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Carlos Rilova

El correo de la historia

El Waterloo de Mister Pyle

Por Carlos Rilova Jericó

Quienes siguen habitualmente el correo de la Historia sabrán que llevo ya más de un año leyendo una novela del profesor Alessandro Barbero: “Diario de Mister Pyle”. Con calma, con tiempo, poco a poco, para disfrutar cada una de las páginas de esa novela verdaderamente histórica, escrita por un historiador con una larga y admirable trayectoria.

Esta semana que hoy empieza en firme, tras el domingo, me ha parecido, otra vez, un buen momento para volver a hablar de esa interesante novela y lo que nos cuenta sobre la Europa (y la Norteamérica) de las guerras napoleónicas.

Lo es porque el sábado que viene será, otra vez, 18 de junio. La fecha en la que tiene lugar la Batalla de Waterloo. Una de las más grandes -y decisivas- que se ha sostenido sobre este planeta, dominado por una raza, la humana, muy aficionada a la Guerra.

Un tema, ese de la Batalla de Waterloo, (lo diré una vez más) en el que el profesor Barbero está reconocido como uno de los mayores especialistas a nivel mundial. Gracias a un libro titulado “La batalla. Historia de Waterloo” en el que describe, y reconstruye, minuciosamente el hecho que tiene lugar en Waterloo el 18 de junio de 1815 que zanja definitivamente las aspiraciones imperiales de Francia en Europa (otra cosa distinta es en el resto del Mundo) y esas guerras, las napoleónicas, que han dado forma a nuestra sociedad actual.

Ese conocimiento privilegiado de la época es lo que Alessandro Barbero refleja, en definitiva, en su novela “Diario de Mister Pyle”. Y de eso precisamente quiero hablar hoy. No tanto para recordar la Batalla de Waterloo sino la época en la que se fraguó aquel acontecimiento.

Algo que, una vez más, Barbero sabe reflejar perfectamente en esa novela, hasta hacerlo casi tangible. Como ya he señalado en otros correos de la Historia.

En el caso de la Batalla de Waterloo lo hace desde el principio del “Diario de Mister Pyle”. En las primeras páginas del libro el impenitente Robert Pyle, enviado diplomático a Prusia -antes de que Napoleón la derrote, invada y convierta en una especie de protectorado hasta el levantamiento de 1813- reflexiona sobre aquellos hechos desde su séptima década de edad (y ya sabiendo que la gota lo va a matar).

Desgrana así, en el año 1848, el apócrifo -pero, aun así, realista- embajador Pyle, lo que él vivió en Prusia, en Europa, cuatro décadas atrás, trayendo a la memoria a las personas que conoció en aquellos años, en los que la estrella de Napoleón se alzaba con un resplandor furioso en el firmamento de la Historia.

Los recuerda en un momento en el que en toda Europa estallan las revoluciones del año 1848, preguntándose qué habrá sido de ellos, y de ellas (sus numerosas amantes), en esos momentos en los que el populacho revolucionario -que Robert Pyle celebra y admira- se alza con la victoria (siquiera de manera transitoria) en las calles de Berlín y derrota al orgulloso Ejército prusiano que había sido uno de los vencedores de Waterloo.

Viene así a la memoria de Robert Pyle un antiguo teniente prusiano que se cruza en su camino en 1806 y del que no volverá a saber nada, suponiendo en ese año 1848 que tal vez es ya coronel y se ha tenido que enfrentar a otros prusianos en las calles de su propio país. A menos que una bala, como divaga Mister Pyle, lo haya matado antes, muchos años antes, en Waterloo.

Así empieza una magnífica evocación de esa época en las primeras páginas de esta novela de Alessandro Barbero, con esas primeras reflexiones que Robert Pyle elucubra en el año 1848.

De ese modo el embajador Pyle desenvuelve ante él, con esas primeras palabras, el tapiz de una época que va desde la revolución americana de la que él es hijo, hasta un Napoleón derrotado en Waterloo que Robert Pyle aprecia en su justa medida y de un modo no totalmente favorable.

Es un mundo en el que del Romanticismo que se evoca en las otras páginas de la novela, como salido de un cuadro de Caspar David Friedrich, se pasa a unos Estados Unidos que acaban de ganar una guerra a México gracias a un presidente que, pese a ser militante en el mismo partido que Robert Pyle, éste considera como una auténtica nulidad política.

Unos caminos históricos, los de esa evocación de Mister Pyle, que van de esas guerras napoleónicas a una sociedad occidental que maneja ya la electricidad y otros avances, como los ferrocarriles, que el antiguo embajador ante Prusia piensa que acaso ayudarán a alargar la vida humana, aunque cree que tal vez sea al contrario…

Es un mundo en el que los antiguos revolucionarios se han vuelto respetables burgueses -al menos en Estados Unidos- que se horrorizan (educada y disimuladamente, eso sí) cuando Robert Pyle, el viejo Robert Pyle, les habla en términos elogiosos de las revoluciones europeas del año 1848.

En suma “El diario de Mister Pyle”, desde esas primeras páginas, y las siguientes, nos descubre un viejo continente, Europa, que, como siempre, aparece lleno de una extraña energía que lo pone en marcha de nuevo cuando ya parecía anquilosado y decadente, infundiéndole un nuevo vigor.

El mismo que se ve en los personajes que desfilan entre el año 1806 y el de 1848 en las páginas de esa magnífica novela histórica, descubriendo una Europa recién salida de la revolución de 1789, donde emergen filósofos de ideas de inquietante futuro, como Fichte, grandes héroes militares que en 1806 son sólo todavía pequeños terratenientes prusianos enrolados en el Ejército para completar sus exiguas ganancias o encantadoras damiselas de vaporosos vestidos estilo Imperio. Como la que representa el gran amor -a su manera- que vive en aquella Europa Robert Pyle -mujeriego irredento- y le escribe magníficas cartas hablándole de un tiempo en el que todo es incierto y la cercanía del monstruo de la Guerra, guiado por la demencial mano de Napoleón, hace que todo pierda su valor y cada cual busque su propio interés. Olvidando cosas tan importantes como el Amor verdadero que ella jura profesar al despistado Robert Pyle, que, en cambio, no puede dejar de poner sus ojos sobre cada mujer más o menos atractiva que se interpone en su camino. Desde las criadas de las postas y posadas en las que recala en sus viajes, hasta respondonas burguesas y nobles que lo invitan a sus elegantes, e intelectuales, salones.

Todo ello en conjunto forma una magnífica evocación de una época -casi tangible, respirable, como decía- que este próximo sábado quizás sintamos más cerca. Cuando resuene en los oídos de nuestra memoria el sonido del Cañón en los campos de Waterloo, que anuncia el fin de una época de cambio y transición histórica y el inicio de otra que será la nuestra y que él embajador Robert Pyle intuye ya en las primeras páginas de su inefable “Diario”…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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