Por Carlos Rilova Jericó
Pronto, en unos pocos días desde este lunes, habrá muchos miles pendientes de cierto gordo. Se trata de un gordo metafórico. Como el John Bull que representa, junto con la mucho más estilizada y bella Britania, a Gran Bretaña.
Nuestro gordo es un señor vagamente representado, pero del que hay grabados e imágenes como la que acompaña a este nuevo correo de la Historia. Más o menos lo podemos situar en el siglo XVIII, en su segunda mitad y en el caso del de esta página ya más bien hacia final de ese Siglo de las Luces. Como se ve por su explícito atuendo, formado con bolas de Lotería, pero mostrando un traje europeo claramente de esa época.
El grabado, o bien otras imágenes como esas, nos sitúan perfectamente en el ámbito histórico de este personaje. Se trata, en efecto, de otro producto de aquel siglo que, al decir de algunos historiadores que trabajaron abundantemente sobre él, llaman “ilustrado”.
En efecto, nuestro Gordo de la Lotería, dentro de poco tan esperado, tan necesitado, tan aludido…, llegó a España a partir del año 1763, después de que el rey Carlos III recibió por herencia de su difunto hermano la corona con sede en Madrid y pasó a convertirse, tal y como decían ya algunas monedas de la época, en “Rex Hispaniarum et Indiarum”. Es decir, rey de España y de las Indias.
Como perfecto monarca ilustrado, rey del Siglo de las Luces y la Ilustración, tal y como bien lo describieron eminentes historiadores como Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III atacará toda una serie de reformas, siguiendo las ya iniciadas en Nápoles, donde ejerce en primer lugar como rey vástago de la dinastía borbónica, dueña de ese territorio italiano (con algún paréntesis napoleónico de por medio) hasta mediados del siglo XIX.
Esas medidas vendrían acompañando a uno de sus ministros más polémicos. Un italiano, además. Lo cual ya lo hacía objeto de especial recelo en una España menos acostumbrada a los extranjeros aún que la actual. Especialmente contra aquellos que pretendían gobernar un país que en esos momentos es dueño de la casi totalidad de América y de una parte de Europa también sustancial. Al menos en términos estratégicos…
Ese ministro tiene un nombre que seguramente “suena” hasta a quienes menos interés tienen en las cuestiones de Historia: Esquilache…
De él hablaba yo, de pasada, en el correo de la Historia de hace dos semanas. Precisamente por aquello que le ha dado fama imperecedera, como diría un literato decimonónico.
Es decir, por el motín del año 1766, principalmente en Madrid, al que dio nombre para los libros de Historia.
Puede que esta semana, a la espera de que el dieciochesco y gordo caballero de la Lotería nos visite en nuestras casas, no caigamos en cuenta de que ese obeso Gordo de la Lotería fue un invento en buena medida surgido de las lucubraciones de aquel ministro, el marqués de Esquilache, que Antonio Buero Vallejo, llamó en una de sus obras de teatro un soñador para un pueblo. El pueblo español en concreto que, como bien se ve en dicha obra de teatro (altamente recomendable) y en la película de Josefina Molina (igual de recomendable) basada en esa obra teatral, no estaba, en un cierto porcentaje de sus integrantes, muy convencido con las reformas ilustradas del marqués.
Éstas pasaban por poner alumbrado público en las calles de Madrid, adecentar las vías y fachadas de esa capital que, según dicen, dejaban bastante que desear comparadas con las de otras ciudades europeas y también imponer la moda de estilo francés que, al parecer, no había llegado a calar lo suficiente en el elemento popular matritense…
Ha sido eso lo que ha caracterizado a ese famoso Motín de Esquilache, esa imposición de un cambio de moda. Uno que pasaba por el recorte de las capas largas en boga entre esos elementos populares y el cosido de alas de los sombreros redondos o gachos -también muy en boga en ese elemento popular- para convertirlos en sombreros de tres picos.
En realidad, el Motín de Esquilache tuvo motivaciones menos livianas que ese cambio de Moda que, sin embargo, como todo lo que tiene que ver con la Moda, es menos intranscendente de lo que parece.
Así, por ejemplo, esa monarquía ilustrada quería, ante todo, aplicar el programa máximo de esa Filosofía de las Luces. Es decir: esa paternalista idea, bien intencionada en principio, como todos los paternalismos, de “todo para el Pueblo, pero sin el Pueblo” a la que precisamente aludía la obra teatral de Buero Vallejo. En definitiva, ese gobierno de Carlos III perseguía que los españoles, empezando por los madrileños de hasta la más baja condición social, disfrutasen de los avances de esa Ilustración, en Ciencia, en Técnica, en higiene, en ideas…
Todo ello bajo la égida de un estado cada vez más fuerte y centralizado. Algo para lo que es preciso eliminar a peligrosos competidores. Por ejemplo la Orden de los Jesuitas, que en ese mismo año 1766 será expulsada de España, aprovechando que se les considera como los principales inspiradores de la versión vasca del Motín de Esquilache. Es decir: la Machinada iniciada, precisamente, en esa villa guipuzcoana de Azpeitia, verdadero ombligo del que surge la orden ideada por aquel hombre a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento que respondía al nombre secular de Iñigo de Loyola y más adelante al de San Ignacio.
Igualmente necesitaba ese estado ilustrado -tan benéfico y paternalista- disponer de recursos económicos abundantes para mantener su vasta red de funcionarios, marinos, militares, etc…. sin la que no existe verdadero poder ni capacidad de hacer, o imponer, nada. Sea la expulsión de los molestos jesuitas o la adopción masiva del sombrero de tres picos en detrimento del sombrero redondo.
Para ello el marqués de Esquilache trajo a España, junto con el rey, la gran idea de la Lotería genovesa, la Lotto. Aquello fue en el año 1763 y así es como también acabó por llegar ese “Gordo” que con tanta ansiedad se espera en esta semana.
Algo que nos recuerda, o debería recordarnos, una curiosa paradoja histórica: el marqués de Esquilache fue amado por las masas populares españolas por traer este ingenioso juego que permitía sacar algún dinero extra -o a veces un “gordo”- y tres años después esas mismas masas, olvidando tan generosa invención, se volvieron contra él por pretender cambiar alguna que otra moda bien arraigada como la de la capa larga y el sombrero gacho…
Algo que, en cualquier caso, por fútil, anecdótico o banal que nos parezca, nos aporta un interesante dato histórico, indicándonos qué es lo que gustaba y querían realmente los españoles de la segunda mitad del siglo XVIII.
Evidentemente, como la mayoría de los de hoy día, ganar el Gordo de la Lotería, llevarse un buen día miles y miles de monedas al bolsillo de las que antes no disponían y, por el contrario, eludir esos sombreros que, sin embargo, nosotros consideramos lo más característico -y hasta romántico- del siglo XVIII europeo y esas farolas que tan útiles nos han sido desde ese momento para ir por la calle con relativa seguridad y comodidad hasta altas horas de la noche. Pues antes de eso, tanto en Madrid como en San Sebastián o muchas otras ciudades, había que llevar los faroles a mano, desde la propia casa y marchar en medio de la noche por cuenta y riesgo de cada cual…