Por Carlos Rilova Jericó
Hoy, a pesar de que el verano ya se va extinguiendo en un recién estrenado otoño, el correo de la Historia vuelve al Mar y a su Historia. Y más concretamente a la guerra naval durante la época napoleónica.
Debería, hoy por hoy, estar fuera de toda duda que lo que sabe la mayor parte del público sobre ese tema, es lo que la película de Peter Weir “Master and commander” nos ha contado. Basándose, claro está, en las también muy populares novelas de Patrick O´Brian, que es de donde salen personajes como el capitán Jack Aubrey o su cirujano de a bordo, el medio catalán medio irlandés Stephen Maturin.
Desde luego no será este historiador el que diga que esa es una mala manera de aproximarse al asunto, pero, claro, no es la única. Y eso sin salirse del terreno de la ficción.
Así es, Weir y los actores a sus órdenes -especialmente Russell Crowe y Paul Bettany- han sabido dar vida con mucho acierto a los personajes de O´Brian y a las situaciones que viven.
Quienes hayan leído la serie de Jack Aubrey que dio fama mundial a O´Brian, ya sabrán que en esas páginas se describe de una forma apabullante, envolvente, lo que fueron las operaciones navales durante las guerras napoleónicas, que es el período histórico en el que se centra O´Brian.
En sus andanzas Aubrey describe la vida a bordo de un barco de guerra británico de esa época con todo detalle: desde la limpieza de cubiertas, la cabuyería -cuerdas en lenguaje terrestre- que mueve el complejo mecanismo de un barco de vela del 1800, el tipo de Artillería con la que se defienden y ofenden esos barcos y un largo etcétera que pasa por detalles tan nimios como los que se describen en la segunda entrega de esa larga serie dedicada al afortunado Jack Aubrey y que Patrick O Brian titulará “Capitán de navío”. Ahí se cuenta, por ejemplo, lo que ocurre cuando tu agente dedicado a hacer efectivo el dinero de las naves apresadas al enemigo te estafa y huye con esos honorarios, lo que significaba quedar en la Inglaterra de la época en situación de deudor moroso (ser conducido directamente a prisión por esa causa), o cómo la Marina británica reclutaba por medios nada voluntarios a quien se cruzase en su camino. Desde antiguos delincuentes hasta deudores que quieren huir de ese destino que les aguarda en Newgate o en otras prisiones similares, pasando, como ocurre en “Capitán de navío”, por los alguaciles enviados a detener a otros deudores como el capitán Jack Aubrey, que pone millas marítimas de por medio para escapar del malentendido a bordo del navío de Su Majestad puesto bajo su mando.
En definitiva, la lista de detalles que ofrecen las novelas históricas británicas sobre ese mundo naval de época napoleónica, es interminable y daría no para uno sino para muchos correos de la Historia.
Basta con repasar al iniciador de este tipo de sagas, C. S. Forester, que empezó a cantar las loas de la Marina británica de la época de Nelson allá por los años 30 del siglo pasado, con su Horatio Hornblower. También llevado al Cine de la mano de nada menos que Gregory Peck y Virginia Mayo en una cinta titulada en España “El hidalgo de los mares”. Donde, para variar, la Marina española de guerra no salía precisamente muy bien parada, como suele ser habitual en este tipo de ficción británica…
Sin embargo, hoy quería centrarme en otro escritor de esa clase de ficción histórica que descubrí hace poco, Dudley Pope, y en concreto en una de las novelas de su serie dedicada al capitán Nicholas Ramage.
Dudley Pope, según parece, fue incitado a escribir novelas históricas sobre la Marina británica por el propio C. S. Forester, si bien empezó como historiador naval. Eso después de vivir en carne propia la vida de marino durante la Segunda Guerra Mundial, como señala la información que nos da su editor español -Edhasa- en la solapa de las novelas de la serie de Ramage publicadas por esa casa. En efecto, en 1942, cuando Pope es apenas un adolescente de 14 años, sobrevivirá al torpedeo del mercante en el que navega y, debido a sus heridas en esa acción de guerra, será dado de baja del servicio activo. Momento en el que pasa a desarrollar una carrera como periodista e historiador que da títulos incluso llevados al Cine como su “La Batalla del Mar de la Plata”. O bien otros dedicados a la vida en la Marina de la época de Nelson, que fueron los que llevaron a C. S. Forester a alentarle a escribir novelas históricas sobre el tema. Algo que hizo con verdadera fruición. Tanto de la época de Carlos II Estuardo, como de la de las guerras revolucionarias y napoleónicas.
A esa serie, en la que el aristocrático Nicholas Ramage es el protagonista, pertenece “El diamante de Ramage”. La séptima de ellas, ambientada en 1802 y en las islas del Caribe que Pope, y su mujer Kay, tan bien conocían pues vivieron allí años, a bordo de uno de los numerosos barcos que les sirvieron de hogar hasta la muerte de él en 1997.
Lo más destacable de esta novela es la, a veces, exasperante lentitud con la que Pope desarrolla la historia, relegando la acción pura y dura -que caracteriza a otras novelas de la serie- en favor de su oficio de historiador.
Esa es la primera advertencia que habría que hacer con respecto a “El diamante de Ramage”: no es una novela fácil de leer. Está lejos de Forester, de O´Brian y de otras novelas de la serie de Ramage que ofrecen andanadas casi continuas y olor a salitre y pólvora cada poco trecho.
Sin embargo, creo que merece la pena tomarse la molestia de leerla hasta el final de sus casi quinientas páginas. ¿Por qué? Pues sencillamente porque cualquiera que se interese por saber qué hay de verdad en estas novelas sobre la guerra marítima en época napoleónica va a quedar bien servido.
Así es. En “El diamante de Ramage” Pope describe hasta la extenuación el mar de papel -en la propia expresión que pone en boca de Ramage- sobre el que se basaba la Marina de la época. Los libros de señales, los gallardetes usados para comunicarse de barco a barco con indicaciones que estaban lejos de ser tan precisas como una comunicación directa por radio, los diarios de a bordo, las cuentas minuciosas para abastecer los barcos de guerra de munición y de todo lo necesario para navegar durante meses sin tocar puerto amigo… A toda esa burocracia que Pope conocía directamente de los archivos, se añaden en “El diamante de Ramage“ descripciones también exhaustivas con las que Pope tal vez puede aburrir a quienes van buscando andanadas y abordajes a sangre y fuego y los palos y el cordaje de los contendientes saltando por los aires, pero que, sin embargo, dan una lección maestra de lo que suponía manejar uno de esos mastodontes navales que carecían de motores para ser guiados, puestos en marcha o abarloados con tranquilidad y seguridad en un puerto.
Pope, en efecto, nos muestra en esta novela que hasta los más ligeros, como una fragata, necesitaban de cientos de hombres, sometidos a una férrea y mecánica disciplina, que permitiera largar o aferrar velamen con toda la rapidez necesaria para que un viento contrario -o un golpe de mar- no mandase al garete un barco carísimo y del que podía depender incluso el futuro de un país entero. Como la Gran Bretaña de la época de Nelson. Completamente cercada por Napoleón, dueño de, prácticamente, Europa entera en esos momentos y con los ojos puestos en esa última presa.
Sólo por eso, como digo, merece la pena iniciar, y concluir, la lectura de “El diamante de Ramage” por exhaustivo que a veces parezca. Es una muy buena forma de acercarse a lo que supuso la guerra naval en época napoleónica. Aunque, como es habitual en la ficción británica, lo que se pueda aprender sobre el papel de la España de aquella época esté aún por escribir -y además con veracidad y ecuanimidad- en novelas como ésta. Pero esa, como decía Rudyard Kipling, es otra historia. Una de la que, quizás, hablemos aquí otro día y que, adelanto, no fue tan distinta como la dramatizada por Dudley Pope o Patrick O´Brian. Por sorprendente que pueda parecer…