Contemplando la majestad del Rey Sol o pequeño fragmento de Historia de las mujeres (A. D. 1681) | El correo de la historia >

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Carlos Rilova

El correo de la historia

Contemplando la majestad del Rey Sol o pequeño fragmento de Historia de las mujeres (A. D. 1681)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy como el lunes coincide con la ya controvertida fecha del 8 de marzo, quiero dedicar este correo de la Historia a un pequeño -pero no por eso menos interesante- fragmento de eso que se ha llamado “Historia de las mujeres”. No es que yo crea que es algo imprescindible hacer una Historia de las mujeres porque, al fin y al cabo, la Historia es patrimonio de ambos sexos humanos, pero si ocasiones como el 8 de marzo sirven para poner el foco -como suele decirse- sobre hechos históricos en los que han tenido un papel destacado una o varias mujeres, bienvenida sea la ocasión.

El caso del que voy a hablar es realmente singular. Topé con él hace ya muchos años, cuando hacía una investigación para el Archivo municipal de la ciudad hoy conocida como Hondarribia y en la época de la que vamos a tratar -finales del siglo XVII- como Ondarribia o Fuenterrabía. El año en el que todo eso ocurrió era 1681. Una fecha importante para quienes vivieron en aquel tiempo y en aquel lugar.

Son los momentos en los que Luis XIV, también conocido como el Rey Sol (cosa de rivalidades con su tío Felipe IV, que se hacía llamar el Rey Planeta) atacaba en todos los frentes que le era posible.

Uno de ellos, naturalmente, era la frontera del Bidasoa, la que defendía el flanco Norte de los dominios peninsulares de su primo Carlos II de Austria.

A Luis la cuestión del Bidasoa le traía muy malas sensaciones. No podía soportar que la ciudad de Fuenterrabía, al amparo de la Corte de Madrid y del Derecho Internacional, asegurará que todo ese río era suyo. Y, además, que, de acuerdo a la doctrina legal del jurista holandés Hugo Grocio, reclamase también como propias las tierras que la marea del río cubría, alegando que, puesto que Fuenterrabía se había fundado antes que Hendaya, le correspondía -por esa doctrina legal- ese dominio.

Luis era tan agresivo como prudente. Probablemente, aunque no lo reconocía, tenía siempre muy presente que, ante los bastiones de Fuenterrabía, un formidable ejército de su padre Luis XIII sufrió una estrepitosa derrota el 7 de septiembre de 1638, tras dos meses de inútil asedio contra esa plaza fuerte. Hecho que ocurrió justo cuando él nacía, en el año de 1638…

Seguramente eso, y, en definitiva, la falta de más recursos militares, fue lo que impidió que Luis se plantease un nuevo asedio contra Fuenterrabía. Como el que le permitió, tras no pocos esfuerzos, ocupar brevemente la ciudad de Barcelona en 1697, antes de obligarse a sí mismo a devolverla en la llamada Paz de Ryswick.

Ese probable temor a repetir el fiasco de 1638, no significó que el Rey Sol diera su brazo a torcer. Luis XIV, puedo dar fe porque he tenido la suerte de estudiar a fondo el asunto, no era de esos. Precisamente di cuenta de todo esto en “‘Marte Cristianísimo’. Guerra y paz en la frontera del Bidasoa (1661-1714)”, un trabajo financiado por el Ayuntamiento de Hondarribia. Sacados los datos fehacientes tanto de ese archivo municipal como de los propios archivos de estado españoles y franceses.

Así, no cesaron los ataques de Luis en esa zona a partir de 1660, tras su coronación y matrimonio con María Teresa de Austria (que tiene como escenario precisamente ese fragmento del mapa europeo). Y en la década de 1680 se hicieron aún más intensos.

Así abundó allí la presencia de barcos corsarios (por parte de Fuenterrabía) y de guerra, de tiroteos y bombardeos entre las milicias locales y la Marina del Rey Sol.

Ni unos ni otros perdieron ocasión de provocarse y demostrar, en el caso de los hondarribiarras, que la Ley decía que el río era suyo de orilla a orilla y en el de Luis que debía ser partido justo por la mitad. Incluidas islas, como la de los Faisanes, tan traída y tan llevada.

En una de esas operaciones, en el año 1681, la Marina francesa que Luis XIV mandaba periódica y malévolamente a patrullar en el estuario del Bidasoa, capturó a varios marinos de Pasajes de San Juan, entonces jurisdicción de Fuenterrabía.

El trato dado a esos prisioneros estuvo a la altura de la pésima fama del Rey Sol, que era de esa clase de reyes que prefería ser sino amado, al menos temido.

Los documentos del archivo municipal hablan de golpes, bofetadas y cintarazos con los espadines administrados por la soldadesca de Versalles a esos marinos capturados y, finalmente, de detención en unas nada cómodas mazmorras a cargo del municipio de San Juan de Luz. Una de las bases marítimas desde las que Luis XIV organiza esa guerra de baja intensidad pero de gran carga simbólica.

Es en ese panorama en el que entran en acción las mujeres. Concretamente un par de ellas. Vecinas de Pasajes de San Juan y casadas con algunos de los marinos que su Majestad Cristianísima, Luis XIV, había hecho capturar para demostrar que si la ley no le avalaba en el dominio compartido del Bidasoa, sí lo hacía la fuerza. La de sus infantes de Marina y la de barcos de guerra con nombres tan sugerentes como La Folie que podemos traducir como “La Locura” (es de suponer que para quienes como los hondarribiarras sufrieron los efectos de la Artillería montada en sus amuras).

Todo hay que decirlo, el Ayuntamiento hondarribiarra era partidario de responder a la fuerza con la fuerza, pero la Corte de Madrid, más cauta y astuta de lo que los tópicos sobre Carlos II nos han hecho creer, solía aconsejar tacto y diplomacia. Al menos hasta que las alianzas con otros príncipes europeos -igual de amenazados por Luis XIV- formarán ese frente militar que, finalmente, doblegó el orgullo de Luis y llevó al cambio dinástico en España a partir de 1700.

Esos astutos llamamientos a la diplomacia previa al ruido de cañones y mosquetes, fue lo que llevó al Ayuntamiento hondarribiarra a poner sobre la mesa una notable cantidad -200 ducados de plata- para pagar el viaje a París a mujeres de los marinos capturados que quisieran ir a apelar a la bien conocida galantería de Luis XIV que, no en vano, era, aparte de eso que ahora llaman “adicto al sexo”, impenitente mujeriego, lector también impenitente de novelas de Caballerías. Esas mismas que volvieron loco a cierto hidalgo manchego de cuyo nombre no hace falta acordarse ahora…

Por extraño que nos parezca, el viaje se hizo y lo protagonizaron -con las dificultades que son de imaginar- Francisca de Garay, mujer del capitán Joseph de Artia, uno de los capturados, y Quiteria Cordero. Elegida por haber estado en el séquito de María Teresa de Austria en 1660, esperando así que por esa relación privilegiada con la reina le fuera más fácil liberar a los prisioneros.

Las dos, acompañadas por el marido de Quiteria y Domingo de Galbarreta, un seminarista vascofrancés, lograron culminar ese gran viaje, pese a las infectas posadas y los salteadores de caminos y los más que precarios medios de transporte en los que la fuerza motriz humana era lo habitual para el 90% de la población. De ambos sexos. Llegaron así a las puertas de ese Versalles aún en construcción utilizando las influencias del cirujano Martín de Telleria. Un vascofrancés hermano de María de Telleria, vecina de Pasajes de San Juan que así quiso favorecer a Francisca y Quiteria en su delicada misión a Versalles. Pues Martín era cirujano del mariscal D´Estrées. Oficial militar de gran influencia en la corte del Rey Sol…

Es éste, como vemos, apenas un fragmento de la Historia. Tanto de esa que llaman “de las mujeres” como de la Francia de Luis XIV o de la España de Carlos II o de la Europa barroca. Hasta hoy sólo ha aparecido publicada en otro volumen en el que yo participé titulado “Iraganaren ahotsak-Las voces del pasado” que también fue publicado bajo los auspicios del Ayuntamiento de Hondarribia como número extra del Boletín de Estudios del Bidasoa. Pero todo esto sucedió. Y he creído que hoy era un buen momento para recordar a Francisca de Garay y a Quiteria Cordero. Porque escribieron esa página tan singular, pero también tan real, de la Historia de la Europa de Luis XIV…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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