Por Carlos Rilova Jericó
De “La cartuja de Parma” como de su autor, Stendhal, (nacido Henri Beyle), se han dicho muchas cosas. Pero quizás una de las menos conocidas es que esa obra cumbre del Romanticismo europeo (así la suelen calificar) fue creada como una especie de manual para que dos niñas de la más rancia nobleza española supieran en qué había consistido realmente la Batalla de Waterloo que, un 18 de junio de 1815, zanjó las llamadas guerras napoleónicas.
Así es. Pueden leerlo in extenso en el detallado prefacio que se ha incorporado a una de las más recientes ediciones de esa obra, publicada por Akal hace muy poco y traducida y anotada por Pilar Ruíz Ortega.
Las nobles niñas (ya adolescentes de hecho) beneficiarias de ese relato de la batalla, eran Eugenia de Montijo y su hermana Francisca. Ambas descendientes de nada menos que la familia Palafox y Portocarrero.
Ciertamente los padres de tan nobles criaturas debían tener una especie de sexto sentido histórico, pues Eugenia acabaría siendo la emperatriz del Segundo Imperio francés, aquel cuya corona ostenta Luis Napoleón Bonaparte, hijo, presunto, del hermano de Napoleón, Luis, y de la hija de Josefina, Hortensia de Beauharnais.
Nada raro por otra parte viniendo de un noble español (el padre de Eugenia) que, a diferencia de sus primos aragoneses, luchó en las guerras napoleónicas a favor de Francia.
Una curiosa paradoja, sin duda, que “La cartuja de Parma” naciera, precisamente, para ilustrar a la futura mujer del sobrino de Napoleón I sobre la gran derrota de su tío en aquel campo belga, en un más bien lluvioso 18 de junio de 1815.
Sin embargo, así parece que fue. Y la pregunta lógica ahora es: ¿y qué es lo que Henri Beyle, “Stendhal”, enseñó a ambas muchachas sobre esa batalla en “La cartuja de Parma”?
Pues la verdad es que aquí se da otra paradoja de la Historia. Al menos de la de ese libro, “La cartuja de Parma”, que se ha tomado como ejemplo, casi perfecto, de la novela romántica europea.
Así es. Quienes hayan leído el libro se habrán dado cuenta de que Stendhal, él mismo veterano de los ejércitos napoleónicos, viene a abundar en lo que ya dijo Wellington sobre aquellas batallas que le dieron fama inmortal y en las que se alzó con resonantes victorias.
En efecto. Wellington dijo bastantes cosas sobre Waterloo y otras batallas y una de ellas fue que se parecían a un baile en el que lo único que cada cual sabía de él era la parte del mismo que le había tocado vivir, siendo todo lo demás una especie de nebulosa.
En “La cartuja de Parma” es eso lo que ocurre. Stendhal es especialmente brillante en esta parte de la novela, en la que se apega a la realidad más pedestre de la Europa napoleónica en sus últimos momentos. Lo cual ha llevado a discutir si “La cartuja de Parma” es la novela romántica por excelencia o también una precursora de la novela realista…
Así vemos al protagonista de “La cartuja de Parma”, Fabrizio del Dongo, abrirse paso hacia Francia desde el Norte de Italia -de nuevo en manos austriacas o en las de pequeños gobernantes reaccionarios- para engrosar las filas del emperador, al que Fabrizio ha aprendido a venerar como un falso ídolo de la Libertad a cuyo favor luchará él, como muchos otros bonapartistas, años después, cuando haya que elegir entre Liberalismo y Absolutismo redivivo.
Es así como Fabrizio se hace con un uniforme y una identidad de húsar que no le pertenece y acaba vagando en tan irregular situación por las praderas belgas próximas a Waterloo, donde se encontrará con personajes de la epopeya napoleónica tan dispares y tan reales como soldados de línea -pura y simple carne de cañón-, cantineras con un corazón de oro pero muy avisadas sobre los sucios y oscuros recovecos de las campañas napoleónicas (esos que sólo se ven, si es que se ven, al fondo de los grandes cuadros dedicados a batallas como Austerlitz o Wagram) y brillante alta oficialidad napoleónica que, en la práctica, está muy lejos del foco de la Historia en algunos momentos.
Un estado de confusión, de Artillería que no se sabe desde dónde tira y contra quién, que lleva al joven entusiasta Fabrizio del Dongo a preguntarse si realmente ha estado en una batalla. Cualquier clase de batalla. No específicamente la que conocemos como “Batalla de Waterloo”.
No sé, hoy por hoy, si los progenitores de Eugenia de Montijo y su hermana Francisca querían que esa fuera la descripción de Waterloo que se diera a sus hijas. Especialmente el padre que moriría en el mismo año en el que la obra fue terminada y que, como se ve en los retratos disponibles de él, era un feroz veterano napoleónico. Incluido un parche para cubrir la cuenca del ojo derecho perdido en una de esas batallas de época napoleónica donde él militaba bajo las banderas bonapartistas…
El caso es que así quedó reflejada esa batalla en las páginas de “La cartuja de Parma”. De un modo, a decir verdad, no muy diferente a la controvertida descripción que hizo de ella otro grande del Romanticismo, Víctor Hugo, en “Los Miserables”.
No me constan quejas al respecto. Aunque, la verdad, el relato de Waterloo de Stendhal distaba mucho de lo que reclamaba la burguesía y alta nobleza europea del momento. Y más si ésta era, como en el caso de los Palafox y Portocarrero, de tendencia bonapartista.
Y así quedaron las cosas en “La cartuja de Parma”. Para la Historia. Para Francisca y para su hermana Eugenia: Waterloo, según Stendhal, fue un vasto movimiento de gente dando bandazos en una confusión más o menos organizada, combatiendo por inercia, muchas veces sin ver siquiera el rostro del enemigo que les disparaba.
Para Fabrizio del Dongo será también toda una accidentada aventura que acabó con él de vuelta a Italia donde llevará una vida de clandestinidad casi continua por ese exceso de fervor romántico por la causa napoleónica que, de un modo u otro, acaba llevándolo también al ominoso final con el que se cierra “La cartuja de Parma”.
Tampoco se sabe a fecha de hoy (y probablemente no lo sepamos nunca) qué efecto o alcance pudo tener sobre Eugenia de Montijo lo que Stendhal contaba en “La cartuja de Parma” sobre la derrota de Waterloo.
Desde luego no parece que la avisase de los peligros de meterse en avisperos bélicos como aquel. Así por ejemplo Eugenia, ya segunda emperatriz de los franceses, no vacilará a la hora de animar a su marido a la aventura mexicana que acabó con el fusilamiento de Maximiliano I. Tampoco parece que lo relatado sobre Waterloo en “La cartuja de Parma”, ayudase mucho a animarla a disuadir a su marido de enfrentarse con los prusianos. Lo cual lo llevaría a acabar teniendo su propio Waterloo. Esta vez en Sedán del 1 al 2 de septiembre de 1870. Lo escrito por Stendhal en “La cartuja de Parma” tampoco parece que ayudase a Eugenia a evitar que su hijo muriera en otra guerra. Esta vez en Sudáfrica, contra las belicosas hordas zulús fruto de las reformas iniciadas por el rey Shaka, conocido por el sobrenombre del “Napoleón negro”.
Así pues parece que eso fue todo lo que dio de sí aquella descripción de la Batalla de Waterloo, tan personal, tan subjetiva -pero acaso por eso mismo cierta- que, según se dice, hizo para una futura emperatriz francesa Henri Beyle, más conocido como Stendhal, soldado veterano de las guerras napoleónicas…