Por Carlos Rilova Jericó
Hacía tiempo que quería volver a escribir sobre esta curiosa cuestión. Es decir: los “Western”, o películas “del Oeste”, que llaman “crepusculares” por su tono menos épico y más realista. Me decidí este mismo viernes cuando echaron en Televisión, por enésima vez, la tercera parte de la saga “Regreso al futuro” de Robert Zemeckis.
Siempre me ha llamado la atención, desde que la vi en el Cine por primera vez, allá por 1990, que esa película, en apariencia de entretenimiento intranscendente -más allá de la premisa de las paradojas del viaje temporal- revindicase el decaído género del “Western”, que, desde el canto del cisne de “Silverado”, no parecía levantar cabeza ni interés en el público y se veía como algo ya agotado.
Me llamó, sí, la atención esa película porque “Regreso al futuro III” se adelantó casi dos años a “Sin perdón”, que fue la que abrió de nuevo la espita del género de la mano, además, de un maestro del mismo -en calidad de actor, director y productor- como Clint Eastwood. Al que, por otra parte, se homenajea en un buen número de guiños a la Trilogía del dólar en “Regreso al futuro III” y que, tras “Silverado”, había mantenido el último reducto del género con la impresionante “El jinete pálido”.
En efecto, en clave de comedia, “Regreso al futuro III” contaba todo lo que dos años más tarde, en 1992, impresionaría a la crítica y consagraría a Clint Eastwood como ese cineasta de culto que sigue siendo y que ha puesto en las pantallas títulos tan apabullantes como “Mystic River”, “Gran Torino”…
Es decir, la imagen que daba “del Oeste” la tercera película de la saga “Regreso al futuro”, nos mostraba en 1990 una vida tan precaria y dura como la que veríamos en “Sin perdón” en 1992. Por ejemplo, el agua que salía de la bomba de la granja de los McFly de 1885 donde recala Marty, el protagonista, es de todo menos transparente y se puede dudar razonablemente que sea potable para estómagos de los años 80 del siglo XX como los del atribulado Marty McFly.
Lo mismo ocurre con otro de los lujos de los que ya dispone la bastante próspera granja McFly. Es decir, carne para la cena, aunque es una que no se ha comprado en ningún supermercado… sino que ha sido cazada esa misma tarde por el ancestro de Marty McFly e incluye, como era de esperar, algún que otro perdigón que se ha quedado incrustado en la carne de la pieza cobrada a tiros…
En esa misma escena se da otra pequeña lección de Historia sobre lo que realmente supone la vida en “el Oeste” de 1885. Y es la siguiente: para alguien procedente de una sociedad ya altamente industrializada y con consumo masivo, nada de raro tiene disponer de, por ejemplo, muchos sombreros sin ser un potentado o un magnate de los que hacen fortuna en el Este de Estados Unidos en ese mismo año 1885. No es ese el caso, sin embargo, para un granjero, emigrante irlandés, como Seamus McFly. Ese antepasado con el que topa Marty McFly y que lo salva de momentos bastante complicados. Así, cuando Seamus ofrece a Marty un sombrero para cubrir la pérdida de aquel con el que ha llegado, la mujer de Seamus se horroriza al oír tal propuesta -de hecho se santigua- pues tal cosa como regalar un sombrero -y más a un desconocido- le parece un costosísimo dispendio. Pues un sombrero cuesta una cantidad de dinero que unos laboriosos granjeros como ellos no pueden permitirse derrochar así como así…
Estos sabios guiños a la Historia real de la época, aun hechos en clave de humor, no cesan ahí. En efecto, Zemeckis y sus guionistas parecen haber leído atentamente libros de Historia como “El pasado es un país extraño”, del historiador norteamericano David Lowenthal.
Es lo que se deduce de, por ejemplo, la serie de chistes visuales que se encadenan cuando Marty McFly es enviado por el inventor de la máquina del Tiempo, el doctor Brown -en su versión de 1955- a buscar a su alter ego de 1885 y evitar así un conflicto en la línea del Tiempo tal y como la conocemos.
El doctor Brown de 1955 tiene una idea “del Oeste” cuando menos curiosa, muy al uso de su época. Y así viste a Marty con un traje de vaquero de fantasía. Como los habituales en los espectáculos de rodeo para turistas de esa década de los 50.
Nada más inapropiado, por supuesto, para el verdadero Oeste de 1885. Tal y como el doctor Brown de ese año advierte nada más ver llegar al pobre Marty McFly, baqueteado y vapuleado por el fuera de la ley Buford Tannen, el antepasado de su némesis durante toda la serie, Biff Tannen…
Así la colorida ropa de “vaquero” cincuentero -en la que aparece incluso el dibujo del modelo atómico de Rutherford- es rápidamente sustituida por una chaqueta “americana” de paño basto y pardo, una camisa de cuello de tira, unos pantalones marrones con el corte apropiado para el par de botas de montar de cuero crudo y sin adornos que el doctor Brown le facilita y un decente sombrero de fieltro. Todo al uso de lo que se puede ver en cualquier daguerrotipo y para evitar a Marty desagradables encuentros como el que acaba de tener con Buford Tannen y su pandilla en el “Saloon” local. Donde, una vez más, se ve el contraste entre el verdadero Oeste que conocemos gracias a la investigación histórica y el que espera un incauto viajero del Tiempo procedente de los años 50 del siglo XX.
Allí, en efecto, la hortera ropa de “vaquero” de los cincuenta despierta la rechifla general de Tannen y sus matones. Igualmente les llama la atención la blancura y perfección de la dentadura de Marty McFly. Un hecho que Lowenthal ya destacaba en “El pasado es un país extraño”, señalando que nuestra época tenía una Odontología mucho más avanzada que la de principios o, incluso, finales del siglo XIX.
También es ahí donde Marty descubre que los motes que algunos forajidos han dejado para la Historia, desagradan a estos sobremanera. Como es el caso de Buford Tannen, conocido como “Perro rabioso”. Apodo que, como Marty comprueba, nada tiene de honroso, de signo de ferocidad para amedrentar a posibles rivales, sino que procede de la mala costumbre de Buford Tannen de babear excesivamente cuando, más que hablar, grita a sus interlocutores, como si echase espumarajos por la boca. Como un perro rabioso…
Y así sigue en “Regreso al futuro III” la sucesión de desencuentros entre la idea que se tiene del Oeste norteamericano de 1885 en, por ejemplo, 1955 y su realidad histórica. En las escenas finales, por ejemplo, vemos al doctor Brown tratando de convencer a los veteranos habituales del “Saloon” -viejos actores del género, por cierto, puestos allí por Zemeckis en un nuevo guiño- de que correr en los años 80 de nuestra época es algo que se hace por diversión, no por necesidad, como en 1885. También en ese momento se ve la realidad de las prostitutas de “Saloon” (ajadas, cansadas, reviradas…), que se pasean en ropa interior -los famosos pololos- a la caza de clientes (a los que esas prendas les parecen el colmo de la provocación sexual) y no con los habituales vestidos de fantasía con los que la pacatería de los años 50 insistía en vestirlas en las películas “del Oeste” de aquel entonces…
Así pues, todo esto que Clint Eastwood sabrá manejar con mano maestra dos años después en su magnífica “Sin Perdón” (las prostitutas desidealizadas, los “Saloons” oscuros y cargados de un ambiente áspero, casi irrespirable, los apodos de los pistoleros menos gloriosos de lo que parecen en los libros de Historia, lo difícil que era en realidad apuntar y disparar un revólver para matar…) como vemos ya lo había desplegado Zemeckis con igual maestría en “Regreso al futuro III” dos años antes. ¿Inspiró esta película, más bien intrascendente, a una cumbre del Séptimo Arte como “Sin perdón”?
Es muy probable dados los continuos guiños y alusiones a Clint Eastwood y a su Cinematografía en la película de Zemeckis. Pero probablemente el tono de comedia de “Regreso al futuro III”, le privó de tal reconocimiento de precursora de la película que rehabilitó al género “Western”. Algo que, sin embargo, desde el punto de vista de la Historia no sería correcto. Y así, sin, por supuesto, quitar mérito alguno a “Sin perdón”, hay que decir que, fuera en el tono que fuese, Robert Zemeckis se adelantó en dos años a esa brillante rehabilitación realista del género “Western”.
Al menos hay que decirlo si queremos honrar a la Historia como relato verídico y ordenado de los hechos del pasado. Sea este reciente -el de la Historia del Cine- o más remoto. Como el de la vida real en el “Salvaje Oeste” del 1880…