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Carlos Rilova

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Historia de algunas lluvias poco comunes. De Salem Village a la España actual (1692-2022)

Por Carlos Rilova Jericó

Preocupante. Si alguna palabra podría describir lo que se ha llegado a decir de la calima que ha invadido buena parte de España esta semana pasada, sería esa: preocupante. El eco que ha tenido en nuestros medios de comunicación el fenómeno es, en efecto, preocupante visto desde el punto de vista del historiador.

Estas lluvias de sangre, como han sido llamadas en ocasiones, no son, en principio, un fenómeno raro. Lo cual no quiere decir que sea habitual. La de esta semana pasada no es, desde luego, la primera que yo he visto en mi vida. El problema con ésta en concreto es que ha demostrado, una vez más, el clima de histeria colectiva y de retroceso intelectual que parece ser estamos viviendo a pasos agigantados en sociedades que, se suponía, eran muy racionales, muy científicas y muy avanzadas.

El lodazal -nunca mejo dicho- de Twitter y otras redes de presunta comunicación humana parece haberlo demostrado, infaliblemente, una vez más.

Así entre el martes y el  miércoles marcaba tendencia allí la estúpida palabra en que se ha convertido el término “negacionista”. Algo que la inmensa mayoría del público no tenía ni idea de qué era en el año 2019 pero que alguien, con una muy difusa idea de la ética periodística, convirtió a partir de 2020 en una especie de espantajo que se utiliza contra quien se salga lo más mínimo del camino marcado por una supuesta verdad oficial y no para describir, tal y como ocurría hasta esa fecha, a quien negase que los campos de exterminio nazis hubieran existido.

Y así es como se ha llegado -rizando el rizo de tal irresponsabilidad intelectual- a que apareciesen esta semana pasada gentes que rápidamente fueron calificadas de “negacionistas de la calima”. Por si faltaba alguien a quien pudiera aplicársele el maleado término…

La base del asunto es que hubo cuentas y perfiles de redes sociales que aseguraban que un fenómeno así, la calima, era imposible de manera natural en invierno. Enseguida apareció un número determinado de otras cuentas y perfiles que se reían de tal aserto y sacaban toda la artillería -eso sí: me pareció que con cierto nerviosismo- para decir que ya estaban los conspiranoicos, negacionistas y similares actuales enemigos públicos número 1 diciendo tonterías y fabricando noticias falsas.

Bien, no voy a entrar a debate tan estúpido por ambas partes, lo que sí diré como historiador es que haber llegado a este punto en España, en el año 2022, en un país que parecía avanzado y desarrollado, es como para sentarse a pensarlo un rato.

Desde el punto de vista del historiador, que se llegue a semejante nivel de debate es un síntoma claro de que España no está precisamente en el punto intelectual que consideramos propio de una sociedad avanzada y desarrollada. Ni mucho menos. Para encontrar algo similar a esta manera de razonar, hay que retroceder nada menos que a finales del siglo XVII. Cuando la diferencia entra Magia y Ciencia aún no estaban muy clara ni siquiera en la mente de figuras hoy casi sagradas como Isaac Newton. Un momento histórico en el que, en las colonias norteamericanas de Inglaterra, se ejecutaba, todavía, a gente bajo la acusación de ser brujos…

Ese fue el caso, hoy muy célebre, de Salem Village en el año 1692. La histeria colectiva que se apoderó de esa localidad en esas fechas seguro que es bien conocida. Sirvió de inspiración a uno de los varios maridos de Marilyn Monroe, Arthur Miller, para escribir una obra de teatro -luego llevada al Cine bajo el mismo título de “El crisol”- que él utilizó para llamar la atención sobre otra sociedad igualmente enloquecida como la de los Estados Unidos de los años 50, involucrada en otra caza de brujas, en este caso reconvertidas en comunistas…

A lo peor, puede que hoy haya mucho catedrático a la violeta -de la prestigiosa universidad del Pajarito Azul- que crea que eso ya es agua pasada, “Historia” como suele rebuznar esta clase de asnos dando clase desde su ordenador y su cuenta de Twitter y otras redes sociales a otros asnos, como en el famoso grabado de Goya. Pues no, lamentablemente no. La discusión en torno a la hoy famosa calima -y su origen y consecuencias- que cayó sobre España esta semana pasada indica que no, que no estamos mejor que la América de la caza de brujas de McCarthy o, tampoco, el Salem de 1692.

Basta fijarse en un detalle de un estudio sobre el caso de ese distrito de Salem realizado ya hace años -en 1974- por los historiadores Paul Boyer y Stephen Nissenbaum, acaso los mayores expertos en ese controvertido y famoso episodio de Brujería. El libro se titula “Salem possessed. The social origins of Wicthcraft”, traducido para quienes no se manejan en inglés: “Salem poseído. Los orígenes sociales de la Brujería”. En las páginas finales del mismo, Boyer y Nissenbaum recogían datos sobre las reminiscencias en esa localidad de creencias disparatadas -para nuestra supuestamente culta y avanzada época- que habían sobrevivido a la ordalía del año 1692. Entre otras apuntaban como en marzo de 1700 los registros locales recogían que sobre el distrito de Salem haba caído una lluvia de algo parecido a azufre…

Curioso ¿verdad? Igual nos suena de alguna primavera en la que hemos visto que, tras las consabidas lluvias de esa época del año, los márgenes de los desagües de las aceras y charcos muestran un cerco de color amarillo que se parece mucho, en efecto, al azufre del que hablaban los atribulados puritanos del Salem de 1700.

La explicación de ese fenómeno en nuestra racional, científica y avanzada sociedad es que eso no es otra cosa salvo polen arrastrado por las lluvias primaverales.

Así ha sido en los últimos años. A fecha de hoy dudo mucho que esa explicación, perfectamente racional y contrastable, pueda volver a ser admitida. No me extrañaría de hecho que, en cuanto empiecen esas lluvias primaverales, la teoría de que lo que en realidad cae tras ellas no es polen sino azufre, vuelva a saltar a las redes sociales y dé lugar a un acalorado debate en el que los autonombrados paladines de la Ciencia -esos mismos que han dado un nuevo significado a palabras como “negacionista”- vuelvan a pasear a cuatro ruedas una impostada superioridad intelectual y, por otra parte, toda otra clase de avatares saque a relucir toda clase de planes perversos -sin comprobar- que explicasen que esos cerquillos de color amarillo tras la lluvia son, en efecto, azufre diseminado con fines que sólo pueden ser maléficos.

Todo justo como en Salem, en el año 1692, 1, 6, 9, 2, en pleno siglo XVII, en esas fechas en las que ni siquiera sir Isaac Newton sabía dónde empezaba la Ciencia tal y como la hemos conocido hasta hoy -con su séquito de avance social, comodidad, confort, etcétera- y la Alquimia o la Magia…

Puede que no guste leer esto, pero parece claro que a esto hemos llegado tras dos años en los que algunos aprendices de brujo modernos han llevado a las sociedades occidentales a un terreno de histeria colectiva en el que ya nadie se fía de nada y las teorías de la conspiración empiezan a resultar más reales y fiables que medios informativos supuestamente serios cazados en, por ejemplo, el retoque artístico de videojuegos para venderlos como episodios de una guerra real en Ucrania.

Era lógico -aunque no deseable- que esto pasase. Puede que a mucho sabio actual, a mucho experto en Todología, una vez más no le parezca importante lo que es ya Historia, pero quien supiese algo de ella, concretamente de la de Salem en 1692, ya intuía que no podía esperarse otro resultado. Uno, por cierto, nefasto, que, en ese caso del distrito de Salem, acabó con el ahorcamiento de muchas personas inocentes a manos de gentes que confundían el polen con el azufre y se sentían mucho más tranquilas y seguras de sí mismas tras apuntarlo en los registros oficiales. Como si fuera una verdad evidente e irrefutable que sólo una bruja o un malvado hechicero (como los ya ajusticiados en 1692) podrían poner en duda. A esto, señoras y señores, parece ser que hemos llegado. En el año 2022, en el maravilloso futuro que, se supone, nos iba a deparar el siglo XXI…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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