El otro barón de Munchausen: Monsieur de Crac y la Europa de entreguerras (1925-1940) | El correo de la historia >

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Carlos Rilova

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El otro barón de Munchausen: Monsieur de Crac y la Europa de entreguerras (1925-1940)

Por Carlos Rilova Jericó

No es la primera vez que el correo de la Historia toma como tema al célebre barón de Munchausen. Hace unos meses hablaba aquí, por ejemplo, de la película -sencillamente magnífica en mi opinión- que le dedicaba Terry Gilliam y que, insisto, es muy recomendable ver o volver a ver en estos tiempos tan aciagos y engañosos que corren, todavía, en nuestra actualidad.

Hoy no me resisto, sin embargo, a hablar nuevamente de él. Esta vez me ha parecido interesante traer a la palestra la parodia de alguien que ya de por si fue bastante parodia. Es decir: el propio barón de Munchausen, que realmente existió y vivió en pleno Siglo de las Luces y dio lugar al ahora archifamoso personaje que, equivocadamente, ha quedado reducido a un simple cuento infantil.

Esa parodia del personaje literario de Munchausen es algo realmente interesante por lo mucho que puede ayudarnos a entender la Europa que se acabaría destrozando, desde 1939, en una segunda guerra mundial.

La dicha parodia fue ideada por un humorista francés, conocido como Pierre Henri Cami, que, precisamente, llevó a cabo esa operación en la época de entreguerras.

Al menos la primera edición de las aventuras del barón de Crac, que así rebautizó Cami al barón de Munchausen, datan de los años 20 del siglo pasado. Son las suguientes: Les Exploits galants du baron de Crac suivi de Les Drames de la volupté: saynètes, publicadas por B. Grasset en 1925, Les Aventures sans pareilles du baron de Crac, publicadas por Hachette en 1926 y Le Neveu du baron de Crac, publicada también por Hachette en 1927.

Por otra parte tengo en mi biblioteca una edición ilustrada de esas aventuras adaptadas para niños por Pierre Lissac -que debe datar de los años 30- y en la que el barón de Crac ha sido reducido a la condición de simple “Monsieur”. Pero eso no le quita un ápice de la mordacidad con la que los franceses de esa época se apropiaron del germánico barón de Munchausen.

En efecto, que el barón de ese nombre germánico pasase a ser en esas fechas el barón o señor de Crac es lo que hace tan interesante a este personaje.

¿Por qué?

La respuesta a esa pregunta es muy sencilla. Ya comentaba en aquel otro correo de la Historia que dedicaba a Munchausen y a su puesta en la gran pantalla por Terry Gilliam, que el barón era alemán y eso era más de lo que podían soportar los franceses que habían crecido en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.

Así es. El odio hacia lo alemán en la Francia de aquella época es algo difícil de imaginar.

Una Francia ya muy impregnada de sentido nacional -gracias a la revolución de 1789 y las guerras napoleónicas- había sido derrotada, de manera ultrajante, en el año 1871, teniendo que soportar que los alemanes, constituidos en su Segundo Imperio acabasen con el propio segundo intento imperial francés y, además, simbolizasen ese aplastante triunfo nada menos que en el Palacio de Versalles…

La Francia de la Tercera República, finalmente asentada tras los sucesos de 1870 y 1871, tuvo muchas tensiones y diferencias políticas en su interior. El caso Dreyfus, del que también se habló apenas hace un año en otro correo de la Historia, era una buena muestra de ese clima político, ideológico…

Pero algo tenían en común los franceses a partir de 1871: su odio a los alemanes y su gran resentimiento por los ultrajes (así lo veían ellos) que les habían hecho sufrir.

Todo el resto del siglo XIX, y los comienzos del XX, en Francia son la expresión constante de esa mala fe y rivalidad entre ambas naciones, luchando por superarse la una a la otra, por aumentar su influencia en un mundo que avanzaba hacia la guerra.

Lo que ocurre a partir de 1914 se entiende mucho mejor bajo esa perspectiva. Los franceses corrieron hacia las ametralladoras alemanas en el verano de ese año, porque realmente deseaban matar a tantos alemanes como fuera posible. Para lavar con sangre lo que les habían dicho que había ocurrido en 1870 y 1871.

Puede decirse que no tenían otra opción, pues a la carne de cañón, y ametralladora, que fue sacrificada durante cuatro años en el Frente Occidental, se le había adoctrinado, más que educado, en ese resentimiento en la, por otra parte, eficiente escuela pública francesa de la Tercera República.

La Primera Guerra Mundial, en la que tantos de ellos perderían la vida, la salud, la cordura… fue un trauma difícil de asimilar, pero hay un hecho verdaderamente sólido al respecto: la Tercera República triunfante sobre los alemanes, no caerá, pese a todos esos sacrificios, pese a esos hijos o padres que no regresaron del frente o lo hicieron horriblemente mutilados o tarados por lo ocurrido en las trincheras.

Francia había, al fin, logrado vencer a los alemanes, a los “boches”, a los “cabezas de cerdo”. Por lo tanto, la burla en contra de los acabados teutones no podía cesar. Es más, el vencedor se quedaba, una vez más, con los despojos. Uno de ellos debía de ser, precisamente, el barón de Munchausen.

Cami lo convertirá así de un prusiano como era debido en un gascón fanfarrón, un soldado aventurero del Siglo de las Luces, pero que, por supuesto, sirve a Francia, al gran rey Luis XV.

Por lo demás -eso me dice mi versión ilustrada del personaje de hacia los años 30- el barón, o señor, de Crac incautado por los franceses de 1918 como parte de su botín de guerra, no hará nada diferente a lo que ya conocemos del barón de Munchausen.

Así será engullido por un pez gigantesco de cuyo interior sacará nada menos que una flota de 35 navíos previamente engullidos también por el monstruo marino.

Así volará sobre una bala de cañón sobre un campamento enemigo que asedia una ciudad. Pero esta vez no se trata de los turcos, sino de un ejército europeo del siglo XVIII que en las ilustraciones de Pìerre Lissac recuerda bastante al de los prusianos de mediados del siglo XVIII…

Esas y otras fanfarronadas y gasconadas -como se decía en la época en relación al personaje- llenaron la imaginación de niños -y no tan niños- en ese período de entreguerras en el que el barón de Munchausen, como vemos, también se convirtió en botín de guerra francés.

Los alemanes de esos años, no menos dolidos que los franceses por lo de 1871, no olvidaron afrentas como esas.

De hecho, el barón volvió a ser rápidamente reivindicado como elemento puramente germánico y así se convirtió en uno de los buques insignia de la industria del Cine alemán bajo el Nazismo, siendo una de las producciones en color de la UFA para el año 1943. Todo un alarde técnico que abofeteaba, una vez más, a los nuevamente derrotados franceses que, durante el período de entreguerras, se habían apropiado del barón y lo habían customizado (por así decir) a la francesa… pero de esa película alemana y sus significados políticos quizás mejor será hablar otro día.

Por hoy nos quedaremos con la reflexión histórica de lo absurdo que resultaba, al fin y al cabo, cambiar al barón de Munchausen de nacionalidad, pues al final, francés o prusiano, es evidente que siempre fue el mismo capitán aventurero de una época -el Siglo de las Luces- mucho más civilizada que la Europa de 1914 o 1940. La misma que, en 1945, tuvo que reconocer que el enfrentamiento entre naciones europeas no llevaba a ningún sitio. Salvo a la ruina general del continente blanco que, en realidad, no favorecía a nadie. Ni a franceses, ni a españoles, ni a alemanes, ni a británicos…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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