Por Carlos Rilova Jericó
Hará como cosa de dos años hablaba en otro correo de la Historia de un cuadro del pintor de cabecera de la revolución de 1789 y, posteriormente, de Napoleón, tras la defenestración política y ejecución de Robespierre.
Se trataba del retrato que David pintó de su propia cuñada, una encantadora madre joven representada en todo el esplendor de esa juventud y de las galas que ya prefiguraban la moda llamada todavía hoy “Imperio”.
Contaba yo en ese otro correo de la Historia que la fascinación por aquel retrato me venía de lejos, de cuando una amiga de mi abuela materna, trajo de sus estancias en París -allá por los todavía felices setenta del siglo XX- una colección de postales que representaban cuadros famosos que se podían ver en los museos de esa ciudad.
Entre esa remesa se encontraba, también, una obra de uno de los más aventajados discípulos de David. No otro que Jean-Auguste-Dominique Ingres, que alcanzó merecida fama por su cuenta. Años después de la caída de Robespierre, del ostracismo -o ejecución- de los “caníbales” jacobinos -y adláteres suyos como David- y del auge y propia caída de Napoleón…
La obra en concreto se tituló “La Fuente”. Sobre ella se han escrito verdaderos ditirambos. Y por plumas no poco importantes. Nada menos que el escritor Théophile Gautier lo dejó puesto blanco sobre negro en un artículo reproducido en la “Revue du XIXe siècle”.
Gautier decía ahí que esa obra de Ingres, que representa a una misteriosa joven de no más de unos 20 años de edad (aunque algunos le conceden menos), era de una perfección exquisita, en la que la pincelada final del maestro había logrado reproducir la joven y fresca piel de esa supuesta ninfa -que trata de mostrar la alegoría del nacimiento de los ríos vertiendo agua desde una bien decantada ánfora- de un modo admirable, transmitiendo la frescura de la misma, su rotundidad.
Gautier, quizás por aquello de que escribía en una época tan encorsetada como el Segundo Imperio napoleónico -para otros plena época victoriana…- señalaba que “La Fuente” representaba también un desnudo virginal…
Ciertamente podría verse así. El cuadro utiliza el trasfondo de la Mitología de la Antigüedad clásica para hacer una exhibición de un desnudo femenino sin ser acusado de exhibición erótica desenfrenada -como ocurrió algunos años después con “Le Déjeneur sur l´Herbe” de Manet, que mostraba a mujeres desnudas en un entorno nada mitológico ni clásico- o de pornografía descarada como el irónicamente insultante “El origen del mundo” de Courbet.
Sin embargo, de “La Fuente” también se puede decir, bien mirada, con el paso de los años, en la edad adulta, tras tres cursos de Historia del Arte en la Universidad, que la joven veinteañera del cuadro de Ingres poco tiene de virginal en tanto que es un desnudo frontal, evidente. Una descripción anatómica perfecta de una mujer completamente desvestida. En fin, algo que, sin necesidad de mucha teoría artística, cualquier espectador -o espectadora- puede entender perfectamente como propio de una situación que poco tiene que ver con la virginidad.
Sin embargo, más allá de todo eso, perfectamente palpable, ineludible cada vez que se contempla el cuadro desde la edad adulta y el conocimiento -siquiera básico- de la Historia del Arte, lo que me ha fascinado de ese cuadro ha sido siempre la misma pregunta que también se ha aplicado (y resuelto en parte) para, por ejemplo, el más controvertido “El origen del mundo”: ¿quién era la modelo? ¿quién era la muchacha, la joven que Ingres parece haber reproducido con una exactitud que transmite vida aún pasados ya doscientos dos años desde que empezó a realizar esa obra, sólo culminada y presentada en 1857?
Lo cierto es que indagando en lo escrito sobre esta misteriosa pintura -al menos para mí- he podido averiguar muy pocas cosas.
Una de ellas es que la tela, en efecto, empezó a pintarse en el año 1820, cuando Ingres vagaba por Roma aprendiendo más sobre su oficio. Y que la modelo se ofreció a la vista no sólo del ya maestro Ingres, sino a la de dos de los habituales ayudantes en este tipo de trabajos de grandes maestros.
El nombre de esos ayudantes sí ha quedado para la Historia. Según nos dicen Gary Tinterow y Philip Conisbee en la página 536 de “Portraits by Ingres. Image of an epoch”, fue uno de los dos hermanos Balze (ambos alumnos de Ingres) y otro discípulo de apellido Desgoffe. Sin embargo ese mismo libro nos advierte que no se sabe con exactitud hasta qué punto intervinieron en la realización final de un cuadro tan especial.
Y de la modelo nada se sabe o no parece tener demasiado interés saber algo sobre ella.
Ese punto sólo se aclara algo en otro libro. En este caso el ya venerable “Lexique des termes d´Art” de Jules Adeline. En la voz dedicada a las modelos, revelaba que gran parte de ellas eran de religión judía, que tal era el caso de las, de gran belleza, que Ingres utiliza tanto en “Las odaliscas” como en “La Fuente”… Pero nada más señalaba Adeline respecto al nombre o más detalles sobre aquella muchacha pelirroja de, en efecto, fascinante, atrayente belleza.
Otros libros sobre el asunto dejan una impresión mucho más desazonante en la que la imaginación y la Literatura se abren paso en el campo de la Historia. Es lo que ocurre con una observación de Ferdinand Bac, hecha en el año 1897 y reproducida en las páginas 195 a 196 de “Bodies of Art: French Literary Realism and the Artist’s Model” de Marie Lathers. Ahí Bac meditaba sobre la decadencia de las bellas modelos de antaño, señalando que con el paso del tiempo se convertían en venerables cabezas blancas, en rostros marcados por los años y el sufrimiento, en carne de casa de empeños o de puerta de cementerio, donde acaso se podía oír decir a una desdentada boca: yo fui la modelo de “La Fuente” de Ingres… “¡No te rías porque podría haber sido verdad!”.
Pero más allá de esa suposición, algo truculenta y ceniza, del nombre de la verdadera modelo de “La Fuente” y su vida, poco más nos dice todo eso.
Parece pues que persiste el misterio de aquella bella modelo, llena de juventud, de vida, plasmada en un lienzo que ya tiene dos siglos como si la pintura aún estuviera fresca, recién puesta sobre la tela…
Tal vez hoy esta pequeña botella del correo de la Historia, con este mensaje dentro arrojado al océano digital, alcance una costa propicia y sea leído por alguien que tenga algo más que contar sobre aquella hermosa veinteañera italojudía, cuya belleza, después de todo, ha estado impresionando al Mundo desde 1820 hasta 2022…