de la revista “Historia y Vida” en febrero de 1978. En ella un artículo de E. Riambau Saurí y el testimonio de Agustín Roa Ventura -uno de los españoles desembarcados para recuperar Narvik- describen, paso a paso, lo que ocurre en torno a ese puerto noruego entre abril y finales de mayo de 1940.
Como es imposible abarcar todos esos acontecimientos hay que decir, en resumen, que tanto británicos (con Churchill a la cabeza) como franceses, consideraron esencial tomar ese puerto e involucrar en la guerra ya en marcha a un país, Noruega, que, pese a defenderse ferozmente cuando llegó la ocasión, a gusto hubiera permanecido en 1940 tan neutral como lo había sido durante la Primera Guerra Mundial.
Una opción que, por supuesto, Hitler no contemplaba ¿Por qué? Pues sencillamente porque antes de que cayese en cuenta de la importancia de controlar el suministro de agua pesada para que Werner Heisenberg le construyera la bomba atómica -como narra con tanto detalle “Operación Telemark”- ya se había dado cuenta de que el hierro sueco -fundamental para la máquina de guerra nazi- salía por Narvik -libre de hielo todo el año- unido por vía férrea a las minas de Gellivara y Kiruna en el extremo norte de Suecia…
Algo que, por supuesto, también sabían los aliados. Y que no podían permitir. Así el destino de Noruega quedaba prácticamente sellado y por esa causa primigenia fue por la que ocurrió todo lo demás que tan bien conocemos gracias a películas como “Los héroes de Telemark”, “La decisión del rey”, la serie “Operación Telemark”…
Fue así como comenzó una de las mayores batallas navales y terrestres de la Segunda Guerra Mundial. Con enfrentamientos épicos entre destructores y acorazados británicos y alemanes -dos de ellos, el Graf Spee y el Könisberg paradójicamente presentes en aguas del Cantábrico durante la Guerra Civil-, bombardeos a tierra desde unidades navales, escuadrillas de cazas “Hurricane” barriendo las posiciones alemanas ya asentadas en suelo noruego, hundimiento de otras unidades navales ante unas tropas alemanas en tierra que responden a los navíos aliados a golpe de mortero y ametralladora pesada y, finalmente, desembarco de tropas aliadas. Entre las que se cuentan numerosos españoles integrados en la Legión Extranjera francesa, que aporta dos batallones a esa operación. Se calcula que 800 de esos legionarios españoles están ahora mismo enterrados en cementerios noruegos.
Otros, como nos dice Agustín Roa Ventura, sobrevivieron para ser evacuados y, como en su caso, continuar la guerra. Pero no antes de haber tomado, a principios de mayo de 1940, las alturas que rodeaban Narvik y enlazar con los guerrilleros noruegos, movilizados para defender su ya invadido país en combinación con el Ejército regular al mando del general Ruge…
Quizás ni noruegos ni españoles sabían en esa gélida primavera de 1940 que lo único que estaban haciendo era revivir la vaga y vieja alianza que había existido siglos antes entre los dos países, durante la llamada “Guerra de Escania”, entre 1675 y 1679. Cuando noruegos, daneses, españoles, holandeses… luchaban contra otro enemigo común con ansias de dominar el Mundo o, al menos, Europa: el rutilante Luis XIV…
Pero es que la Historia, hasta que aparecemos los historiadores, suele olvidarse con facilidad y perderse en esas insospechadas curvas de la memoria común, llenas de hechos como esas alianzas cambiantes, de las que apenas unos años después la mayoría lo ha olvidado todo. O casi todo…