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Carlos Rilova

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Una coronación imperial a escala. Napoleón, Isabey y sus muñecos (02-12-1804)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana pasada se recordó que el día 2 de diciembre se cumplía un año más de la efeméride napoleónica más importante. O acaso la más brillante. Es decir, la coronación de Napoleón Bonaparte como emperador de los franceses, que tuvo lugar, ante un bastante atónito Papa Pío VII, en el año 1804.

Napoleón, una vez derrotado tras pasar por la Historia como un fulgurante rayo, dijo, al parecer, que su vida era una auténtica novela.

Bien cierto es. De hecho ya sabemos -y lo vamos a recordar en este nuevo correo de la Historia- que ha dado para muchas novelas, guiones de Cine y otras narraciones.

Es más, no se suele comentar a menudo, pero Napoleón, una vez que fue rehabilitado por la memoria colectiva francesa en 1840, dio lugar a verdaderos evangelios laicos para educar, sobre todo, a los franceses de más tierna edad. Con un resultado notable como elemento de cohesión e identidad colectiva en esa nación que, en medio de crisis estructurales -como la actual, por ejemplo- resulta envidiable.

Así es, Napoleón, una vez que la monarquía liberal francesa, la de Luis Felipe de Orleans -que llega al poder en alas de la revolución de 1830- decide perdonar -por así decir- sus numerosos errores, comienza a ser mitificado en toda Francia y no solo por los “demi-solde”, por los bonapartistas encanallados, sumidos en los recuerdos gloriosos del Sol de Austerlitz y hasta de derrotas igual de gloriosas como la de Rusia en 1812.

Eso empezó a ocurrir casi desde ese mismo año 1840 en el que las cenizas de Napoleón llegan a París desde África, remontando el Sena bajo la fantasmal luz invernal de un frío diciembre en el que caía algo de nieve sobre el féretro expuesto -con todos los honores- en la cubierta de La Dorade, el navío que finalmente recibe sus restos.

Desde esa fecha empiezan a menudear los libros para niños y adultos con biografías del emperador. Y a medida que pasa el tiempo y se hace más económico y sencillo el reproducir ilustraciones -mientras avanza el siglo XIX hacia el XX- esos libros para adultos y niños se sofistican más y más y el relato de la vida de Napoleón queda, por así decir, fosilizado en una serie de acontecimientos maravillosos. Casi milagrosos.

Normalmente el primero suele ser su infancia en Ajaccio y Córcega, de ahí se pasa a sus desencuentros en la escuela militar de Brienne y luego a su ardua supervivencia en los momentos convulsos de la revolución francesa. El momento crucial, por supuesto, es la coronación de 2 de diciembre de 1804 y tras él las grandes batallas, Austerlitz, Jena, Eylau, Wagram, la invasión de España, la primera abdicación, la derrota de Waterloo…

Normalmente en el relato de la coronación suele haber dos enfoques divergentes. Uno de ellos tiende a aferrarse a la narración grandilocuente más conocida. Es decir, la del cuadro de David que representa -con toda pompa y esplendor- la coronación en Notre Dame de París.

Sin embargo otros relatos, especialmente los destinados a los más jóvenes, han preferido narrar -en exclusiva o en conexión con el cuadro de David- la coronación tal y como fue planeada por Jean-Baptiste Isabey.

Isabey para esa fecha de 1804 era un treintañero ya padre tras su matrimonio, durante los días de la revolución, con Laurence de Salienne. A la que, al decir de alguna de las biografías de Isabey, conoció mientras ella paseaba con su padre ciego por las calles de aquel París que clamaba la sangre de los reyes y los aristócratas.

Como muchos otros, Isabey, que había empezado su carrera y aprendizaje como pintor miniaturista en 1785, gracias al favor de la reina María Antonieta, supo sobrevivir a esos días, uniéndose a la revolución, cobijándose bajo la sombra de un conocido caníbal como Jacques-Louis David (que, como ya recordaremos de otros correos de la Historia, también supo sobrevivir al paso de la revolución al Imperio).

Con David, Isabey aprendió y prosperó y también obtuvo el favor de Napoleón y Josefina. Favor que, al parecer, empezó cuando se convierte en profesor de dibujo de la hija de la futura emperatriz: Hortensia. Napoleón sin embargo, y también Josefina, lo apreciaron más como organizador de sus ceremonias que como pintor, pese a hacerle encargos de ese estilo.

Y es así como Isabey ha quedado inmortalizado para la Historia, abriéndose un hueco en ese relato estereotipado y regulado de la vida de Napoleón donde aparece como el hombre que diseñó, a escala, toda la ceremonia de la coronación tal y como debía desarrollarse el 2 de diciembre de 1804.

Así aparece, por ejemplo, en la monumental obra en dos volúmenes sobre la vida de Napoleón escrita por Georges Montorgueil e ilustrada por Job, donde lo vemos en una de esas magníficas acuarelas (que a tanto joven burgués francés adoctrinaron allá por 1890) manejando una serie de muñecos dispuestos sobre un diorama para enseñar a Josefina y Napoleón cómo se iba a desarrollar la coronación de aquel diciembre de 1804.

La imagen hizo fortuna y la vemos reaparecer en medios de difusión aún más populares y poderosos. Como el Cine.

Por ejemplo, en “Désirée”, película de 1954 donde se narra la vida de Désirée Clary -mujer del mariscal Bernadotte y como tal futura reina de Suecia- que, como se ve en esa cinta, estará presente en la ceremonia portando el pañuelo de la emperatriz por expreso deseo del emperador.

También vemos esa escena en “Austerlitz”, una producción de 1960 en la que Abel Gance volvía sobre el personaje de Napoleón al que retrató cuando el Cine aún era mudo. En esta ocasión es uno de los ayudas de campo de Napoleón quien reúne en torno a sí a los criados del emperador en un vacío palacio consular mientras Napoleón es coronado en Notre Dame y les relata, a pequeña escala con la maqueta y los muñecos de Isabey, qué es lo que esta ocurriendo en ese mismo momento allí.

El “tour de force” es llevado por Gance al punto en el que la madre de Napoleón, que se negó a asistir a la ceremonia (pese a lo que dice el cuadro de David), se sienta entre los criados del emperador y escucha atentamente la narración del sorprendido ayuda de campo, chocado al verla allí pero que, a instancias de la madre del ya emperador, continua su solemne relato de la coronación contada a escala.

Sin duda reconstrucciones más o menos artísticas de los hechos históricos como las de Isabey, sus muñecos y su maqueta de la coronación, demuestran que los franceses son verdaderos maestros en el Arte de manejar su propia Historia, dotarla de relieve y, en definitiva, darla a conocer al mundo entero de un modo que es difícil de olvidar.

Una interesante cualidad que no deja de asombrar a los historiadores de países vecinos que, por supuesto, siempre tratamos de tomar buena nota de esas sólo aparentemente pequeñas lecciones de Historia…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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