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Carlos Rilova

El correo de la historia

En el centenario de John Reed (19 de octubre de 1920-19 de octubre de 2020)

Por Carlos Rilova Jericó

Este mismo lunes en el que publico este nuevo correo de la Historia, se cumplen cien años de la muerte de John Reed y así parece que la Historia no sólo da muchas vueltas, sino que puede que resulte, como dicen algunos, que incluso tiene un retorcido sentido del humor. A veces…

En el caso de John Reed, como vamos a ver, así parece. Pero para apreciar esa ironía de la Historia bueno será que empecemos a explicar quién era John Reed en este artículo. que va a formar parte de una informal serie de tres correos de la Historia dedicados a la revolución rusa de 1917 en este año en el que se cumplen cien de su relativo éxito.

John Silas Reed (que ese era su nombre completo) fue muchas cosas en una vida que empezó en 22 de octubre del año 1887, en una ciudad industrial norteamericana que, otra ironía de la Historia, dio origen a la actual palabra en euskera para describir habitualmente el cemento: Portland, en el estado de Oregón. Ese que está justo encima de California y debajo de Alaska en la Costa Oeste de Estados Unidos.

Allí, aquel día vino al mundo el que años más tarde sería el más famoso cronista de la revolución rusa de 1917, el que más gustó nada menos que al propio Vladimir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin.

Aun así, los comienzos de la biografía de John Reed eran inciertos sobre si su destino sería ese o bien uno muy distinto.

En efecto, John Reed venía al mundo en una clase social que no gustaba nada a los bolcheviques que lideraba el mismo Lenin: la burguesía. Una a la que ellos, desde sus primeros decretos -una forma de gobernar, tiránica y sumaria que les encantaba tanto como al propio zar- querían exterminar (por más que muchos de ellos procedían de esa clase social) por considerarla, en su conjunto, el origen de todos los males del mundo tal y como ellos se lo encontraron en noviembre (según nuestro calendario, en octubre según el juliano) de 1917.

Sin embargo, los distintos biógrafos de Reed indican que esa familia burguesa era un tanto atípica. Su posición social no les había llevado al conformismo político con la situación imperante en aquellos Estados Unidos dominados por la burguesía capitalista, sino todo lo contrario. El padre de John, por más burgués que fuera, luchó contra los abusos del Capitalismo. Su mujer, la madre de John, en cambio, parece que era de carácter más conservador. En cualquier caso, el paso de los años demostró que era el señor Reed, antes que la señora Reed, quien dio más ejemplo a aquel hijo nacido en el otoño de 1887.

Así es, John fue enviado a estudiar a la elitista Universidad de Harvard, pero ni eso siquiera le desengañó de sus ideas políticas, que se fueron radicalizando más y más con el paso del tiempo. Hasta llegar a convertirle en uno de los más apasionados cronistas y defensores de la causa revolucionaria de la extrema izquierda rusa. Más conocida como “bolchevique”.

En efecto. Una vez graduado en 1910, y tras hacer un viaje por Europa en el que, además, recala en San Sebastián y Burgos, tres años después empieza a trabajar como periodista en la revista “The Masses”, periódico de fuerte contenido radical, y dos años antes, en 1911, ya había entrado en contacto con la revolución. En concreto en México. Allí fue enviado como corresponsal para cubrir esos hechos para la “Metropolitan Magazine”. Así, además de obtener un gran éxito con esas crónicas sobre el México de Pancho Villa (al que conocerá personalmente y al que acompañará en sus correrías), se familiarizará con esa revolución en la que los mexicanos exigían el fin de las sucesivas dictaduras de la oligarquía de ese país, que habían reducido a la miseria a una gran masa de población, convertida en peones de un régimen semifeudal al servicio de intereses económicos extranjeros.

Toda esa experiencia quedaría plasmada en un libro titulado “México insurgente” en el que los hechos de aquella revolución -paralela a la rusa- se reflejan con la vivacidad de una película de Sergio Leone.

En esas crónicas, de todos modos, Reed se limita más a observar con una mirada algo cínica -condescendiente incluso con esos extraños mexicanos que desfilan ante sus ojos envueltos en cierto halo de exotismo- que a comulgar con la revolución.

Para eso deberán pasar algunos años y un aprendizaje como reportero de guerra. En concreto de la primera mundial, que cubrirá en el famoso “Frente occidental”. De él, como muchos periodistas -entre otros españoles, como Vicente Blasco Ibáñez- será atraído a Rusia por el poderoso imán de la revolución que allí estalla, y triunfa, en febrero de 1917 y desencuaderna el ordenado (si así se puede llamar) desarrollo de aquella guerra en la que el género humano descubre lo que su querida Ciencia es capaz de hacer aplicada a artefactos bélicos de escala sobrehumana. Como las ametralladoras, los bombarderos de gran escala como el Gotha G.V o, finalmente, en 1917, los tanques…

En Rusia, en la Rusia del otoño de 1917, la de los moderados como Kerensky que se lo toman con calma, que quieren ir poco a poco, desarrollando una república burguesa tras destronar al ya insoportable Zarismo, Reed descubrirá su verdadero corazón de revolucionario, enamorándose perdidamente de la revolución extremista que los periódicos españoles describían con la palabra “maximalista” y hoy llamaríamos simplemente “bolchevique”.

Es decir, la que se precipita en octubre (según el calendario juliano en vigor en Rusia) de 1917 y en noviembre de ese mismo año según nuestro calendario gregoriano.

De esa experiencia personal de John Reed, viendo los mítines en el Instituto Smolny (cuartel general de los bolcheviques), los combates callejeros, las barricadas… saldrá su famoso libro “Diez días que estremecieron al mundo”. Crónica de cómo los bolcheviques toman el poder porque, según la versión de Reed, el pueblo ruso no puede esperar más. A que se firme la paz con los alemanes, a que haya pan, a que las cosas no queden para después de una revolución moderada como la que querían Kerensky y los mencheviques…

A partir de esos diez días John Reed, hijo de una familia burguesa de Portland, Oregón, será un decidido partidario de aquella revolución “maximalista”. La querrá llevar a América y morirá -de tifus y de complicaciones de su enfermedad endémica renal- en Rusia, volviendo de una gira por la nueva Unión Soviética para consolidar esa revolución que, en 1920, tenía ganada ya la partida contra las potencias burguesas que, como decía Churchill, quisieron ahogar al “niño” en la cuna apoyando a los rusos “blancos” con diversos ejércitos.

Moriría así John Reed joven pero feliz. Y, por cierto, de un modo algo diferente al que -como nos advierte Pepe Gutiérrez en el libro “Rojos y rojas”- vemos en la película “Reds” que Warren Beatty dedicó a John Reed en 1981. El Reed real, antes de morir, pudo pasar, tras la vuelta de esa gira por la URSS, diez días en un hotel moscovita en brazos del amor de su vida: Louise Bryant, una curiosa mujer que merecería un sólo correo de la historia para ella sola.

Fue así como John Reed murió del tifus desencadenado por la guerra civil rusa (que acababa ese año 1920 con el triunfo bolchevique) y fue enterrado, con honores de estado, bajo la Plaza Roja de Moscú, donde aún sigue siendo el único estadounidense que disfruta de tan raro privilegio…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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