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Carlos Rilova

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Historia, Cine y crisis. Las tres versiones de “King Kong” (1933-2005)

Por Carlos Rilova Jericó

Tal vez el tema de un mono gigantesco que amenaza a la plácida civilización occidental no sea, hoy mismo, este lunes 23 de mayo de 2022, el más oportuno dada la inopinada irrupción, esta semana pasada, de la enésima alarma sanitaria relacionada ésta, precisamente, con los simios. De hecho la llegada de ese asunto a la palestra mediática casi me hizo posponer este nuevo correo de la Historia que -no tengo inconveniente en jurarlo- ya tenía en estudio días antes de que se hubiera dicho nada sobre esa “viruela del Mono” que ha dado lugar a toda clase de contorsiones informativas, e institucionales, sobre su origen, alcance, estilos de vida afectados… incurriendo en desconcertantes contradicciones (de un día para otro) en las que, por supuesto, no voy  a entrar, dejando tal labor a los historiadores futuros que, sin duda, tendrán largas horas de entretenimiento con esta cuestión.

Para colmo de inconvenientes, temo que no falte también alguna mente acartonada que diga que una sección como ésta, dedicada a la Historia, no debería hablar de películas banales como “King Kong”. A tales mentes acartonadas -generalmente con complejo de dios menor-, en cualquier caso es mejor no hacerles caso, pues rara vez saben de qué hablan más allá de sus propias carencias. Porque, aunque esas mentes acartonadas lo ignoren, el Cine, hasta el más banal, es un documento histórico de gran interés. Como ya lo han demostrado historiadores de la talla de Marc Ferro.

Vistas las cosas desde esa perspectiva, las tres grandes producciones con el simio gigante Kong como protagonista, serían algo más que una intranscendente película de terror y aventuras. Y es que como señalan algunos estudios sobre el Cine, como los del citado profesor Ferro, ese medio documenta muchas veces más que la época que escoge como fondo argumental, la propia época en la que se rodó la película.

En el caso de las tres producciones que eligieron como tema, desde los años 30 del siglo pasado, el mito del mono gigantesco, eso parece una certera observación si consideramos los giros de guion que cada una de ellas -rodadas en años tan distintos como 1933, 1976 y 2005- dan a ese relato.

Comencemos por la primera. Fue una producción de la RKO para estrenar en el año 1933, justo en el valle de la Gran Depresión iniciada en 1929 y que, en ese 1933, iba a conocer su peor momento, cuando Adolf Hitler y su agresivo movimiento político obtienen una resonante victoria electoral en una Alemania arruinada, empobrecida y, en el fondo, tan desesperada como para considerar que aquellos matones de camisa parda -y con ideas flamantes sobre la superioridad de la raza alemana- eran la mejor opción de las que ofrecía el espectro político.

Y es que eran años de hambre, de desesperación absoluta. No en los márgenes del sistema (como ha venido ocurriendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy) sino en el corazón del mismo.

Eso lo refleja bien esta primera versión cinematográfica sobre el ya mítico King Kong. El empresario que organiza el viaje a la misteriosa isla en la que vive ese fenómeno de la Naturaleza, necesita buscar a una actriz dispuesta a afrontar ese periplo. Incierto pero que, de materializarse, producirá tangibles y sustanciosos beneficios a no despreciar en un Nueva York en el que, como se ve en las escenas iniciales de la película, hay largas colas del hambre en refugios habilitados en el mismo centro de ese corazón financiero. Lugares donde, a cambio de sopa por la noche y café y pan por la mañana, personas desesperadas -en la película son exclusivamente mujeres- acuden a sobrevivir un día más. La ansiada actriz finalmente aparece no en esa cola, sino en un marco aún más desesperado: el de la pobreza vergonzante que prefiere robar una manzana -símbolo con el tiempo de los arrollados por la Gran Depresión- antes que arrastrarse hasta esas colas del hambre donde la próspera clase media de la inmediata posguerra de 1918, trata de entender cómo se ha llegado a eso.

Más allá de estos detalles, sin embargo, no parece que la RKO permitiera más alusiones a una situación que nada tenía de ficción cinematográfica, sino de realidad que veían a diario (o incluso sufrían) muchos de los que iban a convertirse en el público de esa película que, era de imaginar, ya tendrían bastante de todo eso a la puerta de su propia casa (si aún la tenían) como para encima pagar el precio de un lujo como una entrada al Cine y tener que soportar, durante más de una hora, que se les exhibiese el problema de nuevo y en pantalla grande.

La versión de 1976 de “King Kong” es aún más evidente a ese respecto. Se rodó y estrenó en el momento en el que el Pacto de Posguerra es dinamitado tras tres décadas de crecimiento económico prácticamente constante que trataron de evitar el Nazismo y otras miserias producto de la Gran Depresión. Esas que habían dejado un mundo en ruinas en 1945.

Así es, en esta nueva versión de King Kong estamos en plena crisis del petróleo, detonada en 1973, y eso queda bien patente en la trama de la película. En ella todo evoca a lo que vemos en la de la RKO de 1933, pero ahora no se trata de rodar películas de aventuras o documentales sobre vida salvaje como en esa primera versión. Así, en esta ocasión, el viaje lo organiza una compañía petrolera desesperada por encontrar nuevos yacimientos de ese bien que, en 1973, se dijo empezaba a escasear e iba a poner las cosas difíciles para mucha gente. Un caballo desbocado sobre el que, curiosamente, seguimos cabalgando casi cuatro décadas después sin explicarnos aún, muchos de nosotros, cómo es que el animal no ha reventado ya o no hemos alcanzado todavía el horizonte apocalíptico anunciado en 1973.

Esta versión de los setenta también contiene una curiosa advertencia -más o menos subliminal- sobre las tensiones políticas que, según ciertas teorías, fueron las que detonaron la crisis y con ella la voladura del Pacto de Posguerra de 1945: ese muro de seguridad colectiva que llegaba desde las mansiones de los Rockefeller hasta los chalets adosados y los pisos de protección oficial. En efecto, en esta “King Kong” de 1976 vemos bien escenificada la radicalización de los medios intelectuales, universitarios -representados por el personaje de Jeff Bridges- y su enfrentamiento con un mundo empresarial asustado por esas exigencias políticas de más igualdad y prosperidad por parte de una sociedad materialmente ahíta y, por tanto, con demasiado tiempo libre para dedicarlo a tener ideas que algunos verían como subversivas.

Llegamos así a la última versión del mito del simio gigante. Se rodó y estrenó en el año 2005 y es una versión modernizada de la primera película, a la que hace guiños constantes hasta en el parecido físico -extraordinario a veces- entre las dos protagonistas femeninas: Fay Wray y Naomi Watts. Sin embargo, significativamente, la película de 2005 se regodea en mostrar el Nueva York de la Gran Depresión con todo lujo de detalles, como ya comenté en un muy anterior correo de la Historia. Lo hace con impactantes escenas en las que vemos no sólo colas del hambre como en la versión de 1933, sino desahucios violentos de gente que no puede pagar el alquiler y otras escenas de hambre y desesperación ambientadas sarcásticamente con uno de los grandes éxitos musicales del momento: el “I´m sitting on top of the world” (“Sentado en la cima del mundo”) de Al Jolson, famoso por ser protagonista de “El cantante de Jazz”, la primera película sonora.

Así pues, en esta versión de 2005 del King Kong de 1933, parece que la sociedad occidental algo empobrecida por la crisis de 1973, aún es, sin embargo, lo bastante próspera como para pensar, con calma y distancia, sobre los horrores de la Gran Depresión y convertirlos en telón de fondo sin mayores consecuencias para una taquilla que podría haberse visto abandonada por miles de sufridos clientes, que no querrían ver más miseria en la gran pantalla y además pagando por ello.

Llama aquí también la atención la diferencia entre el modo en el que las dos versiones de King Kong, la de 1933 y la de 2005, muestran, de manera opuesta, la vida de las poblaciones no occidentales, no blancas…

En la de 1933 los “salvajes” de la isla de Kong viven una vida primitiva pero no mísera. Algo muy similar a lo que ocurría en la versión de 1976. En la de 2005 curiosamente -¿tal vez significativamente?- lo que vemos, en cambio, es una especie de campo de refugiados, gente en la última miseria (acaso caníbales), viviendo en una situación al borde del colapso de civilización…

Pues esto es lo que dan de sí estas tres versiones de lo que, en una apreciación superficial, sólo sería una película de aventuras con monstruo al fondo, pero que consideradas con algo más de atención (como parte de esa Historia del Cine cultivada por el profesor Ferro y otros), nos dicen mucho sobre las distintas épocas en las que fueron rodadas.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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